Haití, tres años de pasos lentos
Aquel 12 de enero de 2010 muchos pensaron que había llegado el fin del mundo. Durante unos segundos imperó la oscuridad. Coinciden los supervivientes en destacar que después simplemente apareció el infierno. Polvo, gritos, sangre, heridos y cadáveres por todas partes. Con el paso de los días, la destrucción de un país quedó resumida en cifras. Aquí, sólo una muestra de ellas: cerca de 300.000 fallecidos, casi el mismo número de heridos y un millón y medio de personas sin hogar.
Tres años después, los números continúan siendo poco alentadores, aunque ya no se hable de víctimas mortales. Al país sólo ha llegado el 56% de la ayuda prometida por la comunidad internacional (unos 3.600 millones de euros). Más de 355.000 personas continúan viviendo en campamentos de desplazados en condiciones indignas. El 54% de la población se enfrenta a la pobreza extrema. Y aunque no todas estas miserias se cuajaron el día del seísmo -ya llovía sobre mojado en el país más pobre de América- sí se vino abajo la infraestructura que hubiera permitido dar un paso hacia delante.
Con la idea de levantar un país que en realidad nunca estuvo de pie, la reconstrucción se convirtió en el objetivo principal de todos. Para las Misiones Salesianas en Haití, como para otras muchas congregaciones y organizaciones que llevaban años trabajando en el país, el terremoto "se convirtió en un punto de inflexión que marcó un nuevo comienzo", explica el padre Lephene en el documental 'Haití, el despertar'. Todos los esfuerzos debían canalizarse desde ese momento a la reconstrucción. "Ahora hay que aprovechar no sólo para reconstruir paredes sino también la mentalidad del haitiano, la persona", subraya Lephene.
Un proyecto futuro
Sin embargo, tres años después de la tragedia, las ONG coinciden en denunciar el escaso avance en una reconstrucción que tiene que venir gestionada desde arriba. Los pasos han sido tan pequeños y tan lentos que hasta ahora muchas de las organizaciones no han podido dar ayuda al desarrollo y continúan facilitando una ayuda de emergencia, normalmente requerida en los momentos iniciales de una catástrofe.
Pese a las denuncias, el presidente haitiano, Michael Martelly, habla con optimismo: "Todo lo que fue destruido en 36 segundos de terremoto necesitará más de cuatro años de trabajo para su reconstrucción. Debemos ser persistentes y no dejar de trabajar ni un minuto. Éste es un proyecto de futuro y estamos trabajando duro para sacar al país adelante con la esperanza de, un día, devolver a la comunidad internacional todo lo que ella nos ha dado".
Lo cierto es que el Gobierno haitiano ha hecho esfuerzos en el último año para liderar el proceso de reconstrucción. "Ha propuesto un plan de retorno y reasentamiento, con el que se ha ayudado a que más de 53.000 personas hayan abandonado los campamentos de tiendas de campaña, que se montaron tras el terremoto, mediante subvenciones y subsidios al alquiler", según Intermón Oxfam. Sin embargo, no ha sido suficiente. Más de 355.000 personas continúan viviendo en esos barrios de lona que carecen de servicios básicos como agua potable, saneamiento o escuelas.
"El estado en el que siguen viviendo estas personas les hace extremadamente vulnerables a crisis futuras, como ya vimos con las últimas tormentas tropicales que asolaron Haití", afirma Vicent Mauperas, director en Haití de Intermón, refiriéndose a las consecuencias que arrastraron los huracanes Isaac y Sandy el pasado otoño.
Promesas incumplidas
Para el director de Intermón, el surgimiento de un nuevo Haití pasa por "que el Gobierno y la comunidad internacional construyan un plan de reconstrucción nacional, a largo plazo, que sea concebido para los haitianos y hecho por los haitianos".
Sin embargo, será difícil cuando son esos actores la causa principal del estancamiento del país. Así lo denuncia Joan Arnán, jefe de misión de Médicos Sin Fronteras en Haití: "El proceso de transición es demasiado lento debido a las insuficiencias de las instituciones haitianas, pero también a las promesas incumplidas de los países donantes de fondos y a la falta de unas prioridades claras por parte del Gobierno y de la comunidad internacional".
Pese a los impedimentos que continúan empañando el futuro de Haití, siempre hay para su pueblo superviviente palabras de apoyo y confianza. Como estas de Jordi Bach Codina, director de la ONG Cesal en el país: "Hay esperanza en Haití. Si uno se pone a leer un informe de Naciones Unidas o unos macroindicadores parece que dicen lo contrario. Pero en mi trabajo, en mi vida, cuando estoy delante de una persona, no me viene a la cabeza ninguno de esos macroindicadores. Ni esa persona sabe nada de las cifras. Sin embargo, cuando trabajamos juntos con una familia, un niño, alguien que pone en marcha un negocio, una mamá que aprende a alimentar a su hijo, una asociación... vemos personas que entienden que su vida sí puede mejorar. Y yo en mi día a día veo ese cambio en las personas, en cosas demostrables, no utópicas. Es cierto que esas cifras negativas tienen que cambiar, pero los haitianos tienen esperanza en la reconstrucción de su país y de sus vidas. Y yo también la tengo".