La moralidad en el acto de conocer

Antología
Luigi Giussani

El sentido religioso, Encuentro, Madrid 1987, pp. 52-53

Puesto que la moralidad consiste en adoptar tina actitud justa ante cada objeto, también está determinada a su vez por el objeto en cuestión. Por ejemplo, si uno enseña y otro trabaja en la ventanilla de una caja postal de ahorros, el primero debe ser moral al enseñar, y el segundo al cobrar el dinero e ingresarlo en las cuentas corrientes: son dos dinámicas diferentes. La moralidad tiene, pues, una dinámica diversificada. ¿De qué aplicación de la moralidad estamos tratando aquí? En nuestro caso se trata de una actitud adecuada y justa en la dinámica del conocimiento de un objeto. Queremos describir en qué consiste la moralidad por lo que respecta a la dinámica del conocimiento.
Si este objeto no me interesa, lo dejo de lado, y como mucho me conformo con cierta impresión que me transmite el rabillo del ojo al registrar su presencia. Por el contrario, para fijarme en un objeto de tal manera que pueda dar un juicio sobre él debo someterlo a mi consideración. Pero —insisto—, para poner un objeto bajo mi consideración, debo tener interés por él. ¿Qué quiere decir tener interés por un objeto? Tener deseo de conocer lo que ese objeto es verdaderamente.
Parece algo banal, pero no es asunto que se practique con facilidad, pues generalmente nos empeñamos en conservar y avalar las opiniones que tenemos sobre los objetos, y especialmente sobre ciertos objetos. Más en concreto, somos proclives a permanecer ligados a las opiniones que ya tenemos sobre los significados de las cosas y a pretender justificar nuestro apego a esas opiniones.
Cuando un chico está enamorado de una chica, si su madre, tratando de ser objetiva y sincera, le llama la atención sobre algunos inconvenientes, el chico tiende a no tenerlos en cuenta, apelando a cualquier cosa que avale la opinión que él se ha formado de la chica.
En su aplicación al campo del conocimiento ésta es la regla moral: que el amor a la verdad del objeto sea siempre mayor que el apego a las opiniones que uno tiene de antemano sobre él. Concisamente se podría decir: «Amar la verdad más que a uno mismo».
Un ejemplo llamativo: en el ámbito de una mentalidad como la que ha creado el poder, y sobre todo ese instrumento supremo del poder que es la cultura dominante, tratemos de pensar qué es lo que ha pasado con Dios, con la religiosidad o con el cristianismo desde la segunda mitad del siglo XIX hasta hoy. Todos crecemos atiborrados de opiniones al respecto que nos impone el ambiente bien por osmosis o con abierta violencia. Poder dar juicios verdaderos acerca de estas cuestiones, ¡qué desgarro exige!, ¡qué esforzada libertad hay que tener para romper con el apego a las impresiones heredadas!
Es una cuestión de moralidad. Cuanto más vital es un valor, cuanta más naturaleza de propuesta para la vida tiene, menos es cuestión de inteligencia conocerlo y más de moralidad, es decir, de amor a la verdad más que a nosotros mismos. En concreto se trata del deseo sincero de conocer el objeto en cuestión de manera verdadera, por encima del arraigo que tengan en nosotros opiniones formadas o inculcadas con anterioridad.