Es bueno que tú existas
Para proteger al no nacido y a la mujer embarazada1. “¿Podré ser feliz con un hijo inesperado? ¿Puedo rehacer mi vida con un hijo que no he deseado? ¿Seré capaz de afrontar el sacrificio y las dificultades que implica? ¿Seguiré siendo libre?”. Son preguntas que muchas mujeres se plantean ante un embarazo imprevisto.
Ante estas preguntas, muchas veces la mujer está sola, abandonada a su suerte. No encuentra un contexto humano que la abrace y que valore positivamente la vida que lleva en su seno. La sociedad quiere “desembarazarse” del problema y deja a la mujer sola, abocándola al aborto. Y se trata de una soledad profunda, pues nace de la ausencia de significado. Dar a luz es introducir en la vida y para ello se necesita un porqué.
Lo que más desea una mujer, su primer “derecho”, no es “quitarse de encima” una vida molesta sino amar y ser amada, de tal modo que pueda acoger con el mismo amor el hecho imponente de una nueva vida que crece en su seno. Cuanto más se subraya abstractamente el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo, más se la abandona a una soledad contraria a su misma naturaleza. Nuestra experiencia nos dice que somos libres cuando amamos y somos amados, es decir, cuando estamos necesitados y dependemos del afecto de otro.
2. La discusión en torno al Anteproyecto de Ley Orgánica para la protección de la vida del concebido y de los derechos de la mujer embarazada está sacando a la luz una fragilidad preocupante en nuestra sociedad. En nuestras discusiones usamos una razón que se ejercita abstractamente, sin partir de la experiencia real, y que censura sistemáticamente datos del problema.
Continuamente se habla de los derechos de la mujer sin considerar el drama de la persona embarazada. ¿De verdad creemos que el aborto soluciona el drama humano de una mujer que afronta un embarazo no deseado? Por otro lado, se censura sistemáticamente el hecho de que ya existe una nueva vida en su seno. Tengamos el coraje de mirar a la cara todos los datos. Una sociedad que no ayude o eduque a afrontar toda la realidad, sin censurar ninguno de sus factores, es una sociedad que sufrirá gravemente los reveses de la vida, aquellos en los que el problema no se puede eliminar.
Es preocupante el recorrido que la sociedad española ha realizado desde la primera discusión pública sobre el aborto, en 1983. Entonces se produjo un intenso debate, marcado por las evidencias científicas sobre la naturaleza del feto humano. La ley que entró en vigor en 1985 seguía reconociendo el aborto como un drama, manteniéndolo en el código penal y despenalizándolo sólo en algunos supuestos.
La Ley “Aído” de 2010 situó el aborto en el campo de los derechos, contraviniendo la doctrina del Tribunal Constitucional, algo muy grave en democracia, aunque todavía hubo espacio para discutir sobre la naturaleza del embrión. Hoy, sin embargo, la argumentación se focaliza en los derechos de la mujer, omitiendo casi por completo la discusión sobre la vida humana del feto, en nuestros días más evidente que hace tres décadas. En todos estos años la sociedad española, argumentando sobre el aborto, se ha ido alejando paulatinamente del contacto con la realidad. Son proféticas las palabras de María Zambrano que hace años intuyó esta fragilidad de nuestra sociedad al afirmar: “lo que está en crisis es este misterioso nexo que une nuestro ser con la realidad, algo tan profundo y fundamental, que es nuestro íntimo sustento”.
En este sentido, el Anteproyecto de Ley del ministro Ruiz-Gallardón debe ser bienvenido como un importante paso adelante porque suprime el aborto como derecho y vuelve a poner todos los datos encima de la mesa, hablando del no nacido (protegiéndolo de acuerdo con lo establecido en la sentencia del Tribunal Constitucional) y de la mujer embarazada y afrontando el problema, como mínimo, en la clave del conflicto de intereses.
3. ¿Cuál es el valor de la vida? ¿Por qué debe ser defendida desde su concepción? “Un ser humano”, ha afirmado el Papa Francisco, “es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en cada etapa de su desarrollo. Es un fin en sí mismo y nunca un medio para resolver otras dificultades (...). No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana”.
Partamos de la propia experiencia para reconocer el valor infinito de nuestra vida y de las personas que amamos. Cuando somos mirados así respiramos y, en cambio, nos ahogamos cuando alguien nos trata de forma interesada, pisando el valor único de nuestra vida. Sin embargo, ¿quién es capaz de estar ante el drama de un embarazo producto de una violación o de un hijo que llega con malformaciones? ¿Quién puede acoger una vida así? “Hemos hecho poco”, continúa el Papa, “para acompañar adecuadamente a las mujeres que se encuentran en situaciones muy duras, donde el aborto se les presenta como una rápida solución a sus profundas angustias, particularmente cuando la vida que crece en ellas ha surgido como producto de una violación o en un contexto de extrema pobreza. ¿Quién puede dejar de comprender esas situaciones de tanto dolor?” (Evangelii Gaudium 213-214).
4. Para recuperar la confianza en la vida y, por tanto, la capacidad de acogerla y respetarla desde el mismo instante en que surge, necesitamos encontrar un amor incondicional, el amor de alguien que abrace nuestra vida con todas sus preguntas y dificultades. Como hizo Jesús de Nazaret que supo acompañar la soledad de una madre viuda y devolverle a su hijo muerto con estas palabras: “Mujer, no llores”.
Desde hace 2000 años, la experiencia cristiana ha ayudado a abrir los ojos al mundo para reconocer el valor de la persona y fomentar su defensa. Los cristianos no tenemos nada que imponer a nuestra sociedad. Más bien, comienza para nosotros una nueva responsabilidad histórica, marcada por el abrazo a todas las necesidades de nuestros hermanos: a la mujer embarazada, a las personas que no tienen qué comer, a los niños sin familia, a los inmigrantes, a los parados, a los enfermos y a tantas personas que a nuestro lado viven tristes, sin encontrar sentido a la vida. La gran noticia es que esta caridad, eco de aquella mirada del hombre de Nazaret, ya está en medio de nosotros. Nuestra existencia es un abrazo incondicional a todas las personas, sea cual sea su situación, para decirles: “es bueno que tú existas”.
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