Homilía en la Misa de IX aniversario de la muerte de don Luigi Giussani y XXXII del reconocimiento pontificio de la Fraternidad de CL
Me uno a vosotros en esta Eucaristía que tiene como motivo dar gracias al Señor por el carisma propio de Comunión y Liberación en la persona de su fundador, don Luigi Giussani. Me sumo y me siento con vosotros familia para darle gracias a Dios.
Es verdad que para llegar a ser encontrados por Dios todos los caminos son lícitos. La vida ordinaria es uno de ellos. Yo no dudo de que mi padre y mi madre probablemente vivían más cerca de Dios que su hijo, y no fueron ni a la Facultad de Teología ni pertenecieron a ningún movimiento. También eran otros momentos. Hoy, el camino ordinario está resultando muy difícil para los fieles y para entrar en profundidad en el conocimiento de Dios. Por tanto tenéis que dar muchas gracias a Dios. Los fieles continúan siendo religiosos; tengo que matizar esta palabra: quieren vivir su vida en relación con Dios, en fidelidad hacia Dios, cumpliendo preceptos, viniendo a misa, bautizando a los hijos, casándose por la Iglesia, asistiendo a los funerales, algunos orando en casa con la familia… lo que llamamos una vida ordinaria. Pero es tan complejo en este momento, tan difícil, ser católico en una sociedad que ya no es cristiana, que cuando uno encuentra un afluente que le lleva a un gran río que es la Tradición con mayúscula tiene que dar gracias a Dios. Porque no sólo es un afluente, una corriente que me lleva a un gran río lo que Dios quiere hacer con su pueblo, sino que es un modo muy apropiado para sumergirse en este río y disfrutar del gozo de la fe y de la alegría y de la esperanza cristiana. Otros pueden alcanzarlo por otros caminos, pero Dios tiene preparado para cada uno su sitio.
Por lo tanto vosotros sois felices y yo con vosotros para dar gracias por un carisma particular. Y un carisma particular significa, en este caso, que en cada generación (vosotros) Dios suscita personas para que podamos ser encontrados por el Señor, para que podamos encontrarle y entrar en la Iglesia, donde Él está presente a través de su palabra, a través de la Eucaristía, a través del testimonio de la unidad, de los santos. Y por tanto es la providencia de Dios. ¿Dios cómo nos cuida? Dios nos cuida suscitando santos, suscitando personas, suscitando caminos que nos hacen llegar al gran río que es la Tradición cristiana.
De eso hablaba la primera lectura. La primera lectura que estamos leyendo estos días, del libro de los Reyes, donde Dios se hace presente en la historia del pueblo. Hemos escuchado estos días pasados la historia de Saúl, el primer rey, después David y ahora estamos en el ciclo de Salomón. Pero daos cuenta, es el Dios que ha hecho alianza, ha regalado una alianza a un pueblo y se hace presente en la historia de este pueblo. Y en esta historia aparece, en este caso, Salomón.
Por lo tanto, Dios no lo entendamos fuera de nuestra historia, fuera de nuestra biografía, fuera de lo que es nuestra vida ordinaria. Pero necesitamos una luz que venga a iluminar esta historia, a desvelar que en esta historia hay una alianza y un amor que el Señor nos regala. Nosotros lo llamamos la fe. La fe amplía nuestra propia visión. Con la fe vemos a Dios por todas partes, sin la fe no podemos.
Pero quiero llamaros la atención para que caigamos en la cuenta de que Él está entrelazado con todas las cosas que nos acontecen. O son acontecimientos que están preparados para que nos encontremos con Él, o son acontecimientos que Él permite para que sirvan también para encontrarnos con Él. Son la providencia y, en su caso, siempre es para que nos podamos encontrar con Él.
Fijaos, puede ser providencia incluso una enfermedad. Puede ser providencia una situación dura en la vida, de fracaso, de falta de trabajo, de situaciones difíciles... todo es ocasión; bien, al menos lo permite, para que nosotros nos encontremos con mayor profundidad con Él. Porque Él no está fuera de nuestra historia, fuera de lo que nos ocurre cada día, fuera de los acontecimientos, es el Dios de la alianza, que se hace fiel a la alianza, a quienes lo buscan de corazón.
