Elecciones 2010: ¿Qué deseamos?
Ante las elecciones de mitad de legislatura, nuestra nación se encuentra frente a graves problemas que afectan a todos los americanos: una recesión profunda, un elevado índice de desempleo, una crisis en el servicio sanitario y la guerra de Afganistán. Estamos desconcertados porque la posibilidad de un diálogo en nuestra cultura política cada vez parece más lejana. Con este manifiesto esperamos ofrecer una contribución a todos los hombres y mujeres de buena voluntad antes del voto.
Tratemos de identificar el origen de la polarización y la hostilidad en nuestra cultura política, así como de los problemas más urgentes que nuestra nación debe afrontar, como son el olvido o la subestimación de nuestro deseo, común a todos los hombres. No conocemos ningún otro motivo por el que seguir buscando incansablemente el diálogo con los demás si no es para alcanzar una mejor comprensión de la verdad.
Sin un compromiso tenaz en el descubrimiento de la realidad, la comunicación muere, y sólo queda espacio para la voluntad del poder, que impone su propia ideología. Ideologías que cada vez son más rígidas y restrictivas. Nos damos cuenta de que luchar por la justicia puede resultar frustrante y llevarnos a la desilusión. Pero si no aceptamos esta lucha, ¿qué nos queda, sino rendirnos ante el poder? Entendemos que no puede existir una relación mejor entre las personas que el amor. Obviamente, el amor exige sacrificarse por el bien del otro, pero si nos dejamos vencer por el miedo al sacrificio, quedaremos presos de nosotros mismos, solos, insensibles a las necesidades, a los deseos y a los sufrimientos de los demás. Entonces, las estructuras sociales que construyamos tenderán a alienar y manipular al resto.
Reconocemos sobre todo el riesgo que supone apostar constantemente por la libertad humana y por la capacidad del hombre para buscar lo que es bueno, bello y verdadero. Pero si no apostamos por la libertad del hombre, quedamos en manos de políticos, procedimientos, reglas y normas con la pretensión –como dice T.S. Eliot- de idear “sistemas tan perfectos que nadie necesite ser bueno”. Reconocemos estos profundos deseos humanos como la voz del misterio de Dios en cada uno de nosotros, que nos llama a caminar siempre hacia adelante, más allá de nosotros mismos, hacia una existencia más rica, capaz de amor a la verdad y al prójimo. Es más, estamos seguros de que no existe aventura más fascinante que una vida y una sociedad que trata de responder a estas aspiraciones.
Vivir una aventura como ésta es el objetivo de toda educación auténticamente humana, especialmente de la católica. Por este motivo, el primer criterio que guía nuestra valoración de cualquier partido político, candidato o sistema, es su compromiso para apoyar la libertad de educación, el elemento más crítico de la libertad religiosa.
Las personas que tienen el valor de vivir una vida auténticamente humana construyen empresas, comunidades e instituciones animadas por la justicia, la verdad, la belleza y el amor.
Por esta razón, nuestro segundo criterio es la subsidiariedad. El Gobierno debe defender el bien común, apoyando y delegando en aquellas estructuras humanas que se dedican al bien de las personas y de las comunidades. La reciente desaparición de hospitales católicos (como el St. Vincent en Lower Manhattan, el primer hospital que acogió a enfermos de SIDA en masa), orfanatos, agencias de adopción y otras organizaciones caritativas, no hace más que empobrecer a nuestras comunidades.
Proponemos estas reflexiones porque deseamos reafirmar lo que Benedicto XVI ha dicho recientemente en Escocia: “La sociedad actual necesita voces claras que propongan nuestro derecho a vivir, no en una jungla de libertades autodestructivas y arbitrarias, sino es una sociedad que trabaje por el verdadero bienestar de sus ciudadanos, ofreciendo su guía y protección frente a sus debilidades y fragilidad”.