Misionero en la escuela para oponerse a la barbarie

Gianfranco Morra

«Por sus frutos lo conoceréis». Los de ese árbol robusto llamado “don Gius” no han sido ni pocos ni efímeros. La plantita brotó en octubre de 1954, el primer día de clase en el liceo Berchet de Milán, donde, para los 1.200 matriculados y bautizados, el cristianismo «era como si no existiese». Giussani mostró que existía y sabía dar un sentido a las preguntas de los jóvenes. No el cristianismo de la teología y de las catequesis, sino el que nace del encuentro con una Persona, que no nos dejó un mensaje sino un hecho capaz de transformar y renovarlo todo cuando, secundando las primeras palabras que pronunció Juan Pablo II, «no tenemos miedo y abrimos las puertas a Cristo». Un cristianismo que no se arrincona en la defensa del pasado contra la modernidad, sino que muestra la contemporaneidad de un mensaje que hasta los tibios y los ateos esperan. La apologética de Giussani era la misma que la de Pascal, Newman y Guardini: arrancaba de lo más intimo del hombre y no de un código de conducta, partía de las dudas y no del dogma, de la existencia viva y no de fórmulas: tenía más de Leopardi y Eliot que de santo Tomás, menos de san Buenaventura que de Chopin y Beethoven. Y no faltaron los frutos, en un momento en que la cristiandad se veía acosada y los métodos de los viejos movimientos católicos se mostraban estériles. Hacía falta algo diferente: un encuentro que lleva a la fe porque supone un acontecimiento; en primer lugar dentro, en el interior del alma, aunque esta “liberación” enseguida se convierte en “comunión”, dado que la fe no es un intimismo patológico, sino una transformación interior que compartir con todos los demás hombres. (…) Don Giussani, célibe por vocación, ha sido un padrazo para miles de niños. Por eso el día de su muerte, su dies natalis, hay que vivirlo dejando atrás la tristeza, mirando a todos los dones que él ha sabido ofrecernos. Y que siguen vivos en esa comunión, que une a los que respiramos la atmósfera contaminada de la civilización industrial con los que viven ya «en más respirables aires» [se cita un verso de Leopardi que alude al cielo, ndt.]. Giussani trazó un camino seguro, que resumió ejemplarmente en agosto de 1992 hablando a los universitarios: «Cada uno de nosotros ha sido elegido a través de un encuentro gratuito para ser él mismo encuentro para otros. Hemos sido elegidos para una misión. Lo que se nos ha dado y se nos sigue dando continuamente es “para” el mundo; se nos da para que se refleje y se transmita a otros, no según nuestros cálculos, sino como Dios quiera».