La belleza del adiós
No se ha despedido como un líder mundial, aunque el mundo se lo reconozca, sino como un padre que quiere el bien de los hijos. Benedicto XVI no ha escondido su debilidad física de anciano de 85 años, lo que no le ha impedido dar las razones de su renuncia como Papa de la Iglesia Católica: "el bien de la Iglesia".
No ha hecho análisis o valoraciones políticas de su pontificado, tampoco ha mostrado palabras de amargura o crítica por las incomprensiones y prejuicios con los que ha sido juzgado durante años por propios y extraños.
Llegó hace 8 años a la cátedra de San Pedro, describiéndose como un "trabajador de la viña del Señor" y se marcha diciendo que él no es dueño de la Iglesia, que "la Iglesia es de Cristo". Pero que su "sí" al Creador es "por siempre y para siempre". No se jubila.
El papa Ratzinger se ha dirigiendo a todos, hablando como un hombre a otros hombres, hablando de corazón a corazón, y muchos le hemos entendido. No ha pretendido ser valorado por lo que ha hecho, que es sin duda mucho. Ha dedicado sus últimas palabras a hablar de lo que ama, del ideal de su vida que sigue vivo y joven. Ha dedicado palabras de agradecimiento hasta al invierno romano, a la vez que se ha mostrado realista y sincero, hablando también de sus días de sombras. Por último se ha definido a sí mismo sencillamente desde el balcón de Castelgandolfo como un "peregrino al final de su camino". Siempre emigrando de una ciudad a otra en busca de la Patria Definitiva. Nos deseó a todos en su último tweet: "Gracias por vuestro amor y cercanía. Que experimentéis siempre la alegría de tener a Cristo como el centro de vuestra vida".
La primera victoria del Papa alemán ha sido sin duda su persona, el camino que ha hecho como hombre de fe, que ha querido afirmar hasta el final su secreto: "donde hay Dios hay futuro".
No llegó a la Santa Sede para resolver problemas, aunque ha resuelto muchos, ni para decirnos lo que tenemos que hacer, como se esperaría de un clérigo. Quien lea atento sus mensajes no encontrará un ápice de moralismo. Tampoco Cristo vino a la tierra para ahorrarnos ninguna fatiga cotidiana o acabar con las dificultades de la vida.
Ha trabajado por la misión que tenía, la que le encomendó Cristo: cuidar de su rebaño y buscar a la oveja perdida. En ese sentido no ha cejado de construir puentes con todos los hombres, especialmente ha sido elocuente el diálogo con la modernidad. Y así se lo han reconocido muchos, como Wael Faroq, importante constitucionalista musulmán: "es un hombre que se convierte en acontecimiento, hombre acontecimiento, uno de los excepcionales casos en que las respuestas se transforman en preguntas y las preguntas en camino de asombro donde el amor y la fe no tienen límites".
Sin duda su legado es enorme y necesitaremos tiempo para asimilarlo. Comprender e incluir ha sido su modo de relacionarse con hombres de diferentes credos, mostrando una confianza en la razón y el corazón del hombre desafiantes. Nos ha mostrado a todos que piensa lo que dice y dice lo que piensa.
"Que el Misterio de la Encarnación sigan presentes para siempre. Cristo continúa caminando a través de los tiempos y los lugares". Así se despedía Benedicto XVI mientras caminaba inseguro y con pasos cortos, pero fuerte en su debilidad. Su límite y desgaste físico no le han impedido ser una Presencia que llena de esperanza, "el inicio de algo nuevo" como ha dicho a su biógrafo.