Memores Domini

Entrevista a Luigi Giussani - a cargo de Lucio Brunelli y Gianni Cardinale

Es el nombre de una nueva “asociación” aprobada por la Santa Sede. Objetivo: vivir la memoria de Cristo en el mundo del trabajo. Laicos, observan la pobreza, la castidad y la obediencia. Entrevista a su presidente, monseñor Luigi Giussani

Ponen en común los bienes, observan la castidad y viven la obediencia, pero no visten hábitos religiosos ni formulan votos. Dedican al menos un par de horas al día a la oración y a la contemplación, pero viven “una existencia inmersa por completo en el mundo” y se ganan la vida con su trabajo, como todos. No ha sido fácil hallar una colocación canónica en la Iglesia para estos monjes laicos del 2000, que se hacen llamar Memores Domini, los que viven la memoria del Señor. Nacen en 1964, pero sólo en 1981 son reconocidos como “Pía asociación laical” por el obispo de Piacenza (Italia), monseñor Enrico Manfredini. Siete años después, el 8 de diciembre de 1988, la Santa Sede los aprueba y les otorga la personalidad jurídica como “Asociación eclesial privada universal”.
Mientras tanto, han crecido: centenares de miembros, hombres y mujeres – éstas tienen un leve predominio –, casas en Europa, África y América Latina. Como reza el Estatuto de la Asociación, el presidente vitalicio de la Memores Domini es monseñor Luigi Giussani. En esta entrevista acepta por primera vez contar la historia y el sentido de esta nueva experiencia de vida cristiana nacida en el mismo seno de Comunión y Liberación.

¿Cómo y cuándo nació la idea de los Memores Domini?
LUIGI GIUSSANI: Hace mucho tiempo, a comienzos de los años sesenta, algunos chavales de Gioventú Studentesca – sólo más tarde el movimiento se llamará Comunión y Liberación – insistieron en ser acompañados en una vida de entrega a Dios en el mundo. La propuesta me maravilló, pero no me complació inmediatamente. Tanto es así que al principio participé sin gran entusiasmo en los encuentros quincenales de oración, y sólo después de un período de dos o tres años, se me hizo evidente que la propuesta podía ser una provocación para una realización particular, pero significativa, de la experiencia cristiana que habíamos empezado años atrás. Así pues, acogí la decisión de algunos jóvenes de habilitar como casa, como centro logístico, una granja en la extrema periferia de Milán, que a distancia de tantos años sigue haciendo las veces de casa madre de la actual Memores Domini. Por aquel entonces mi incertidumbre se manifestaba incluso en la denominación bastante genérica de “Grupo adulto”, que usamos hasta los años ochenta para indicar los núcleos que lentamente se iban multiplicando.

¿Cuál era el motivo de esta incertidumbre?
GIUSSANI: La idea de esta forma de entrega no nació de mí. Obedecí a determinadas circunstancias, que eran el vehículo de una propuesta que me habían formulado los mismos chavales. Y además tenía miedo a una responsabilidad ulterior mucho más seria.

¿Qué significa para usted hoy la aprobación pontificia de esta asociación?
GIUSSANI: Es un respiro, una seguridad por la que estamos agradecidos al Sumo Pontífice; pues la aprobación no sólo es un apoyo a nuestro propósito, sino que, más profundamente, reconduce lo que somos y queremos en el cauce de la gran obediencia al misterio de la Iglesia.

¿Cuáles son las reglas de vida fundamentales a las que un miembro de la asociación debe prestar obediencia?
GIUSSANI: Se pueden sintetizar en las categorías en las que la Iglesia resume tradicionalmente la imitación de Cristo. La obediencia, en el sentido de que el esfuerzo espiritual y la vida ascética se ven facilitados y acreditados por un seguimiento; la pobreza, como desapego de una posesión individual del dinero y de las cosas; y la virginidad, como renuncia a formar una familia para vivir una entrega incluso formalmente más plena a Cristo.

