La Europa peligrosa
En el lenguaje médico se denominan “episodios centinela” aquellos hechos que alertan del peligro de una epidemia u otros desordenes patológicos. El veto por parte de un comité del Parlamento Europeo al nombramiento de Rocco Buttiglione como comisario de Justicia e Inmigración es uno de estos episodios. Al presentarse para asumir dicho cargo, Buttiglione declaró que era católico y, coherentemente con ello, que era contrario a los matrimonios entre homosexuales y a esa idea de la feminidad que no contempla el papel natural de madre de familia. Declaró también que éstas son sus convicciones y que las sostendrá, siendo consciente y respetuoso con la posibilidad de que el Parlamento europeo pueda rechazarlas. A pesar de esta última declaración ha sido vetado.
Hay otros hechos significativamente alarmantes: en Toulon se ha prohibido a un sacerdote llevar sotana porque ello supone “ostentación” de un signo religioso; en Suecia se ha condenado por discriminación a un pastor protestante por haberse declarado contrario a los matrimonios entre homosexuales; en Baden Wuerttemberg el tribunal regional ha prohibido que las monjas lleven su velo durante las clases, equiparándolo al velo de las musulmanas; por no hablar, por último, de esa forma peculiar de antisemitismo por la cual se acepta a los judíos sólo cuando no son miembros del estado de Israel o religiosos.
Esta Europa que rechaza las raíces judeocristianas, quedándose así sin sus propias raíces, es peligrosa. Como es sabido, quien no conoce la Historia está condenado a repetirla, también en sus aspectos peores y más liberticidas. No basta con que el partido político al que pertenece Buttiglione y las comunidades religiosas afectadas por los hechos arriba mencionados tomen postura al respecto. También los que no comulgan con sus creencias religiosas deben decir algo. Hemos llegado a un punto en el que, con el pretexto de defender la posibilidad de que todos profesen su propia verdad relativa, se va introduciendo un totalitarismo cultural que niega la libertad de conciencia, de pensamiento y de opinión. ¡Qué mal ha acabado aquel lema de la Revolución Francesa: “No estoy de acuerdo con tus ideas, pero lucharé para que puedas expresarlas”! De modo especial, los católicos, cualquiera que sea su opción política, no pueden aceptar verse reducidos al silencio, y ya no sólo en el ámbito público, sino también en el privado.