La muerte de don Giussani. Signo de contradicción

Pio Cerocchi

La muerte de don Luigi Giussani, además de la consternación que siempre acompaña a las personalidades que han hecho “compañía” a otras generaciones, vuelve a abrir el capítulo infinito de las revisiones historiográficas. Una recuperación justa de este gran sacerdote del siglo XX obliga a muchos, y en particular a la izquierda, a revisar algunos de sus juicios, que afectan tanto al hombre como a la obra que de su enseñanza ha nacido en la Iglesia y en la sociedad. Y son muchos hoy, por citar un verso famoso, los que “le deben llorar”. Esta muerte, de hecho, es una noticia que nos alcanza junto con tantas otras que desvelan sin piedad la trágica dureza que ha marcado los últimos decenios de ese “siglo breve”. Ya desde el inicio de los años cincuenta, don Luigi anticipó esos avatares con su crítica a la «absoluta insensibilidad a la dimensión cultural» de la clase dirigente de entonces, de la cual tomó la idea de la primacía de la educación, de la escuela y de la universidad. Una elección fuerte respecto al quietismo religioso y a la indiferencia burguesa entonces imperantes. Así, también él –como reza el título del último libro firmado por Karol Wojtila antes de ser elegido Papa– ha sido “signo de contradicción”, en el sentido de haber impulsado a los muchos que directamente le seguían y luego a muchos otros, a “pensar la fe”. Y no abstractamente, sino “implicando” la vida (…) En su entrega a Dios, aparece como una referencia que ayuda a interpretar una modernidad que en sus conquistas atisba también la irreductibilidad de sus límites. Esta muerte da que pensar: hay mucho que escribir en la historia del siglo XX. También el capítulo de don Luigi Giussani y de sus estudiantes.