En el Estatuto se lee que a los miembros de la Memores Domini se les pide que vivan en casas donde se pone en práctica la comunión de los bienes y se observan ritmos precisos de meditación y oración...
GIUSSANI: Sí, los Memores Domini han de vivir juntos en “casas”, en una compañía establecida, de tres a diez, doce personas. La compañía a la que el Señor llama dando la misma vocación constituye un signo sacramental, en un sentido evidentemente analógico, donde la presencia de Cristo y la dedicación a ella se realizan. Por ello, la compañía vocacional es evocada cada día y cada momento como primer ámbito donde se aprende a vivir la fe, y a afrontar la realidad del mundo plasmándola según el amor vivido por Cristo. Es, por tanto, el lugar prioritario del que debe extraer su forma ejemplar el trabajo, que define la vida entera del hombre. Cuando los miembros de la Memores Domini entran en su casa son invitados a tomar conciencia de por qué están entre sus paredes, hasta de la misma disposición de los muebles, y del orden del tiempo que rige en la casa. Es impresionante la percepción de este pequeño modelo del mundo como la gran estancia de la humanidad de Cristo, la gran casa de la humanidad en Cristo. Se comprende entonces por qué en la vida de las casas de los Memores Domini es tan importante la insistencia en el silencio. En ellas hay obligación de guardar silencio total durante una hora al día, a fin de que cada uno se ponga delante de Cristo, y este silencio profundo se exige también por las noches, después de las Completas. Es precisamente la conciencia de la casa – como comienzo de la modalidad con la que todos los hombres vivirán el mundo cuando Cristo se manifieste y como el primer lugar donde ofrecer la propia existencia para que esto se anticipe lo más posible – lo que exige una vigilancia que sólo una tensión continua al silencio puede favorecer. Este clima de silencio físico se busca durante todo el día, aunque obviamente no evita la palabra necesaria, que debe ser dicha con la conciencia del ambiente en que uno se encuentra; con respeto, pues, por el recogimiento de los otros.
El silencio se suspende cuando todos se sientan a la mesa para comer. Los miembros de la Memores Domini aceptan también poner en común los sueldos y los bienes de que disponen. Lo que sobra después de cubrir las necesidades de cada casa, se devuelve al fondo común de los Memores para que sea utilizado en obras de caridad y misión, o para las necesidades generales.

¿Es verdad que en las casas de la asociación está prohibido tener televisión?
GIUSSANI: No está prohibido. Se trata más bien de un consejo que, cuando es desatendido sin necesidad alguna, se reafirma con cierta energía. También la televisión como la boca o la lengua, se puede gobernar, se puede usar con sensatez. Pero indudablemente, debido a sus contenidos diarios, la televisión dificulta mucho un uso sensato de ella. En segundo lugar, este consejo es una ayuda para salvarnos de una vana curiosidad. Por tanto, aunque no tener televisión garantiza de por sí cierta salud, vale más la llamada a un uso razonable del tiempo.

¿Se admiten excepciones a la obligación de habitar en una casa de los Memores Domini?
GIUSSANI: Sí, cuando existen serios motivos familiares o personales. En este caso los miembros de la asociación participan en algunos momentos importantes de la vida de la “casa”, mientras que económicamente siguen siendo corresponsables, como es obvio, de la vida de sus familiares.

Dejando de lado las competencias vaticanas, ¿qué es lo que distingue la asociación Memores Domini de una congregación religiosa o incluso de los institutos seglares?
GIUSSANI: La asociación Memores Domini no comporta la explicitación, en los clásicos “votos”, de la perspectiva de vida con la que uno se compromete. Y esto no por una especie de reticencia, sino porque nos parece que el Bautismo y la Confirmación pueden bastar para fundar una entrega total a Cristo y a la Iglesia, sin que se tenga que recurrir a la característica formal de la vida religiosa que se expresa justamente en los votos. Mi imagen es la de un laico que libremente vive una existencia inmersa por completo en el mundo, con una cabal responsabilidad personal. Por ejemplo, si es empresario, es totalmente dueño de su empresa y corresponsable junto con otros posibles socios. Esto no se debe a una pretendida mayor libertad; es un testimonio de estima y confianza absoluta en la responsabilidad personal del seglar cristiano. De todas maneras, hay un momento en el camino de la Memores Domini en el que el compromiso vocacional se asume en presencia de toda la comunidad como compromiso permanente. Dicho momento se ha entendido siempre como una asunción de responsabilidad frente al misterio de la Iglesia entera.

