Introducción de don Julián Carrón mientras se esperaba al Papa
¿Qué sería una mañana si no volviésemos a encontrarLe, si no pudiésemos reconocerLe presente, una mañana en la que triunfase la distracción o el formalismo? ¿Qué sería la vida sin Ti, Cristo? Sería verdaderamente insoportable.
Solo si somos conscientes de esto podemos comprender la gracia que acontece cada mañana, cuando el Señor nos elige de nuevo, despertándonos del sueño para que Le sintamos compañero de camino, arrancándonos de nuestra desmemoria para poder reconocer que sigue vivo, para que comprendamos quién es.
Como hizo cuando llamó a María Magdalena por su nombre: “¡María!”. La llamó con tal intensidad que provocó que todas las fibras de su ser se estremecieran. No existe otro Cristo si no es el que María conoció. Desde entonces no hubo otra María, aquella mujer que había sido marcada por la llamada de Cristo. Igual que no hay otro Pablo que el que fue conquistado por Cristo: “Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí”.
Esto no sucedió solo en el pasado. Nosotros lo hemos visto en el presente. “Nos podemos hacer adultos y dar por sabida esta palabra [Cristo], pero mucha gente no le ha encontrado todavía, no le experimenta como una presencia real; cuando Cristo ha entrado en mi vida —decía don Giussani—, mi vida se ha topado con Cristo, precisamente para que yo aprendiese a comprender que Él es el punto neurálgico de todo, de toda mi vida. Cristo es la vida de mi vida”. Cristo entró en su vida para que pudiese experimentar que “la mayor alegría en la vida del hombre es sentir a Jesucristo vivo y palpitante en la carne de nuestro pensamiento y de nuestro corazón”. ¿Qué le pasaría a don Giussani para no poder evitar repetir una y otra vez la frase de Möhler: “Creo que ya no podría vivir si no Le escuchase hablar”?
El acontecimiento de Cristo nos ha alcanzado también a nosotros, pobres hombres, a través de él. “A medida que maduramos, somos espectáculo para nosotros mismos y, Dios lo quiera, también para los demás. Espectáculo de límite y de traición, y por tanto de humillación, y al mismo tiempo de seguridad inagotable en la gracia que se nos da y que se renueva cada mañana” (don Giussani).
Esa Gracia ha comenzado a penetrar en el mundo a través de la Virgen. Y hoy llega hasta nosotros para llenar el ánfora vacía de nuestro corazón. Pidamos que encuentre en nosotros la misma acogida.
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