La fe de Nelson Mandela
Nelson Mandela tuvo varias vidas: militante comunista, prisionero pacifista y un presidente carismático. También fue el único en recibir el premio Nobel de la Paz después de haber recibido el premio Lenin, y luego la Medalla de la Libertad, la más alta condecoración estadounidense. ¿Qué hilo conductor pudo unir todas estas vidas sucesivas y aparentemente un poco contradictorias? Nos arriesgaremos aquí a adelantar una hipótesis que sin duda confirmarían sus carceleros, y luego los afrikáners que negociaron con él el fin del apartheid: el camino de Mandela, que le llevó de la violencia a la redención, fue trazado por su fe cristiana.
¿Mandela cristiano? Adquirí esta convicción durante un solo encuentro en Johannesburgo en 1992. La influencia de Mandela, a la que todos sus interlocutores eran sensibles, me pareció más de tipo mística que política. Mandela, por supuesto, era cristiano, así como la mayoría de los sudafricanos, sea cual sea el color de su piel. Los pioneros afrikáners, que fundaron este país, se consideraban como una tribu de Israel en el exilio; estaban y siguen estando condicionados por su lectura asidua del Antiguo Testamento. Fue sobre todo este evangelismo el que difundieron en Sudáfrica. La reconciliación entre el movimiento nacional africano, el ANC, inspirado, más que presidido, por Nelson Mandela, y Frederik de Klerk, el presidente sudafricano hasta 1991, fue, sin lugar a dudas, un acto de fe compartido por dos hombres que pertenecían a una misma confesión cristiana. El bloqueo económico del país por parte de Occidente contribuyó al fin del apartheid, pero no lo determinó. No fue el boicot de las naranjas sudafricanas por parte de los consumidores europeos y estadounidenses lo que acabó con el apartheid, sino Cristo, o, más exactamente, la creencia en Él.
La fe también explica e ilumina el camino que llevó a Mandela del comunismo a la democracia liberal, y de la acción violenta a la reconciliación pacífica. Recordemos que, en 1962, Mandela fue condenado a cadena perpetua por haber organizado atentados con bombas contra puestos de la Policía, que causaron varias víctimas. Mandela fue condenado por un delito muy real. El ANC, en la época en que Mandela ocupaba en él una función eminente pero no importante, era una rama del movimiento comunista internacional; con el apoyo de la Unión Soviética, defendía la violencia revolucionaria. El encarcelamiento de Mandela fue políticamente injusto, pero tenía una base legal, algo que él jamás negó. En la cárcel, dejó de creer en la Revolución y en el comunismo. ¿Fue porque la URSS se hundía, que es lo que los rivales de Mandela creyeron en aquel entonces? ¿O fue tras concluir su meditación personal? Nos inclinaremos por la meditación: la celda de Mandela en Robben Island, atestada de libros y de manuscritos, era tan monacal como carcelaria.
Sabemos que en esta celda, además de Cristo, la memoria de otro profeta visitó a Mandela: el Mahatma Gandhi, que fue abogado en Sudáfrica, al igual que lo había sido Mandela. En Sudáfrica, en la comunidad india de Durban, Gandhi, directamente inspirado por el Sermón de la Montaña, como así lo reconoció, concibió y aplicó la No Violencia para derrotar al racismo de los blancos. Lo que Gandhi entendió, y lo que Mandela retomó para sí mismo, es que la No Violencia y la fuerza de la Verdad (Satyagraha) resultan más eficaces que el enfrentamiento violento, pero siempre que se actúe en una sociedad que comparta los mismos valores cristianos y humanistas. Al igual que Gandhi, Mandela incidió, por tanto, en la mala conciencia de los blancos, en Sudáfrica y fuera de ella. Así es como Gandhi fue «reconocido» en su época por los británicos como el líder de la independencia india, mientras que los indios todavía no lo habían designado como tal. Mandela, que no era el presidente del ANC, debido a su proyección internacional fue «reconocido» como líder evidente de la liberación nacional fuera de Sudáfrica, antes de serlo en el interior, igual que había sucedido con Gandhi. Señalemos, llegados a este punto, el papel destacado del obispo anglicano Desmond Tutu, que se esforzó con éxito por convencer a los fieles protestantes en EE.UU. y en Gran Bretaña de que el fin del apartheid era un deber ético y que Mandela lo encarnaba.
La fe de Mandela permitió la reconciliación no solo entre los negros y los blancos bajo una misma bandera nacional, sino también –algo que se pasa por alto con frecuencia, visto desde Europa– la reconciliación entre los pueblos negros, ya que en la época del apartheid la hostilidad entre los xhosas (la etnia de Mandela) y los zulúes (la etnia del actual presidente, Jacob Zuma) era cuando menos tan fuerte como entre los negros y los blancos. En la época del apartheid, los zulúes se aliaron a menudo con los blancos contra los xhosas, al igual que las minorías indias y mestizas. Sudáfrica era, y sigue siendo, un puzle étnico que no cuenta solo con dos bandos enfrentados, sino con una multitud.
Finalmente, ¿puede haber algo más cristiano que la Comisión para la Verdad y la Reconciliación, fundada por el presidente Mandela y presidida por Desmond Tutu? En vez de en las venganzas y en los ajustes de cuentas que se esperaban y se temían después de los años de violencia interracial, esta comisión se basó en la confesión y en el perdón. La mayoría de los que aceptaron reconocer su culpa, e incluso los crímenes cometidos en nombre del apartheid o contra el apartheid, blancos y negros, fueron amnistiados. Exceptuando a los que cometieron los crímenes más graves, fueron muchos los que regresaron a la vida civil, exonerados por su confesión.
Si observamos la historia del siglo XX, a los hombres de Estado que mejoraron nuestro mundo y cuyo nombre merece ser recordado, que son muy escasos, les movió la fe, una fe religiosa o casi religiosa, y no una ideología. Es una paradoja de una época a la que llaman laica, pero que, en realidad, está marcada por la trascendencia o por su deseo.