Esta determinación por salvaguardar el carácter seglar de su obra, que imagina formas nuevas de vida monástica para los tiempos nuevos, ¿quiere decir que usted considera acabada históricamente la función de las formas tradicionales de vida religiosa?
GIUSSANI: Pienso que las realidades asociativas determinadas enteramente por la fe están vivas en la medida en que responden a los “signos de los tiempos”, como diría Juan XXIII. Ahora bien, es un signo de los tiempos que hoy Dios y Cristo – y como tendencia también la concepción de la realidad de la Iglesia – no son negados sino, en el mejor de los casos, dejados a un lado de la vida, al margen de la vida con su trama de necesidades concretas. Por eso es imprescindible testimoniar a Cristo dentro de la realidad del mundo, en su dinámica cotidiana, en el trabajo, pues el trabajo es el fenómeno expresivo de la adhesión a la vida por parte del hombre, la actividad que concreta la imagen de su realización. Es dentro de la condición del trabajo concebido de este modo, con su significado totalizador, donde se debe dar testimonio de Cristo. Y este es exactamente el objetivo de los Memores Domini: los que viven la memoria del Señor en el trabajo. Precisamente en el corazón de un mundo en el que la deificación del trabajo camina a la par de la difusión de una religión hedonista, sorprende el testimonio de un gusto más potente, de una alegría indestructible, de un nuevo sentido de la belleza y de una verdadera intensidad afectiva y amorosa; tanto más cuando la intolerante o inevitable planificación que el Estado hace de los sentimientos, incluso de los más comunes, se quiebra por las inevitables interrupciones que imponen el dolor, la desilusión y los repentinos silencios generados por el aburrimiento y un vacío “incomprensible”.
Las congregaciones y las órdenes religiosas, tal como algunos ejemplos ya lo evidencian, han de plegarse a esta encarnación del testimonio aun cuando el testimonio se diera delante de los ángeles de Dios: en los silencios de una clausura o en el contexto de una regla conventual. Pero se ha de llevar a cabo, en lo posible y conforme a la regla de cada una de las órdenes, un resurgimiento de sus orígenes, que eran y deben volver a ser inmanentes a la vida del pueblo.

A veces, precisamente en nombre de la inmanencia a la vida del pueblo, algunas comunidades religiosas emprenden hoy el camino del activismo socio-político, convirtiéndose en gala de los partidos y de las ideologías tradicionalmente hostiles a la Iglesia...
GIUSSANI: Está claro que la disolución del origen del que nacen las órdenes y las congregaciones no corresponde a la exigencia de encarnación a la que yo aludía. Más aún, si se entendiera la inmanencia al mundo como una identificación con éste, y se asumieran como criterio decisivo para la comprensión de la propia vida religiosa los juicios y las formas de la cultura mundana, y por tanto concesiones y prácticas cuya forma y fuente no es Cristo en la Iglesia, sería una mentira. En este caso la propia fe, en lugar de juzgar al mundo, sería juzgada por el mundo. Y subrepticiamente, pero no tanto, se produciría un distanciamiento de la propia identidad religiosa y del dinamismo que entraña.

La asociación Memores Domini, según reza el artículo 1º de su Estatuto, es de carácter “privado” y no “público”. No compromete, pues, en su actuación concreta, la responsabilidad de la Iglesia en cuanto tal. ¿Hay un significado particular en esta elección?
GIUSSANI: Esta experiencia, como por otra parte la de Comunión y Liberación que la ha generado, quiere ser totalmente inmanente a la vida ordinaria de la Iglesia. Si tiene necesidad de una organización es sólo para salvaguardar una solidaridad en la difícil tarea del testimonio cristiano y para alimentar continuamente el espíritu que origina este compromiso. Así, es como si yo deseara que los miembros de la Memores Domini ni siquiera fueran señalados como una “asociación” en la Iglesia. Que las personas se hicieran notar no como miembros de una nueva entidad en la Iglesia, sino por el ejemplo que dan. En este sentido he aceptado la fórmula de la privacidad.

