Eliot: la profecía de un cristiano

Tertio millennio adveniente
Luigi Giussani

Proponemos algunos fragmentos del capítulo sobre «Conciencia de la Iglesia en el mundo moderno en los “Coros de La Piedra” de T. S. Eliot», del último libro de Luigi Giussani, Mis lecturas. La Encarnación: un hecho en el tiempo y en la historia. El acontecimiento de Cristo se cumple en un pueblo

El mundo no sólo no quiere a la Iglesia, también la persigue, ¿qué queréis? - dice, en efecto, Eliot—, ¿queréis acaso que el mundo acepte a la Iglesia? ¿Por qué debe aceptarla?
«¿Por qué habrían los hombres de amar a la Iglesia? ¿Por qué habrían de amar sus leyes?/ Ella les habla de Vida y Muerte, y de todo lo que ellos queman olvidar/ Ella es tierna cuando ellos quieren ser duros, y dura cuando a ellos les gusta ser blandos./ Ella les habla de Mal y Pecado, y otros hechos desagradables./ Ellos tratan constantemente de escapar/ de las tinieblas de fuera y de dentro/ a fuerza de soñar sistemas tan perfectos que nadie necesitará ser bueno». Los hombres que persiguen a la Iglesia sueñan con la eliminación de la libertad, porque el ideal supremo de este mundo es crear un mundo de autómatas: «Sistemas tan perfectos que nadie necesitará ser bueno».
La última y más profunda acusación de Eliot: ¿dónde está la verdadera raíz de esta hostilidad y de este propósito? La renuncia a Cristo. La rebelión ante Cristo y, por tanto, la eliminación de Dios porque, como ya Nietzsche había dicho, si abolimos a Cristo, abolimos a Dios. (...)
Así pues la Extranjera parece olvidada y rebatida en una época de hombres «ocupados en proyectar el refrigerador perfecto», «en elaborar una moralidad racional», «en conspirar por la felicidad y en tirar botellas vacías,/ volviendo de la vaciedad al entusiasmo febril/ por la nación o la raza o lo que llaman humanidad».
«Oh alma mía —dice el poeta—, estáte preparada para la venida de la Extranjera, estáte preparada para aquella que sabe hacer preguntas». Por lo demás, el Coro recuerda a los hombres, que no quieren escuchar aquellas preguntas, que pueden «evadirse de la Vida pero no de la Muerte». También ésta indica el camino hacia el templo.
«No negaréis a la Extranjera», concluye el Coro III. Es una gran responsabilidad y una misión fascinante para nuestra mezquindad. (...)
Aparece en este momento la profundización de Eliot, ya citada, sobre la consideración que los hombres modernos tienen de la Iglesia: «¿Porqué habrían los hombres de amar a la Iglesia?».
«Ellos (los hombres que no quieren a la Iglesia) tratan constantemente de escapar/ de las tinieblas de fuera y de dentro (porque si no hay criterios objetivos de bien y de mal hay oscuridad y confusión)/ a fuerza de soñar sistemas tan perfectos que nadie necesitará ser bueno».
Todos sueñan estructuras sociales que obtengan un buen resultado prescindiendo de la libertad. Ya nadie necesitará ser bueno. «Pero el hombre que es seguirá como una sombra / al hombre que finge ser». El hombre tal como es siempre derribará las visiones de las ideologías que pretenden ser. «Y el Hijo del Hombre no fue crucificado de una vez por todas,/ la sangre de los mártires no fue derramada de una vez por todas,/ las vidas de los .Santos no fueron entregadas de una vez por todas (...). Y si ha de ser derribado el Templo/ primero tenemos que edificar el Templo».
Es la página más clara sobre el antitriunfalismo. Muchas veces se nos acusa a nosotros de triunfalismo por nuestra voluntad de afirmación del hecho cristiano en el tiempo y en el espacio, en la historia. En cambio, nuestra voluntad de construir es profundamente antitriunfalista. Porque la idea de la historia que tiene el cristianismo es esta posible continua repetición de ciclos y abatimientos. Por eso «si la sangre de Mártires ha de correr por los escalones/ primero debemos edificar los escalones».
Nuestra construcción de los escalones no es triunfalismo, sino lo contrario. Y si el Templo ha de ser destruido, primero tenemos que edificarlo. Nuestra voluntad de construir el Templo no es triunfalismo.
Tal vez no sea inútil, llegados a este punto, volver a leer (...) el Coro Vil, donde el poeta traza en una síntesis espléndida la historia de las religiones.
