La victoria es de la Pascua y de la inmortalidad...
Página UnoApuntes de las intervenciones de Luigi Giussani en los Ejercicios Espirituales de la Fraternidad de Comunión y Liberación. Rímini, 24 y 25 de abril de 2004
Sábado 24, por la tarde
La lección de Carrón es lo mejor que el Señor me ha dado a entender a lo largo de estos años de Ejercicios espirituales. Os ruego que pidáis a vuestros sacerdotes y a vuestros responsables que os pasen el texto del discurso de Julián Carrón. Es lo más bello que he escuchado en mi vida; la invitación más clara, más sugerente, a comprender que el sujeto de la gracia que Cristo nos ha concedido es ese pueblo que, ante todo lo que sucede en la vida, será siempre el cauce de la donación apasionada de algo grande, grande sin comparación.
Espero, pues, que el Señor me conceda la gracia de participar en vuestros encuentros para escuchar de nuevo la formulación del sentido que tienen las cosas tal como hoy se ha hecho. Sé que no consigo explicarme bien; para ello debería lograr lo que acaba de hacer Carrón ahora, pero creedme, nosotros queremos ser fieles a Cristo. La fidelidad a Cristo es la fidelidad al hecho de que el sentido de la vida existe, se ha desvelado, es relevante y se ha desvelado para cada uno de nosotros; por ello, es asombroso que la condición de la vida sea en cualquier caso positiva.
Personalmente, me encuentro en unas condiciones que me permiten “calcular” lo que mi experiencia aporta al destino para el que estamos hechos, al que estamos ordenados. No es un acto particular, no es una victoria particular, es la verdadera
victoria, que es gritar la positividad de nuestra vida, pues la victoria de Cristo, en su muerte, viene de allí. Su lectura de la vida no está dominada por el mal, ni por la dificultad del lenguaje, ni estriba en usar nuevas palabras, sino que está determinada de modo infalible –sí, de manera infalible–, porque infalible es esta positividad del tiempo, esta positividad de nuestra existencia.
Que también un pagano esté llamado a testimoniar la verdad*, la victoria de Cristo en su vida, es algo que ciertamente habrá que recordar. Nos lo tendremos que recordar día tras día; recordar todos los días la victoria de la salvación, la victoria de la victoria, la victoria de la resurrección de Cristo. La victoria de Cristo hará que ceda nuestro corazón, convirtiéndolo así en instrumento de ese conocimiento que nuestros compañeros de este pueblo, nuestros compañeros de comunidad, nuestros compañeros en la comunión tendrán el derecho y el deber de comunicarnos, haciendo de la positividad de la vida la salvación de lo que siempre hemos querido.
El problema no es una victoria que sea como un relieve dentro de la muerte, sino que la muerte tenga un sentido dentro del fervor de una vida.
Os ruego que me llaméis, que me brindéis la oportunidad de admirar vuestra fidelidad, la fidelidad de vuestra decisión, la fidelidad de vuestra compañía, la fidelidad en nuestra compañía, porque ésta es la compañía que salva al mundo.
* Véase la carta de Abdulkadir Abdi Farra publicada en este número en p. 7.
Domingo 25, por la mañana
Permitidme que os salude de nuevo. Cuanto más lo pienso, más veo la necesidad de dar gracias al Señor y a cada uno de vosotros por el tema de los Ejercicios de este año, que es el más bello y profundo que se pueda imaginar. Porque la victoria de Cristo es una victoria sobre la muerte. Y la victoria sobre la muerte es una victoria sobre la vida. Todo tiene una positividad, un bien que lo invade todo de tal manera que al final –cuando el Señor nos llame– manifestará el atractivo profundo por el que este mundo ha sido hecho.
Por tanto, cada uno de nosotros debe sostener con valor esta positividad de la vida, de modo que cualquier contradicción o dolor encuentre respuesta positiva en el cauce de esta vida.
Así, por ejemplo, espero que podamos llegar a vivir de acuerdo con el Señor, que Él nos ilumine en lo que habremos de hacer, en las “nuevas” condiciones en las que nos irá poniendo, para que podamos ver cómo la vida del hombre es toda ella positiva, profundamente positiva en su objetivo final.
Porque la vida es hermosa: la vida es bella, es una promesa que Dios nos hace con la victoria de Cristo. Por eso, al levantarnos cada día –cualquiera que sea la situación que experimentamos, incluso la más difícil o dolorosa en extremo– hay un bien a punto de nacer en el límite de nuestro horizonte humano.
Asimismo, hemos de traducirlo también en consonancia con la circunstancia histórica. Tenemos que repensar la historia misma de nuestra vida, así como la de todos los pueblos del mundo, desde sus comienzos hasta su destino último –decíamos antes–, hasta el extremo confín de esa realidad que es la vida del hombre. Porque ésta requiere una atención nueva, una atención que vislumbre el gran premio que la vida lleva dentro –¡el gran premio!–, el premio que está en el fondo de cada cosa para cada hombre. Hemos de ayudarnos, sostenernos y ser hermanos en esta positividad última frente a cualquier dolor: es un temple que hace pacífica nuestra adhesión.
Y “estudiar” la historia de la humanidad con esta hipótesis explicativa constituirá una nueva forma de agradecer a quien nos hace estallar de alegría ante la bondad de Dios, ante Su bondad.
Os deseo a todos que en el curso de vuestra vida podáis hallar el bien que es Cristo resucitado, que podáis encontrar lo que sostiene la positividad que hace razonable seguir viviendo.
¡Alabado sea el Señor, victorioso sobre la muerte y sobre nosotros!
Os saludo a todos.