La Europa de Montecassino
En Montecassino se dieron cita, hace 70 años, la valentía, la fe, el amor a la verdad, a la libertad y a la cultura, el sacrificio y la dignidad
«LA bandera de Polonia ondea sobre las ruinas del antiguo monasterio». Con estas palabras anunciaba la BBC el 18 de mayo de 1944 que había concluido la fiera batalla de Montecassino. Tras cinco meses de brutal batalla, con infinidad de bajas por ambos lados; después de tres ofensivas aliadas repelidas por las fuerzas alemanas que habían retrasado así en meses la ofensiva hacia Roma, con la toma de los restos del monasterio en la cumbre quedaba expedito el camino para la liberación de la Ciudad Eterna. Los primeros en llegar a los humeantes escombros fueron voluntarios polacos, huidos de su patria aplastada por Hitler y Stalin. Entre ellos, oficiales milagrosamente escapados de la matanza de Katyn. Y en Cassino también heroicos protagonistas, como lo fueron en la Batalla de Inglaterra en los cielos de Londres. Su bandera entre las aliadas era un canto de esperanza a la libertad de toda Europa, que habría de frustrarse muy pronto, cuando Stalin toma el relevo de Hitler en sojuzgar Europa central y oriental. Cuando cayó el telón de acero.
Los políticos ahora en campaña electoral no se han acordado de Montecassino hace 70 años. Del drama bélico en aquella abadía fundada en el año 524 por san Benito de Nursia, cuna de la orden benedictina que extendería por toda Europa la fe como el estudio y el arte. Y la conciencia europea. Hoy pocos políticos saben de la batalla o de la abadía. Ni de benedictinos ni de conciencia europea. Que no es la de la burocracia, el fervor regulatorio y los sueldos de Bruselas. Los británicos y los polacos, siempre respetuosos con su historia, han honrado Montecassino. Londres envió al príncipe Harry. Los polacos, una nutrida representación. Este 2014, año de tremendas efemérides. 1914, 1939, 1944, 1989. ¡Cuánto habría para hablar a los europeos de lo mucho bueno que se ha hecho en Europa desde entonces! Y de lo mucho que se hizo y se hace mal. Y de lo mucho que puede perder. De los inmensos peligros que acechan. De los que solo se toma conciencia si se tienen en la retina los cementerios llenos de jóvenes que cubren todo el continente. Que murieron en horrores y en grandes gestas. Como los que reposan en el cementerio polaco junto a Cassino. Los 1.024 que dieron la vida en Italia por liberar Roma pero también Varsovia. Allí están las lecciones a dar. También en alemanes como el comandante Julius Schleger, un vienés al que debemos que Montecassino se reconstruyera en su esplendor, según sus planos originales. Él los sacó de la abadía junto a joyas de la pintura, desde obras de Leonardo a Ticianos, incunables y otros documentos de la milenaria biblioteca. Y con los restos de San Benito de Nursia, el fundador, en 100 camiones, puso todo ello a salvo en el castillo de SantŽAngelo de Roma. Por amor a Europa, a su espíritu y herencia.
En Montecassino, con casi 1.500 años de historia como fortaleza de la oración, del pensamiento y el estudio, se dieron cita, hace 70 años, la valentía, la fe, el amor a la verdad, a la libertad y a la cultura, el sacrificio y la dignidad. En plena vorágine de violencia, odio y bombas. Lo evoco siempre con esta columna, como el nudo que une razón y emoción, hechos e ideas, fe e interrogantes. Todo lo que hizo fraguar en Europa esa civilización que, pese a sus muchos enemigos y a todas sus propias miserias, aun alberga, escondida de casi todos, la grandeza, la generosidad y el misterio de la fortaleza que invitan a la sublimación del ser humano.