La desilusión
Lo amamos ya. Escuchar a un papa en español es un privilegio que nos ha permitido tenerlo en casa desde el principio. La extraordinaria sencillez y el estilo franco y coloquial explican su popularidad en España. La verdad, lo esperábamos en Ávila. No muchos países pueden presumir de tener una doctora de la Iglesia y, además, Teresa era una hembra de armas tomar, como las que le gustan al Santo Padre, pero es verdad que Francisco, aunque ha sido puesto por el Espíritu Santo, no puede estar en todas partes, como su mentor. Lo reclama el mundo entero y las periferias tienen seguramente más derecho, que bastantes siglos llevan en segunda fila. También contribuye, supongo, a la decisión de Roma, que los papas hayan visitado ocho veces nuestro país desde Pablo VI, realmente somos unos privilegiados. Me hubiese gustado, lo confieso, ver al padre Jorge recortado sobre las murallas medievales, como un reencuentro entre la vieja madre España y el nuevo continente, entre la Iglesia continental y la Argentina de plata. Es hermoso verlo paladear una lengua que en pocos lugares se vocaliza tan hermosamente como en Castilla. Habremos de acostumbrarnos a ver a Francisco lejos, en las Asias, las Américas y las Áfricas, y estará bien porque son nuestra esperanza esos sitios. Allí la fe es fresca y crece a raudales, de allí llegan sacerdotes que hacen retoñar nuestras parroquias esquilmadas, se invierten los términos de la evangelización: ahora dependemos de ellos para la buena noticia. Viajará lejos este pontífice tierno y generoso, pero aun desde países exóticos lo oiremos hablarnos cerca, al oído, de la misma manera que nos habla nuestra madre, en español. Dios es así de cariñoso.