Los de CL hacen cola
Los de CL que hacen cola desde las afueras de Milán hasta el Duomo para el abrazo final, fueron durante un tiempo una especie de pueblo negado, gente que tenía ideas extrañas y ajenas a la cultura mayoritaria que circulaba en el ambiente laico, burgués, ya fuera de derechas o de izquierdas. No entendían la belleza de la marcha triunfal de los derechos, ni la renovación libertaria de las costumbres, ni las ansias de una iglesia de base que después del Concilio se rebelaba contra la jerarquía y contra toda clase de obediencia. No es que fueran estrecha y rigurosamente individualistas; tenían in mente valores ya arrinconados y tan manidos como la familia, la procreación, la educación escolar como pedagogía de la realidad, pero se atrevían a predicar la libertad, marcada por esa idea maniática del cristianismo como acontecimiento ligado a Jesucristo, como encarnación de lo Divino en la historia, como experiencia y vida. A los que compartían la cultura mayoritaria, a los que participaban de la mentalidad común siguiendo la corriente de las ideas generalmente aceptadas, todo eso les parecía la máscara de un integrismo fanático y devoto. El rechazo no sólo procedía de la Italia de la turbulencia social, en la que clasismo y extremismo se enseñoreaban bajo múltiples formas ideológicas, y no se limitaba a peleas en las escuelas y las universidades, no se ceñía a dinámicas de tribu, era una negación más sutil, que apenas rozaba a una figura como la de don Luigi Giussani, pero se encarnizaba con el pueblo que hoy se reúne en torno a sus restos mortales. Los de CL no constituían una voz civilmente aceptada, debían mantenerse al margen del entorno cultural dominante, debían considerarse como cristianos de las catacumbas, habitantes marginales del imperio cultural, que hacían voluntariado social y otras actividades estigmatizadas como politiqueo y negocios; en este país cargado de hipócritas y rencorosos, muchas veces les colgaban el sambenito de fascistas. Hoy se estudia y respeta a los de CL, extraordinaria mezcla de vidas muy variadas, de raíces y experiencias que, siendo cosmopolitas, trabajan en decenas de países, como uno de los grandes sujetos surgidos del cristianismo del siglo XX. Este cambio, que se refleja también en los elogios dedicados a su jefe, señala el hecho de que, a pesar de todo, Italia también ha cambiado y lo ha hecho a mejor. Se ha dicho que la virtud, o una de las virtudes de Giussani fue la de hacer que conviviera lo diferente, de saber hermanar fe, cultura, obediencia y libertad en un materialismo existencial cristiano con muchos elementos originales y con una enorme y leal apertura a la diversidad de la historia humana. Sencillamente, es la verdad.