Misa por el XI aniversario de la muerte del Siervo de Dios don Luigi Giussani y XXXIV del reconocimiento pontificio de la Fraternidad de CL en Guadalajara
Saludo a los miembros de la Comunidad parroquial de San Juan de Ávila y, con especial afecto, saludo también esta tarde al grupo de hermanos perteneciente al movimiento eclesial “Comunión y Liberación”. Este movimiento, fundado por don Luigi Giussani, está haciendo un gran bien a la Iglesia de Dios y a la sociedad en la que nos toca vivir. Es para mí un motivo de gran alegría poder celebrar esta Eucaristía con todos vosotros para agradecer a Dios el testimonio de fe, con el que don Giussani vivió desde niño su donación al Señor y a sus semejantes.
El día 22 de febrero se cumplieron los once años de su partida de este mundo a la casa del Padre. Siete años después, el Padre Carrón, actual responsable del movimiento “Comunión y Liberación, pedía al arzobispo de Milán, Don Angelo Scola, la incoación de su causa de beatificación. El proceso sigue su ritmo normal a la espera de que un día la Iglesia reconozca oficialmente el testimonio de santidad de don Luigi y lo presente a los cristianos de todo el mundo como modelo del amor de Dios. A los seguidores de Jesús nos viene muy bien contemplar el testimonio de entrega evangélica de estos hombres tan próximos a nosotros en el tiempo para descubrir que la santidad es posible para todos, si nos abrimos a Dios y contamos con la ayuda de su gracia durante la peregrinación por este mundo.
En esta homilía, yo quisiera fijarme brevemente en tres aspectos de la vida de don Giussani que, a mi modo de ver, brillan de un modo especial. El primero es su gran amor a Dios. Inundado de este amor de Dios, llegó a decir que sin él las restantes cosas no tenía sentido ni valor alguno. Todo lo que somos y hacemos nace del amor, de la misericordia y de la compasión de Dios nuestro Padre, manifestada en la vida y en la obra de Jesús. Esta centralidad de Dios en la vida y en la misión de Don Giussani es la que le ayuda no sólo a crecer espiritualmente en la identificación con Cristo, sino la que le impulsa cada día a entregar la vida y el tiempo a los jóvenes. Ya ordenado sacerdote, dedicará su trabajo pastoral no sólo a los jóvenes sino también a los adultos, ayudándoles a descubrir la necesidad de centrar la vida en las palabras, sentimientos y actitudes de Jesucristo.
En segundo lugar, como consecuencia de esta experiencia del amor de Jesucristo, surge y crece en Don Giussani su amor y entrega generosa a la Iglesia. Quien ama a Jesucristo no puede no amar a la Iglesia, porque la Iglesia es obra suya. En este sentido, nos viene bien recordar aquellas palabras llenas de fe del Papa Benedicto XVI, cuando presentó la renuncia al gobierno de la Iglesia como Sucesor del apóstol Pedro. Al enterarnos de la decisión inesperada el Papa, todos quedamos un poco asustados y desorientados ante el futuro de la Iglesia. El Santo Padre, con el fin de responder a los interrogantes de todos y poner luz en los corazones, nos dejó un testimonio de fe incomparable. Dijo: “He tomado esta decisión ante el Señor”. No era un capricho ni una decisión precipitada. Por eso, continúa diciendo: “No tengan miedo, la Iglesia está en buenas manos. Está en las manos del Señor, pues es Su Iglesia”.
Los cristianos somos invitados a participar de la Iglesia de Jesucristo por pura gracia en virtud del sacramento del bautismo. Desde aquel momento, somos invitados a formar parte de la Iglesia y a vivir con gozo nuestra pertenencia a la misma. Por medio de ella, a través de la participación en los sacramentos, Dios nos regala su gracia y nos hace partícipes de su misma vida. Desde este reconocimiento y gratitud a la Iglesia, don Giussani mostró siempre un gran respeto, cariño y veneración a sus Obispos diocesanos y a los Papas, con los que tuvo la dicha de vivir. En su día acogió con profundo cariño las orientaciones del papa Pablo VI y posteriormente mantuvo una relación de amistad fraterna con San Juan Pablo II.
En tercer lugar, quisiera señalar que el ministerio de don Giussani, profundo creyente en Jesucristo y amante de la Iglesia, no estuvo exento de dificultades y problemas. A todos, seamos creyentes o no, la vida nos ofrece un conjunto de dificultades y de cruces que hemos de asumir durante nuestra peregrinación por este mundo. Ahora bien, quienes creemos en Dios podemos ver la vida, los acontecimientos y los sufrimientos de cada día desde la Pascua del Señor. Los cristianos debemos contemplarlo todo desde la victoria del Señor sobre el poder del pecado y de la muerte. Esa victoria del Señor es también nuestra victoria, porque unidos a Él como Cabeza del Cuerpo en virtud del bautismo, participamos también nosotros de su triunfo sobre el poder del pecado y de la muerte.
En los próximos días vamos a celebrar una vez más los misterios de la muerte y de la resurrección del Señor. La participación consciente y activa en estos misterios tiene que impulsarnos a morir a nosotros mismos, a morir al pecado, asumiendo con gozo las cruces de cada día. La luz del Resucitado nos permite ver los sufrimientos y las cruces de la vida no como un fardo insoportable o una carga pasada que hemos soportar y llevar nosotros solos, sino como el yugo suave y la carga que se hace ligera cuando descubrimos que el Señor la lleva con nosotros.
Todo esto lo celebramos ahora en la Eucaristía. Cada vez que nos reunimos en torno al altar del Señor como comunidad de hermanos no sólo escuchamos sus Palabras de vida en las que nos recuerda que Él vino al mundo para hacer la voluntad del Padre, sino que celebramos su presencia sacramental en medio de nosotros. El pan y el vino, por la acción del Espíritu Santo, se convierten para todos los creyentes en pan de vida y en alimento de salvación. Es la misma vida de Jesucristo resucitado la que el Padre nos regala por medio de la acción del Espíritu Santo, para que también nosotros vivamos con la esperanza de heredar un día la vida eterna.
Pidámosle ahora al Señor que renueve nuestra fe y oremos también para que el testimonio de amor a Dios y a la Iglesia de don Giussani, así como su disponibilidad para asumir con gozo las cruces y las dificultades de la vida, nos ayuden a nosotros a seguir creciendo en el seguimiento de Jesucristo, en el servicio a la Iglesia y en el cumplimiento de nuestra vocación de discípulos misioneros. Que así sea.