Nuestra Señora de la Esperanza: doce mil habitantes de la fe
La madre de Carlos, a quien la vida un día se le puso bastante cuesta arriba, dice que construyeron la parroquia para ella. ¿Quién es Carlos? Carlos Alfaro es el primer joven que se bautizó en Nuestra Señora de la Esperanza de Alcobendas, una vez que fue erigida un veinte de junio de 1994. Vamos, el nombre que inaugura el libro de la vida parroquial, que lo es de la historia. Carlos tiene 22 años y ahora es catequista de confirmación.
Mañana domingo participará en la fiesta de la parroquia y en la «churrada» dará testimonio de aquello que dijera un día Benedicto XVI: con el bautismo, el Señor se compromete a estar con nosotros todos los días de la vida. Por cierto, una amiga de la madre de Carlos añade: «Lo más grande que me ha sucedido me lo ha dado esta parroquia». Lo que he visto y oído, lo escribo.
Don Ángel López Blanco es el párroco de esta comunidad de vida, que lo es siempre de esperanza. Sacerdote cercano, ágil y persuasivo –sobrino del que fuera obispo auxiliar de Madrid y solo auxiliar, monseñor Ricardo Blanco–, a la hora de definir su parroquia insiste: «Mira, ahí al lado tenemos el supermercado. Una parroquia no puede ser como un supermercado. No estamos en el supermercado de la fe y de los sacramentos. Estamos en una casa, un hogar, una comunidad y formamos una familia; reímos juntos, lloramos juntos –oye, que yo soy muy llorón– y celebramos la fe y la vida juntos». Me gusta. Sigamos. Al párroco le acompaña un sacerdote joven, colombiano, Wylliam Javier Suárez Moreno, que está estudiando en Comillas.
Doce mil habitantes tiene esta parroquia, que rezuma luz por los cuatro costados. No en vano, el día de la inauguración del templo, 9 de junio de 2002 –la diseñó Enrique Andreo Martínez–, el entonces arzobispo de Madrid, cardenal Rouco Varela, dijo que había «demasiada luz». Porque el templo es también una catequesis de lo que es una comunidad de vida. Al salir de la celebración, te encuentras en el atrio, que es de los fieles y también de los gentiles, en el que, con solución de continuidad, la fe se hace vida porque la fe es para la vida. Y desde el pasillo de las salas de actividades se ve siempre el sagrario, todo transparente. El presbiterio con un solo Cristo y una imagen de Nuestra Señora en estado de esperanza, que nada más mirarla sientes su caricia. Como si Fra Angélico hubiera estado por allí.
Centro de día
Claro que hay un numeroso grupo de catequesis de iniciación cristiana –200 niños–; de jóvenes y de matrimonios que se reúnen una vez al mes en una casa; varios del Plan de Evangelización y una Escuela de Comunidad, del movimiento de Comunión y Liberación, presente como un modo de ser y de estar, que esto ni es Hamlet ni es metafísica barata. Normal y sencillo. La pedagogía de don Giussani enriquece la comunidad porque enriquece la vida, siempre es plural. También Cáritas, pero aquí salta la liebre. No está esta parroquia en un barrio de especiales necesidades. Los voluntarios que se encargan del dinero y de la comida que se recoge en la Operación Kilo lo entregan todo a otras parroquias necesitadas.
En esta geografía de futuro habita el Centro de Día de las personas sin hogar, que gestiona la Fundación Rais con la que el párroco ha entablado una fecunda amistad en la caridad, que es la amistad primera. Y el Colegio de la Sagrada Familia, del padre Manyanet, que también está en el día a día de la educación.
La parroquia de Nuestra Señora de la Esperanza, en la calle de Ramón y Cajal, muy cerquita del pabellón de los sueños, no es un quimera, es una realidad. Y tiene algo que decir, incluso a los que no vienen a la parroquia. Por eso organizan todos los años el concurso de pinchos y la tómbola. Es una iglesia en salida, un tsunami de vida y de esperanza.