Aquí es la primera vez que aparece la palabra corazón, que aparece tres veces en las lecturas y en los salmos. El Dios de la alianza es fiel a aquellos que lo buscan de corazón. Porque todo se decide en el corazón como sede del deseo. En el corazón está escrito el deseo de Dios. Nosotros nos podemos definir de miles de maneras, pero una muy hermosa es tener hambre y sed de Dios. Como dice el salmo: «mi alma te busca Señor Dios mío, como busca la cierva torrentes de agua». Somos deseo de Dios, sed de Dios.
Eso explica muchas cosas, porque ninguna cosa nos satisface plenamente. Vamos como mendigando las cosas, mendigando a las personas, los afectos de las personas. Ninguna de ellas, siendo todas importantes, legítimas y hermosas, es respuesta adecuada para el ansia de nuestro corazón. Deseo de Dios es la mejor definición del hombre, somos deseo de Dios. Está inscrito, es la alianza primera, es la alianza de la creación, hemos sido creados a imagen de Dios. Por tanto, somos deseo del infinito, de belleza, como queráis llamarlo, deseo de encontrarnos con el rostro de Dios. ¿Cuándo descansará nuestro corazón ardiente contemplando el rostro de Dios? «Tu rostro buscaré – dice el salmo –, no me escondas tu rostro». Es la explicación más elemental, más sencilla, también bella, con ese lenguaje de los salmos, de ese deseo de infinito que alberga nuestro corazón. Y que está ahí, y que no lo podemos cancelar, no es algo que nosotros añadimos a nuestro ser, sino que coincide con lo que somos: somos deseo de Dios, somos deseo de infinito.
En este caso, para vosotros, sí hay una gracia particular de Dios que llueve desde el cielo, que os regala. Gracia es lo mismo que carisma. Os regala una posibilidad de profundizar en este deseo de Dios, de encontrar un espacio donde podéis ayudaros unos a otros, para no perderos en lo único decisivo, que es encontrar a Dios, ayudados por su gracia. Necesariamente tenéis que dar gracias a Dios. En un carisma muy particular que quiere entrelazar muy bien todo lo que es la razón, que tenemos herida por el pecado, y la fe; donde la razón y la fe, como alas del espíritu, confluyen para desvelar al corazón ese misterio que se esconde en sí mismo, que es el deseo de Dios. Para que, además, ese deseo se pueda ver cumplido. Pudiendo descansar en Dios mismo, que se hace presente en medio de la Iglesia: el sacramento lo hace presente.
¿Qué ocurre en la primera lectura, qué nos narra? Que ahora están en el templo que ha construido no David sino Salomón. Que está ya el arca del Santo de los santos, está Salomón delante mismo del altar y dice: Señor tú no cabes en una casa, tú eres Señor de cielo y tierra, pero igual que antes íbamos a encontrarte en el arca de la alianza, que ahora está aquí, que sea este lugar donde Tú te escondes (la historia de la verdadera alianza es Jesucristo) presencia de la gloria de Dios, manifestación de su misericordia.
Dios que se entrelaza con la historia de su pueblo les ha preparado incluso un lugar, el templo, donde manifestará su gloria, donde hará presente su misericordia, donde nosotros podemos cobijarnos y crecer con ese espíritu de familia, o espíritu de pueblo, que significa estar introducidos ahora por el bautismo a una vida en Jesucristo, y pertenecer a la familia de los hijos de Dios que es la Iglesia.
Esto es impagable, este rebañito que veo aquí, estos sacerdotes que os acompañan, esto es impagable. No se puede decir de una manera más bella: «qué deseables son tus moradas, Señor Dios de los ejércitos». Y, si queréis, la imagen de la golondrina que hace un nido en el tejado del templo. Hasta la golondrina ha encontrado un lugar en el tejado y ha hecho un nido donde colocar sus polluelos. Esta es la Iglesia. Este es el lugar que el Señor tiene preparado, y no me refiero sólo al templo como edificio. También el lugar, santuario donde Dios se hace presente, el arca de la alianza es el sagrario, donde Él nos ha encontrado, el Señor de la historia, siempre fiel a la alianza para aquellos que lo buscan de corazón.
