La lengua, el alma de un pueblo
En la Amazonía peruana se distinguen actualmente hasta 13 familias lingüísticas diferentes, agrupadas en más de 50 etnias. Esto convierte a Perú en uno de los países más heterogéneo de América. Estas etnias viven en comunidades dispersas y aisladas entre sí, en su mayoría -según el Instituto Nacional de Estadística e Informática peruano existen más de 1.700 comunidades indígenas-, siendo el río Amazonas la única vía de comunicación.
Esta situación dificulta la educación entre la población indígena. Es el caso de Jovita Vasquez, que, para estudiar secundaria, tuvo que abandonar su aldea y mudarse a la ciudad de Atalaya. Sin embargo, el principal problema se encuentra en la escuela primaria (clases que los pequeños reciben en sus propias aldeas, en la mayoría de los casos), donde los profesores desconocen la lengua autóctona e imparten lecciones en español, idioma que le es ajeno a los niños, frenando así su aprendizaje. Éste es el principal motivo por el que nace Nopoki, conocida como la Universidad de los Indígenas, un proyecto que estos días se presenta en diferentes centros académicos de Andalucía.
Nopoki nació en 2006 de la mano de la ONG Cesal, junto con el obispo Gerardo Zerdín, y la Universidad Católica Sede Sapientae de Atalaya. Se trata de un centro de formación de profesores bilingües (español más la lengua materna de cada estudiante). Éste permite a los jóvenes que hayan cursado estudios de secundaria diplomarse y retornar a sus comunidades de origen para dar clases, convirtiéndose así en referentes y protagonistas de su desarrollo.
Este proyecto fue presentado el pasado viernes en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla, con la participación del decano del centro, Juan de Pablos; el director de la Agencia Andaluza de Cooperación Internacional para el Desarrollo de la Junta de Andalucía, Enrique Centella; y Pablo Llanos, director de Cesal, ONG que este año cumple su 25 aniversario. Y el lunes, a las 19:00, se expondrá en la nueva sede de la Fundación CEU San Pablo, en la avenida Cardenal Bueno Monreal.
Jovita Vasquez, profesora de la lengua nativa shipibo en Nopoki; y Edinson Rúa, docente del centro de investigación para el desarrollo social de Atalaya, son dos antiguos alumnos de la primera promoción de esta universidad. "El pueblo indígena siempre ha estado excluido. No fue hasta los años 80 cuando el Gobierno peruano se hizo cargo de la educación académica en esta zona. Sin embargo, los programas impuestos no se correspondían con la realidad lingüística", señala Rúa. "Hasta que en 2006 no llegó Nopoki, no se empezó a dar respuestas a las necesidades de la realidad peruana".
Jovita Vasquez, que hoy, con 35 años, es edil en el municipio de Atalaya, recuerda sus primeros años en el colegio: "En la escuela primaria, mi profesor no hablaba nuestra lengua materna y nosotros no sabíamos español. Tuvimos que hacer un gran esfuerzo para adquirir los conocimientos y esto retrasó nuestro aprendizaje. Pero yo quería estudiar y me esforcé". Esta peruana consiguió cursar secundaria en la ciudad, a pesar de la lejanía de su hogar, que estaba a dos días navegando en bote por el río. "Trabajaba por el día y estudiaba por la noche, ya que mis padres eran agricultores y no tenían recursos". Al finalizar, Jovita tuvo que regresar a su comunidad, pero dos años más tarde escuchó hablar del proyecto Nopoki gracias al obispo Gerardo Zerdín.
"El nacimiento de Nopoki fue como un milagro en el corazón de la selva", señala su compañero Edinson Rúa, perteneciente a la etnia asháninka. "De pequeño pensaba que en el mundo sólo existía mi comunidad, mi familia. En Nopoki conocí a otros jóvenes y su cultura y costumbres. La universidad potencia la interculturalidad", explica Edinson Rúa, de 28 años, al tiempo que recuerda que la primera vez que fue a la universidad tuvo que viajar a pie por la selva durante tres días.
Nopoki cuenta con tres programas de estudios bilingües (magisterio, administración e ingeniería agropecuaria), además de tres talleres que complementan a la educación académica: costura, carpintería y cocina. Entre 2011 y 2013 se han graduado 95 alumnos.
Durante los cinco años que dura su formación, los jóvenes conviven y colaboran en las labores de mantenimiento del centro, así como en el cultivo de los alimentos para el autoabastecimiento. "Al principio no teníamos nada. Recibíamos clases en espacios muy reducidos. Más tarde se construyó el albergue, un comedor y las aulas. Nosostros mismos ayudamos a la construcción del centro como mano de obra", indica Vasquez. Su compañero, Rúa, añade: "Para nosotros no ha sido difícil convivir. Quizás al principio sí, pero ahora nos consideramos como un hermano más, un aliado más, aunque seamos de distintas etnias". Y es que todos parten de la misma premisa: la lengua como base de la dignidad de un pueblo, su alma.