Después del permisivis¬mo profanador de los años setenta, hoy – en la época del SIDA – incluso en el campo laicista hay quien enumera “buenas razones” para vivir castamente. También el mundo pagano ha conocido y practicado el ideal de la virginidad, pienso en la “castidad de Estado” de las vestales romanas o, en un ámbito religioso no cristiano, la condena del matrimonio por parte de los gnósticos del siglo II. ¿En qué se diferencia, según usted, la castidad cristiana de todo esto? ¿Quizá en el hecho de que el consagrado vive la misma renuncia con otra finalidad, es decir, el servicio a los demás?
GIUSSANI: La diferencia es la misma que existe entre el cristiano y el pagano: el amor a Cristo, el reconocimiento de su presen¬cia y el asombro agradeci¬do por su permanencia en la historia. Una mayor dis¬posición al servicio de los propios hermanos es, y de¬be ser, una consecuencia normal para quien no está obligado a sacrificar sus energías físicas y afectivas en formar una familia y educar a los hijos. Pero és¬te no es de ningún modo el motivo de la virginidad cris¬tiana. También un militan¬te revolucionario podría imponerse la renuncia a la familia para dedicarse to¬talmente a la propia causa política. El motivo es ante todo que Cristo llamó a algunos de los suyos a esta forma de vida. Así se descubre que si esta fue la forma de vida de Cristo, no podía comportar alguna mutilación de lo humano o una realización disminuida del valor afectivo. Curiosamente, por decirlo así, o atraí¬dos por esta consideración, nos preguntamos cuál era la fuerza del amor con la que Cristo miraba a los hom¬bres y a las mujeres que encontraba. Simón, Juan, Za¬queo, Magdalena..., era co¬mo una relación que traspa¬saba todo y, abrazando toda la humanidad de la persona, llegaba a la hondura del desti¬no por el que cada uno de ellos había sido creado. No hay un amor más grande que este amor por el desti¬no de la persona, por el que se puede dar realmente la vida por el amigo, como di¬ce Jesús. Desde este punto de vista también un padre y una madre, si de alguna manera no viven la profun¬didad de esta mirada hacia los hijos, es como si los amaran menos. La profundidad de esta mirada entraña, paradójica¬mente, una separación. Pe¬ro existencialmente es esta separación la que hace posible un abrazo humano todavía más profundo. Desde este punto de vista, la virginidad es un ideal para to¬dos, incluso para aquellos que no la eligen como estado de vida. Quien la vive como un estado de vida es como un índice apuntado, en la comunidad, para de¬cir a todos: recordemos quiénes somos. Por eso uno de los aspectos del acontecimiento cristiano, sugestivo como pocos otros, es el de identificarse con la relación de José y María. El afecto virginal no elude, por otra parte, ninguna de las características del amor humano. Reconoce las preferencias y redime las antipatías.

Lo que usted dice no co¬rresponde a la idea común que se tiene sobre la virgi¬nidad cristiana, como si se tratara de una amputación – heroica o paranoica, se¬gún los puntos de vista¬ – del amor humano o de una separación mística de la irredimible “carne”, como lo es para los monjes orien¬tales...
GIUSSANI: He estado en Japón y he dialogado largo y tendido con algunos monjes budistas. No soy un experto en religiones asiáti¬cas, pero mi impresión es que en la mística oriental la virginidad es una sugeren¬cia que deriva del pesimis¬mo sobre la materia, de la percepción de la individua¬lidad como límite a la to¬talidad y por tanto como origen del mal. El bien es el todo, el mal es lo particu¬lar. La procreación, fin ineludible de la relación natural entre hombre y mujer, es una continua ge¬neración de aquella peculia¬ridad humana en la que el mal se convierte en dolor.
De todas formas, en toda experiencia huma¬na hay una huella de este as¬pecto supremo de la verdad de la persona que el cristia¬nismo ha generado y saca¬do a la luz. Huellas de nostalgia de una pureza última, insuprimible, pero que histórica¬mente, fuera del cristianis¬mo, suele expresarse me¬diante formas moralistas, pesimistas o violentas.