Saberse cobijado por la protección de Dios Padre. Experimentar la belleza de lo que significa seguir a Jesucristo y vivirlo con el amor derramado en nuestros corazones, que es el Espíritu Santo, eso es vivir. Y gracias a este caminito, a este arroyuelo, como queráis llamarlo, a este afluente, entráis en el gran río de la historia que ha ido acompañando desde Abrahán hasta nosotros el Señor.
Dad gracias al Señor por don Giussani, por la Iglesia, por el Papa, por los miembros de este pueblo, y por haber profundizado en esta realidad, porque ya no te sentirás nunca solo. El drama de nuestra cultura es que aísla al hombre, lo hace vivir en la más amarga de las soledades. Desencaja lo que es el hombre, lo arruina. Entrar en una historia de amor, saber que pertenezco a un pueblo, tener una familia donde cultivar ese deseo de infinito y encontrar una respuesta que se adecua a las aspiraciones de mi corazón… Insisto, queridos, esto es impagable. Fuera de aquí no se puede vivir, se puede malvivir. Y arrojados fuera de este pueblo, perdiendo el sentido de pertenencia a esta familia, sin descubrir la alianza de Dios todopoderoso con nosotros, nos quedamos como liliputienses, enanos, personas que, como los caballitos de feria, van girando por este mundo pero sin ningún sentido, sin saber adónde van.
Pero el Señor se ha apiadado, no en general, sino que se ha apiadado de cada uno vosotros y, a través de este carisma concreto os ha hecho entrar en el santuario donde se puede vivir. Porque «vale más un día en el umbral de tu casa que vivir en los palacios con los malvados». Y vosotros habéis sido rescatados de esa intemperie de nuestra cultura, de ese vivir en esa selva que es nuestro mundo, habéis sido rescatadosy colocados en medio del pueblo para formar una columna que ilumine el resto que es nuestra Iglesia. Y lo habéis hecho a través de un camino concreto por el cual hoy estamos dando gracias a Dios.
Y ya que eso es a lo que aspira nuestro corazón, encontrarnos con el rostro de Dios y con su misericordia, repítete muchas veces a ti mismo «qué deseables Señor son tus moradas». No deseamos otra cosa que encontrar el amor de Dios, dejarnos encontrar por Él, poder disfrutar de la belleza de su rostro, de la magnificencia de su bondad, de la misericordia infinita de esta casa que ha preparado para los desterrados y exiliados que somos nosotros. La Iglesia como lugar donde podemos vivir. Los que estamos exiliados de nuestra patria, que es el cielo y la belleza de Dios, necesitamos casas donde podamos contemplar la belleza del cielo. Sin eso no se puede vivir.
Es tremendo nuestro Señor, tanto que los más religiosos, los fariseos, el grupo más religioso de todos, y los letrados, los que sabían de la Ley, se acercan a Jesús y le reprochan que sus discípulos comen sin lavarse las manos y por lo tanto son impuros. Lo que dicen es verdad, según la pureza ritual, pero no es esto lo que Dios tiene en su mandamiento, su mandamiento es el amor a Dios y el amor al prójimo. Y aquí se les olvida el mandamiento. Ninguno de nosotros come hoy sin lavarse las manos, y ya no lo hacemos por pureza ritual, sino por higiene. Está bien lavarse las manos antes de comer, al menos yo me las lavo siempre.
La pureza ritual del exterior, Dios no pide eso, no busca nuestros actos exteriores, busca nuestro corazón y es ahí donde se decide la alianza de amor entre Dios y nosotros. No busca que nosotros hagamos sacrificios expiatorios, si los hacemos son legítimos, pero adonde apuntan, si tú ayunas, si haces abstinencia, si ofreces sacrificios, limosnas, adonde apuntan no es simplemente a que eso te sea recompensado, sino que apuntan a la liberación del corazón para dárselo a Dios. Si ayunas es para ser libre y poder dar tu corazón a Dios. Dijo Jesús: «este pueblo con sus labios me honra pero su corazón está lejos de mí». Es más, estáis falsificando mi mandamiento de amor a Dios y de amor al prójimo y lo estáis sustituyendo, e incluso engañando, por prescripciones vuestras que habéis creado vosotros.
