Lo que cambia la historia es lo que cambia el corazón del hombre
Vivimos un momento de inconformismo que no se producía desde hace mucho tiempo y que se ha extendido rápidamente por todo Brasil. Una sociedad normalmente acomodada ha salido a la calle, creando movimientos populares de protesta: ¿quiénes son las personas que se están manifestando?, ¿qué quieren?, ¿qué cambios proponen? Somos nosotros. Gente común, como nosotros, que estudia, trabaja y afronta los problemas cotidianos.
Las encuestas demuestran que la mayoría de las personas sale a la calle por primera vez y no está vinculada a partidos políticos. Sin embargo, sabemos que también se están manifestando grupos con intereses políticos particulares que se sirven de la violencia, que obviamente no construye, es más, ahuyenta a la población y provoca reacciones exageradas, como hemos podido ver. Toda justificación de la violencia es ideológica.
El inconformismo que ha llenado las calles rompe la aparente quietud en la que vivimos y nos provoca en eso que tenemos genuinamente humano: el sentido de la insatisfacción y el deseo de cambiar para que se cumplen la justicia y la verdad. El grito de insatisfacción que ha estallado en las calles, sin necesidad de guías ni líderes carismáticos o propuestas definidas, común a un gran número de reivindicaciones, nos pone delante del protagonismo del hombre. Las personas ya no se sienten representadas, porque la política ha dejado de ser una búsqueda del bien común y se ha convertido en una lucha por la hegemonía entre los partidos, cuya atención va orientada a la conservación del poder y no a las necesidades reales de la sociedad.
¿Qué sociedad queremos construir? ¿Cómo debe utilizar el gobierno los recursos públicos? ¿Cuáles son los cambios realmente necesarios? Estas son preguntas antiguas y legítimas que reaparecen en las manifestaciones que están llenando las plazas de las grandes ciudades de Brasil.
¿Qué se puede hacer para que el ímpetu que ha suscitado estas manifestaciones sea verdadero y dure en el tiempo? ¿Qué es lo que yo deseo? El Papa Francisco, en su discurso a los participantes de la Asamblea Diocesana de Roma, el 17 de junio de 2013, dice: «La verdadera revolución, la que transforma radicalmente la vida, la realizó Jesucristo a través de su Resurrección: la Cruz y la Resurrección», porque lo que cambia la historia es lo que cambia el corazón del hombre.
¿Qué puede sostener la esperanza de un cambio?
Todos queremos vivir por un ideal, por algo que sea capaz de vencer la desilusión que nace del deterioro natural de las manifestaciones y de los intentos de cambio, que nos pueden sacar por un instante de la pérdida de esperanza y del escepticismo. El Papa dice en su discurso que: «El cristiano debe ser valiente y ante el problema, ante una crisis social, religiosa, debe tener el valor de ir adelante, ir adelante con valentía. [...]Pero ir adelante con esta paciencia, con esta paciencia que nos da la gracia. Pero, ¿qué debemos hacer con la valentía y la paciencia? Salir de nosotros mismos: salir de nosotros mismos».
La construcción de lo nuevo comienza a partir del testimonio de personas y de ámbitos humanos en la sociedad que muestran ya nuevas formas de solidaridad, que atienden las necesidades educativas, sanitarias y culturales de la gente, tomando en consideración los deseos más profundos del corazón del hombre. «Involucrarse en la política es una obligación para un cristiano. [...]Tenemos que involucrarnos en la política porque la política es una de las formas más altas de la caridad, porque busca el bien común» (Papa Francisco, Encuentro con los representantes de las escuelas jesuitas en Italia y Albania, 7 de junio de 2013).
«Desde su pobre realidad llena de límites, la Iglesia sigue ofreciendo a los hombres, también en estos días, la única contribución verdadera, aquello por lo que ella misma existe – y que el papa Francisco recuerda continuamente –: el anuncio y la experiencia de Cristo resucitado. Él es el único capaz de responder exhaustivamente a la espera del corazón humano, hasta el punto de hacer a un Papa libre para renunciar por el bien de su pueblo.
Sin la experiencia de una positividad real, capaz de abrazar todo y a todos, no es posible volver a empezar. Este es el testimonio que todos los cristianos, empezando por los que están más implicados en política, están llamados a dar, junto a cualquier hombre de buena voluntad, como contribución para desbloquear la situación: afirmar el valor del otro y el bien común por encima de cualquier interés partidista» (Julián Carrón, La Repubblica, 10/04/2013).
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