No parece que en el mo¬vimiento Comunión y Libe¬ración los jóvenes sean ob¬jeto de insistentes llama¬mientos a las normas de la ética sexual católica, o que se lancen campañas espe¬ciales para promover las vocaciones. Y no obstante, siguen floreciendo las voca¬ciones al sacerdocio, a la vi¬da religiosa y a la virginidad laical, incluso entre jóvenes muy normales y poco pro¬pensos, como sus coetá¬neos, a realizar sacrificios inmotivados, tanto en este como en otros ámbitos de la vida humana. ¿Cómo ex¬plica esta paradoja?
GIUSSANI: Es verdad, hay una aparen¬te paradoja. Pero querría decir que el aspecto subrayado en CL que más éxito obtiene y al que usted se ha referido, es precisamente – por usar las palabras que nos ha di¬rigido Juan Pablo II – que nosotros creemos en Cristo muerto y resucitado, “pre¬sente aquí y ahora”. Una presencia actual, que se muestra y se revela en la vida de la Iglesia, aunque sea de forma contingente. No cabe du¬da de que el joven, y también quien ya no es joven, tiene necesidad de ser intro¬ducido continuamente, en su vida concreta, en las consecuencias morales de la luz grande y pacificado¬ra de la fe. Esta introduc¬ción es el objeto de una educación que se recibe en una compañía. La luz de la fe en Cristo vuel¬ve mucho más razonables las motivaciones de cada una de las leyes en las que el ímpetu moral, es decir el ímpetu hacia el destino, de¬be traducirse. Y por eso en cierto sentido da paso a una facilidad que no evita ciertamente el dolor y el sacri¬ficio, pero persuade a abrazarlos y a retomar el camino de una manera más fácil, después de un error cometido. El ideal, el ímpetu ha¬cia el destino que define la moral, no puede evitar la experiencia del esfuerzo hasta el sacrificio, hasta el sacrificio supremo. Pero cuan¬do se vive este sacrificio en la memoria de Cristo hecha habitual, llega a ser más razonable y lleva consigo incluso la alegría. Por esta razón citamos siempre aquel pasaje de La anunciación a María de Paul Claudel que dice: “La paz está hecha en partes iguales de alegría y de dolor”. He aquí que, en la perspectiva a la que hemos aludido, los sacrificios de la vida moral se cumplen más fácilmente, en paz.

La finalidad de la Memores Domini es vivir la me¬moria de Cristo en el mun¬do del trabajo. Tradicional¬mente el mundo católico cuando habla del testimo¬nio cristiano en los ambien¬tes de trabajo enfatiza los aspectos morales de éste: la honestidad, la seriedad, la competencia profesional y el altruismo de los trabajadores cristianos. ¿Cuál es la primera imagen de testimonio que le viene a la mente cuando piensa en la presencia cristiana en el mundo del trabajo?
GIUSSANI: Comparto perfectamente las preocu¬paciones a las que se refie¬re en la pregunta, pero nosotros estamos más preocu¬pados por asegurar la dis¬posición de la persona, que después permite traducirse en un testimonio sin mora¬lismos y con una humani¬dad coherente. Y el origen de esto es la conciencia lo más actual posible, y por tanto habitual, de la presencia de Cristo y de que todo lo real está destinado a Su gloria. En particular, es necesaria una conciencia viva del contenido de la propia personalidad co¬mo perteneciente a Cristo, para que la propia persona¬lidad deje una huella dife¬rente en las cosas y en el ambiente y así establezca con creatividad una forma de relaciones con los otros compañeros de trabajo, ocupe el tiempo con intens¬idad plena y llene de bellez¬a racional la relación con las cosas en el espacio. De hecho, el signo más revelador de esta posición es una vibración de alegría, que no nace de un sentido disminuido de la responsabili¬dad, sino que se origina precisamente en la concien¬cia de la presencia de Cris¬to que resucitó de entre los muertos y subió al cielo, y que por ello está en la raíz de toda la realidad, incluso de la realidad que se tiene al alcance de la mano, y la redime y la hace partícipe de la verdad eterna. Una veta de alegría que, nacien¬do de esta conciencia, hace sentir más el dolor, aunque sea provisorio, del peso de las cosas y sobre todo de la extrañeza del hombre con sus hermanos y con los objetos mismos de su traba-jo. Es, sin embargo, una alegría sin irresponsabili¬dad, como se lee en Miguel Mañara, de Milosz: «No me reprochéis esta alegría, no me olvido de ninguno de mis deberes».

El bloque de los vatica¬nistas se halla dividido entre quienes afirman que usted se inspiró en el pen¬samiento y la experiencia del fundador del Opus Dei para dar vida a la Memores Domini, y quienes subra¬yan, por el contrario, los elementos de diversidad. ¿Quiénes están más cerca de la verdad?
GIUSSANI: Cuando na¬ció el grupo de los Memores Domini no sabía toda¬vía lo que era el Opus Dei, una asociación que me edi¬fica mucho por su afirma¬ción clara de la verdad cris¬tiana y por su esfuerzo constante de formación de las personas. Pero de estas cosas no he hablado jamás con ellos, aunque pienso que muchas de las conside-raciones realizadas hasta aquí pueden ser reconoci¬das tranquilamente por los miembros del Opus Dei. Quizá algunas de nuestras afir¬maciones necesiten esclarecerse, y estaría muy contento si me ayuda¬ran a hacerlo; mientras que acerca de otras pueden existir puntos de vista dife¬rentes que caracterizan la diversidad de los carismas.