Vuelvo al principio, dadle gracias a Dios porque estas cosas las aprendéis aquí en vuestra realidad de Comunión y Liberación, donde os contáis lo que habéis vivido en vuestro corazón, donde interiorizáis lo que es la vida cristiana, donde desde la fe queréis entrar en ese misterio de Dios, que siempre se nos muestra como misterio y que se hace accesible a través de Jesucristo y ahora a través de la Iglesia que es su carne, donde nos podemos encontrar con Él, para salir de nuestras abstracciones y de las ideologías. Si busca tu corazón, dónde vas a poder verdaderamente disponer tu corazón y purificarlo que no sea en la Iglesia, y en el Movimiento. Por tanto, dadle gracias a Dios por don Giussani.
El corazón verdaderamente prototípico es el corazón inmaculado de María. Y es bonito celebrarlo hoy, en la fiesta de Nª Sª de Lourdes, que se manifiesta cuando dice: «yo soy la Inmaculada Concepción». Sólo un corazón puro puede ser habitado por Dios, y por tanto necesitamos purificar el corazón, liberarlo de tantas cosas que lo embotan y lo hacen impuro y, por tanto, Dios no puede entrar, le cerramos la puerta. En cambio, si ese corazón que está embotado por la dureza de nuestros pecados, se ablanda, entra el Espíritu Santo, y ese maestro interior nos hace ver la realidad totalmente distinta, porque estos ojos sólo ven bien cuando están purificados. Si el corazón está ocupado, no puedes ver a Dios.
Que esta fiesta de la Virgen de Nª Sª de Lourdes nos sirva también para decir: Señor regálame un corazón puro. También lo dicen los salmos, «quién puede subir al monte del Señor», esa imagen que le gustaba a San Juan de la Cruz para decir que toda la vida cristiana se va desarrollando por etapas hasta alcanzar el monte Carmelo, donde Dios desvela su misterio. «Quién puede subir al monte del Señor, quién puede estar en su recinto santo». Y responde. «el hombre de puro corazón, que no se contamina, que no jura en falso». La pureza de corazón, la pureza bíblica, que no se refiere sólo al sexto mandamiento, el corazón puro es obra de la gracia, que disuelve todo aquello que ocupa nuestro corazón y lo hace esclavo, lo limpia y lo hace transparente. Entonces, como es ocupado plenamente por Dios, por el Espíritu Santo, nos hace ver, nos hace escuchar, nos hace hablar. Los que a Dios quieren, se dejan conducir por el Espíritu Santo. Esta es la vida cristiana. «Aquellos que se dejan conducir por el Espíritu de Dios», dice San Pablo.
Le vamos a pedir al Señor que, siguiendo este arroyuelo, este afluente de Comunión y Liberación, entréis a sumergiros en el gran río de la historia de salvación que es la Tradición cristiana que nos ha alcanzado a nosotros, para que no nos apartemos nunca de esa historia que el Señor quiere construir con nosotros; que nos congreguemos en este misterio de Dios en la tierra, en su morada que es la Iglesia y en su santuario que es el templo, para que allí, como la golondrina, nosotros podamos vivir, podamos expresar la verdadera fraternidad, el sabernos queridos por Dios y amados entre nosotros como hermanos, para que nuestro corazón continúe latiendo, con ese deseo de vivir, para que no se desperdicie, para que no se endurezca, para que no perdamos el gusto de lo que el Señor nos regala cada día, para que nos dejemos sorprender por ese misterio de Dios que acontece en nuestra historia, tanto es así que si ahora nosotros pudiéramos ver, conocimiento de la fe, veríamos como en este altar ahora, cuando invoquemos al Espíritu Santo, y con Él viene toda la Iglesia del cielo, la materia nuestra del pan y del vino, nuestra propia realidad precaria se reviste de la omnipotencia divina y podremos entrar en comunión, comulgando con su cuerpo y con su sangre, donde el cielo llega a nosotros. Entonces sí que podemos decir «vale más un día en el umbral de tu casa», vale más un día en el cielo, que no vivir eternamente rico en los palacios, porque has encontrado una perla preciosa, el tesoro escondido, lo único que es decisivo y definitivo, lo único que nos hace pasar de la pobreza de nuestra vida a ser ricos. Que así sea para nosotros.
(Transcripción no revisada por el autor)