En el principio Dios creó el mundo. Desierto y vacío. Desierto y vacío. Y la tiniebla estaba sobre la faz del abismo (desierto porque no hay hombre, vacío porque no hay sentido, porque el sentido se percibe en la conciencia del hombre)
Y cuando hubo hombres, en sus diversas maneras, se esforzaron en tormento en busca de Dios
ciega y vanamente, pues el hombre es una cosa vana, y el hombre sin Dios es una semilla al viento: empujada a un lado y a otro, sin hallar lugar de refugio ni germinación.
Siguieron la luz y la sombra (lo aparente), y la luz les llevó a adelantarse hacia la luz y la sombra les llevó a la tiniebla,
adorando serpientes o árboles, adorando demonios en vez de nada: clamando por una vida más allá de la vida, por un éxtasis no de la carne.
Desierto y vacío. Desierto y vacío. Y tiniebla sobre la faz del abismo.
Y el Espíritu se movía sobre la faz de las aguas,
y los hombres que se volvían a la luz eran conocidos de la luz,
inventaron las Religiones Superiores: y las Religiones Superiores eran buenas
y llevaron a los hombres de la luz a la luz, al conocimiento del Bien y del Mal.
Pero su luz estaba siempre rodeada y traspasada de tinieblas (...)
y llegaron a un fin. a un fin sin salida removido por un chisporroteo de vida,
y llegaron a la marchita mirada antigua de un niño que ha muerto de hambre
(ritos que no tenían ninguna capacidad de reavivar lo humano)
Molinos de oración, adoración de los muertos, negación de este mundo, afirmación de ritos con signifi-cados olvidados,
(lo contrario de aquello por lo que surgieron: en busca de un sentido)
En la inquieta arena azotada por
el viento, o en las colinas donde el viento no deja descansar a la nieve.
Desierto y vacío. Desierto y vacío. Y tiniebla sobre la faz del abismo.
(ha vuelto el desierto y el vacío, se ha confirmado el desierto y el vacío: sobre, dentro, bajo, en tomo a todos los intentos de interpretación humana, las religiones superiores)
Entonces llegó, en un momento predeterminado, un momento en el tiempo y del tiempo,
un momento no fuera del tiempo, sino en el tiempo, en lo que llamamos historia: cortando, bisecando el mundo del tiempo, un momento en el tiempo pero no como un momento del tiempo.
un momento en el tiempo, pero el tiempo se hizo mediante ese momento, pues sin el significado no hay tiempo, y ese momento del tiempo dio el significado.
Entonces pareció como si los hombres debieran avanzar de la luz a la luz, en la luz de la Palabra, a través de la Pasión y el Sacrificio salvados a pesar de su ser negativo;
bestiales como siempre, camales, buscándose a sí mismos como siempre, egoístas y cegatos como siempre,
pero siempre luchando, siempre reafirmándose, siempre reanudando la marcha por el camino iluminado por la luz;
a menudo deteniéndose, vagueando, perdiéndose, retardándose, volviendo, pero sin seguir otro camino (la lucha ascética la introdujo en el mundo el cristianismo)
Pero parece que ha pasado algo que no había pasado nunca: aunque no sabemos bien cuándo ni por qué.
ni cómo ni dónde.
Los hombres han dejado a Dios no por otros dioses, dicen, sino por ningún dios; y eso no había ocurrido nunca
que los hombres a la vez negasen a los dioses y adorasen a dioses, profesando primero la Razón,
y luego el Dinero, y el Poder, y lo que llaman Vida, o Raza, o Dialéctica.
La Iglesia renegada, la torre derribada, las campanas volcadas, ¿qué tenemos que hacer sino estar parados con las manos vacías y las palmas hacia arriba en una edad que avanza progresivamente hacia atrás?
(...)
Desierto y vacío. Desierto y vacío. Y tiniebla sobre la faz del abismo.
(se ha vuelto al principio)
¿Es la Iglesia la que ha abandonado a la humanidad o es la humanidad la que ha abandonado a la Iglesia?
Cuando a la Iglesia ni se la considera ya, ni se oponen siquiera a ella, y los hombres han olvidado a todos los dioses excepto la Usura, la Lujuria y el Poder.
La aventura cristiana es un drama histórico, de la historia, en la historia. (...)
Jesús no vino para dominar el mundo. Vino para salvar al mundo. Lo propio del cristianismo es este ensamblaje de las dos partes tan inverosímil: lo temporal en lo eterno y lo eterno en lo temporal.
(L. Giussani, Mis lecturas, Encuentro)