Dentro y fuera de CL, ¿se guarda secreto sobre los miembros de la Memores Domini?
GIUSSANI: No hay se¬creto alguno en cuanto a la pertenencia a la Memores Domini, como tampoco hay ningún tipo de propa¬ganda. Cierta reserva me parece una exigencia del todo natural y comprensi¬ble. Espero que los que rodean a los miem-bros de este grupo los reconozcan por el testimonio que dan y no por su afiliación a una asociación.

¿Hay cilicios u otros ins¬trumentos de mortificación corporal en las casas de los Memores Domini?
GIUSSANI: Uno podría tenerlos en su habitación, porque en la medida de lo posible se in¬siste en que cada uno dis¬ponga de un cuarto propio, una “celda” propia, que no debe ser violada a menos que exista un motivo grave para hacerlo. De ahí que un miembro de la Memores Domini podría tener un ci¬licio en su cuarto. Yo no lo tengo, pero rezo humilde¬mente a Dios para que esto no signifique una voluntad de mortificación menor.

¿Es verdad que progra¬máticamente los jefes de las comunidades y de las obras más importantes de CL son elegidos entre los miembros de esta asociación?
GIUSSANI: No, de nin¬gún modo. Von Balthasar me había sugerido en varias ocasiones que el movimien¬to de CL fuera dirigido por los Memores Domini, pero yo he dicho siempre que no lo¬graba entender la necesidad de ello. Es obvio que por¬que deben vivir la Iglesia se¬gún la historia vocacional que Dios les ha dado, viven también la experiencia del movimiento. De esta mane¬ra siempre están llamados a dar generosamente las pro¬pias energías por las formas institucionales de la Iglesia así como por las varias for¬mas de vida del movi¬miento.

Lo que ha dicho me ha¬ce recordar una frase men¬cionada en una reciente asamblea de Comunión y Liberación en Roma: «Quien tiene una particular propensión religiosa no por ello encuentra más fácil¬mente a Cristo». Una frase que podría parecer “heréti-ca” para la mentalidad de hoy día. ¿Qué piensa?
GIUSSANI: No veo na¬da de “herético” en esta afirmación, pues la inclina¬ción religiosa puede obrar también de tal modo que la persona sienta apego por fórmulas que ella misma imagina o por modelos mo¬ralistas, a guisa de ejemplo. En tiempos de Jesús los fa-riseos tenían ciertamente una propensión religiosa notable, pero esto no favo¬reció en absoluto su acepta¬ción del Mesías... En efec¬to, la aceptación de Cristo exige un olvido de sí mismo que acontece exclusi¬vamente en el asombro de un reconocimiento. En el instante en que uno recono¬ce una presencia semejante, se convierte como en un ni¬ño que mira a su padre y a su madre. El primer instan¬te es, al extender los brazos, un olvido de sí mismo en el que se realiza, sin embargo, el verdadero amor a sí mis¬mo. Es preciso que esta pu¬reza originaria sea manteni¬da, y se contraste sin cesar la caída en el imperio de las propias reacciones, en el imperio de lo aparentemen¬te obvio.

Usted ha rechazado siempre la definición de fundador. Una vez le oí confesar que su inten¬ción no era la de dar vida a un nuevo movimiento ca¬tólico. Un observador que no pertenece o no conoce CL podría deducir de estas palabras suyas una especie de arrepentimiento o de desilusión acerca de los resul¬tados organizativos de la experiencia que usted ha empezado. ¿Cómo están las cosas?
GIUSSANI: Uno no puede imaginar una gracia y por eso pretenderla. En este sentido no me conside¬ro un “fundador”. El mo¬vimiento es una gracia pa¬ra mí, y los Memores Domini representan el momen¬to más intenso de esta gra¬cia. El arrepentimiento, si acaso, es por la conciencia conti¬nuamente renovada de mi insuficiencia, también con el dolor por la insuficiencia de los demás ante lo que se nos ha dado. No se tra¬ta en absoluto de una desi¬lusión, sino que podría ser la tentación o al menos el deseo comprensible de qui¬tarse de encima una grave responsabilidad frente a Dios. Sea como sea, es co¬mo un padre y una madre que han dado la vida a un hijo: durante toda la vida serán padre y madre, y no hay ningún divorcio posible de la carne del hijo. De ahí que resulte impresionante desde el punto de vista an¬tropológico y moral que Cristo haya dado la misma razón tanto para la indiso¬lubilidad del matrimonio como para la virginidad, es decir “por el Reino de los Cielos”. Es impresionante el hecho de que el esfuerzo que comporta la fecundi¬dad de la virginidad se corresponda con el es-fuerzo de la indisolubili¬dad. En este sentido la pri¬mera es como una compa¬ñía que anima a la segunda. Quien observa el matrimo¬nio cristiano no sólo no se maravilla de la virginidad sino que además da gracias a Dios por haber concedido esta gracia a la humanidad, pues es como un alivio y una confortación, profecía y anticipación de la reden¬ción plenamente actuada del esfuerzo del hoy.

