La tragedia de Realengo. “El Misterio presente, la victoria sobre el mal”
El tsunami de Japón nos dejó a todos sin palabras, ante tanto misterio no es posible decir nada. Pero, aunque pareciera absurdo, aún quedaba un último consuelo al decir que la fuerza de la naturaleza en la historia siempre se hace presente. Pero que un joven de 23 años entre en un colegio, dispare indiscriminadamente y mate a 12 niños, esto quizá sea peor que un tsunami. Te hace gritar de rabia, da asco. No tiene ningún sentido, sólo el mal.
Para los que tienen fe, existe un Misterio. ¿Qué significa realmente que estamos delante de un Misterio? Un Misterio como el hecho de que Dios se haya hecho hombre, haya muerto y resucitado.
Este hecho (la resurrección) para nosotros, cristianos –católicos practicantes o simpatizantes, agnósticos o ateos– es algo tan sabido que se ha convertido en una noción histórica o un relato mitológico. Pero que sea el criterio para juzgarlo y mirarlo todo hoy, en el mundo de hoy, nos resulta muy difícil. Que sea un hecho capaz de cambiar la forma en que nos despertamos por la mañana, vamos a trabajar, miramos todo lo que sucede, lo bello y lo trágico, es algo muy difícil para nosotros los modernos. Pero nosotros los modernos tenemos una ventaja: somos los que más necesidad tenemos ahora de Él, delante de todo aquello que nos deja atónitos y sin palabras en este mundo sin Dios nosotros somos ahora los que más necesitamos de Dios, de un Dios que ha muerto y resucitado y que tiene necesidad de mí. No un Dios lejano, que entonces no tendría necesidad de sufrir y morir por el hombre, sino un Dios amigo que tiene compasión de mi nada, me da el ser, y se hace compañía para mí.
Con todo lo que ha sucedido en este colegio, queremos ponernos delante de dos testigos que nos dicen que es posible vivir con un sentido, con la certeza de la presencia de Dios hecho hombre, ahora, no en el más allá, sin censurar ni olvidar nada. Estas palabras son la experiencia de dos hombres a los que queremos mirar, frente a este Misterio queremos implorar que se conviertan en nuestra mirada y nuestra certeza, la de una Presencia amiga que existe ahora.
«Si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación carece de sentido y vuestra fe lo mismo» (1 Co 15,14). La fe cristiana se mantiene o cae con la verdad del testimonio de que Cristo ha resucitado de entre los muertos. Si se prescinde de esto, aún se pueden tomar sin duda de la tradición cristiana ciertas ideas interesantes sobre Dios y el hombre, sobre su ser hombre y su deber ser –una especie de concepción religiosa del mundo–, pero la fe cristiana queda muerta. En este caso, Jesús ya no es el criterio de medida; el criterio es entonces únicamente nuestra valoración personal que elige de su patrimonio particular aquello que le parece útil. Y eso significa que estamos abandonados a nosotros mismos. La última instancia es nuestra valoración personal. Sólo si Jesús ha resucitado ha sucedido algo verdaderamente nuevo que cambia el mundo y la situación del hombre. Entonces Él, Jesús, se convierte en el criterio del que podemos fiarnos. Pues, ahora, Dios se ha manifestado verdaderamente.
Benedicto XVI
El acontecimiento no sólo identifica lo que sucedió en un momento preciso, dando origen a todo, sino también lo que aviva el presente, lo define y le da un contenido, lo que hace posible el presente. Lo que sabemos o lo que tenemos llega a ser experiencia sólo si es algo que se nos da ahora: hay una mano que nos lo ofrece ahora, hay un rostro que viene hacia nosotros ahora, hay una sangre que corre ahora, hay una resurrección que acontece ahora. ¡Sin este «ahora» no hay nada! Nuestro yo sólo puede ser movido, conmovido, es decir, cambiado, por algo contemporáneo: un acontecimiento. Cristo es un hecho que me está sucediendo. Entonces, para que llegue a ser experiencia lo que sabemos - Cristo, las palabras sobre Cristo -, necesitamos un hecho presente que nos sacuda y nos provoque: alguien presente, como lo fue para Andrés y para Juan. El cristianismo, Cristo, es exactamente lo mismo que fue para Andrés y Juan cuando le siguieron; imaginaos el momento en que se volvió hacia ellos, ¡cómo se quedarían! Y cuando fueron a su casa... Así fue y así sigue siendo, siempre, hasta ahora, ¡hasta este mismo momento!
Luigi Giussani
Pedimos por las víctimas y por las familias que han perdido a sus amados hijos, uniéndonos en oración a nuestro arzobispo y a toda la Iglesia de Río de Janeiro.