Miércoles de Ceniza
Hoy se acaba el Carnaval y empieza la Cuaresma. Pero ya no recordamos qué significa. Tal día como hoy, según el calendario tradicional, se cerraba el breve ciclo de desenfreno, consentido como válvula de desahogo, y se reabría el periodo de represión con una etapa de ayuno y abstinencia de carne (en todos los sentidos: hoy también se entierra la sardina...). Pero ¿quién se recuerda ahora del significado de estos rituales, de estas pautas de conducta?
También el Carnaval, y la Cuaresma que le hace de contrapunto, han perdido aquella sacralidad que hacía de ellos unos tiempos vividos como final y reinicio en alternancia permanente. Nuestro ciclo del año ya no se rige ni por las estrellas ni por los trabajos del campo: siembras y cosechas. Nos hemos liberado de muchos miedos, ya no tememos las granizadas y comemos tomates todo el año, pero nos hemos desconectado de la naturaleza que también somos. Y, sin embargo, tenemos más necesidad que nunca de experimentar cambios. Nos creemos que lo podemos controlar todo, pero seguimos sintiendo la necesidad de ser sorprendidos por lo imprevisto, de romper la rutina de lo cotidiano y de ponernos a prueba en otras circunstancias. ¿No es esta necesidad de experimentarnos diferentes lo que nos mueve tan profundamente en el disfraz?
Queremos ser otros sin dejar de ser nosotros mismos. ¿No es eso lo que nos lleva a identificarnos, o a contrastarnos, con la vida de los personajes de ficción de una serie, una película, una obra de teatro, un videojuego o una novela? Tenemos más necesidad que nunca de otras vidas. O de complementar nuestra vida real con un plus de irrealidad. Y eso ya no nos viene de ninguna promesa de vida ultraterrena.
Y, sin embargo, los sueños perduran. Los necesitamos como los necesitaban en otras épocas. Ahora volvemos a vivir unos tiempos que recuerdan bastante al Barroco, aquella época de trampantojos y simulaciones, de volutas y de retóricas que tampoco ahora apagan el ansia de verdad y de directo. Pero el mundo se nos ha vuelto mucho más complejo y son muchos más los laberintos en que es fácil perderse.
La naturalidad, como la impostura, es una conquista diaria. La cuestión, hoy como en tiempos del Quijote, es equilibrar tanto como se pueda carnavales y cuaresmas. Y decidir si nos queremos personajes de ficción o los auténticos protagonistas de nuestra propia vida.