En los ambientes católi¬cos, incluso en los que se autodefinen cercanos a Co¬munión y Liberación, se oyen cada vez con mayor frecuencia comentarios co¬mo éste: «Qué bueno sería este movimiento si su alma religiosa no estuviera con¬taminada por la acción de los miembros que se dedi¬can a los negocios o se enzar¬zan en batallas políticas y periodísticas inevitablemen¬te parciales y controverti¬das». ¿Es sensible a este ti¬po de observaciones?
GIUSSANI: Soy hiper¬sensible a este tipo de obser¬vaciones del mismo modo que soy hipersensible fren¬te a cualquier tipo de abs¬tracción. Pero el desagrado es más grave si la abstrac¬ción la hacen los cristianos, porque precisamente el re¬conocimiento de la presencia de Cristo y el amor a Cristo – que sostienen al hombre en la esperanza, spe erectus, dice San Pablo – obligan al cristia¬no a encontrar y a respon¬der, sin evitar nada, sin des¬deñar nada, a la multitud de condicionamientos a tra¬vés de los que Cristo mismo le llama. Cristo llama al hombre mediante lo con¬creto de la condición diaria, o mejor, de cada momento. De ahí se desprende que los miembros de CL, incluidos los Memores Domini han de afrontar las circuns¬tancias mediante las cuales el Padre los llama, y responder a ellas a partir de la fe y del amor que continuamente de¬ben renovar. El éxito de esto depende del misterio de la libertad de la gracia y del misterio de la li¬bertad de la respuesta de las personas, y también del lí¬mite de los dones humilde-mente utilizados. Es más, cada uno está llamado a pedir a Dios para que la fe y el amor a Cristo vibren y determinen de tal modo el obrar humano, que los de¬más, a causa de la bondad de la obra, no dejen de pre¬guntarse: «Pero ¿cómo es posible? ¿Cómo pueden ser tan distintos y al tiempo tan humanos?». Como Cristo, que con sus milagros susci¬taba en la gente la pregun¬ta: «Pero ¿quién es éste?».

Jean Guitton ha escrito en Le Christ écartelé (Cristo desgarrado) que es¬te escándalo frente a la «forma que se mezcla con la materia, lo eterno con el tiempo y lo puro con lo im¬puro», constituye la peren¬ne tentación de la gnosis. ¿Está usted de acuerdo?
GIUSSANI: Lo que es¬candaliza es la relación en¬tre la consistencia última y única de las cosas, es decir Cristo, y la forma contin¬gente de éstas. En la raíz de la abstracción propia de es¬te escándalo hay una idea equivocada de lo trascen¬dente, que hace que sea más difícil admitir que todo consiste en Cristo y que el trabajo humano debe ten¬der a manifestar esta con¬sistencia. En este sentido la virginidad es el testimonio de que la historia es la pren¬da, el anticipo del manifes¬tarse de la recapitulación de todas las cosas en Cristo. Sin esta visión de lo trascen¬dente tampoco para los cristianos habría una alternativa entre la opción fun¬damentalista – de las “ver¬dades religiosas” que se imponen a la razón desde fuera – y la consideración de la cultura dominante co¬mo criterio último del obrar. En este sentido los Memores Domini contribuyen a la solución de la lucha más dura que se libra hoy en el mundo y en la Iglesia. La lucha que, viendo cómo el fundamentalismo se opone a la secularización, acaba negando la posibilidad de una encarna¬ción y, sobre todo, la conti¬nuidad en la historia de tal encarnación.