La religiosidad auténtica y el poder
OccidenteDe una conversación de Luigi Giussani con un grupo de Comunión y Liberación
¿Qué piensas de la cultura occidental? Esta pregunta es importante para nosotros porque vivimos en un país que quiere ser la expresión y la realización de lo que es Occidente.
Don Giussani: En primer lugar, creo que la cultura occidental posee unos valores que se han extendido en todo el mundo tanto cultural como socialmente. Hay que añadir una observación: la civilización occidental ha heredado del cristianismo estos valores. El valor de la persona, totalmente inconcebible en la literatura universal, porque la dignidad de la persona se puede concebir sólo si se reconoce que no deriva integralmente de la biología de padre y madre, pues de otro modo sería como una piedra arrastrada por el torrente de la realidad, una gota dentro de una ola que se estrella contra la roca.
El valor del trabajo, que en la cultura mundial, en la antigua al igual que en la de Engels y Marx, se concibe como una esclavitud, mientras que Cristo define el trabajo como la actividad del Padre. El valor de la materia, que supone la abolición del dualismo entre un aspecto noble y uno innoble de la vida de la naturaleza, cosa que queda abolida por el cristianismo. La frase más revolucionaria de la historia de la cultura es la de san Pablo: «Toda criatura es buena»1, por la que Romano Guardini puede decir que el cristianismo es la religión más “materialista” de la historia2. El valor del progreso, del discurrir del tiempo como algo cargado de significado, porque el concepto de historia exige la idea de un designio inteligente.
Estos son los valores fundamentales de la civilización occidental, en mi opinión. No he citado otro, porque está implícito en el concepto de persona: la libertad. Si en el hombre todo deriva de sus antecedentes biológicos, como pretende la cultura imperante, entonces el hombre es esclavo de la casualidad de los sucesos y por tanto es esclavo del poder, porque el poder representa el emerger provisional de la fortuna en la historia. Pero si en el hombre hay algo que deriva directamente del origen de las cosas y del mundo, es decir, el alma, entonces el hombre es realmente libre. El hombre no puede concebirse libre en sentido absoluto. Puesto que antes no existía y ahora existe, depende, por fuerza.
La alternativa es muy sencilla: o depende de Aquello que hace la realidad, es decir, de Dios, o depende del movimiento casual de la realidad, es decir, del poder. La dependencia de Dios es la libertad del hombre con respecto a los demás hombres. La falta trágica, el error terrible de la civilización occidental es haber olvidado y renegado de esto. En nombre de su propia autonomía, el hombre occidental ha acabado siendo esclavo de cualquier poder. Y todo el desarrollo astuto de los instrumentos de la civilización incrementa esta esclavitud. La solución es una batalla para “salvar”; no una batalla para detener la astucia de la civilización, sino la batalla por redescubrir y testimoniar la dependencia del hombre con respecto a Dios. Lo cual ha sido a lo largo de todos los tiempos el verdadero significado de la lucha humana, la lucha entre la afirmación de lo humano y su instrumentalización por parte del poder, cosa que ahora ha llegado al extremo. Juan Pablo II nos ha alertado muchas veces: el peligro más grave de hoy no es ni siquiera la destrucción de los pueblos, el asesinato, sino el intento del poder de destruir lo humano. Y la esencia de lo humano es la libertad, la relación con el infinito. Sobre todo en Occidente el hombre que se siente hombre tiene que librar esta batalla entre la religiosidad auténtica y el poder.
El límite del poder es la religiosidad verdadera. El límite de cualquier poder, civil, político o eclesiástico.
Notas:
1. Cf. 1Tm 4,4.
2. Cf. R. Guardini, Studi su Dante, Morcelliana, Brescia 1967, p. 231