El tiempo de la libertad
Vacaciones«La espera de las vacaciones pone de manifiesto la voluntad de vivir. Precisamente por eso no deben ser vacaciones de uno mismo. Así, el verano no supondrá una interrupción o un modo de demorar el tomarse en serio la vida» (Milano Studenti, 5 de junio de 1964). Apuntes de una conversación con don Luigi Giussani (fundador de Comunión y Liberación) tomando un aperitivo antes de las vacaciones.
Desde los comienzos de Gioventù Studentesca (ndt. movimiento juvenil del que nació Comunión y Liberación) hemos tenido siempre un concepto claro, muy sencillo: tiempo libre es el tiempo en el que no tenemos obligaciones, no estamos obligados a determinadas tareas: el tiempo libre es tiempo "libre". A menudo discutíamos con los padres y profesores acerca de si GS ocupaba demasiado el tiempo libre de los chavales. Ellos defendían que deberían estar estudiando o ayudando en casa; sin embargo, yo les decía: «¡Pero los chicos tienen que tener tiempo libre!». Y objetaban: «Bueno, pero a un joven o a una persona adulta, se le juzga por su trabajo, por la seriedad en su trabajo, por la tenacidad y la fidelidad al mismo». «No - respondía yo -, ¡en absoluto! A un chaval se le juzga por cómo usa su tiempo libre». Y claro, todos se escandalizaban. Sin embargo, si es tiempo libre, significa que uno es libre para hacer lo que desea. Por tanto, uno comprende lo que quiere viendo cómo utiliza su tiempo libre.
Lo que de verdad quiere una persona, sea joven o adulta, se comprende no por cómo trabaja o estudia - que es lo que está obligada a hacer -, no cuando se mueve determinada por conveniencias o deberes sociales, sino por cómo emplea su tiempo libre. Si un chico o una persona madura desperdicia su tiempo libre, no ama la vida: es un necio. Y las vacaciones suelen ser el momento en el que casi todos nos volvemos necios. Por el contrario, el tiempo de vacaciones es el más noble del año, porque uno se compromete como quiere con el valor que reconoce más relevante en su vida; o bien, no se compromete con nada, pero entonces es un necio.
La respuesta que dábamos a los padres y educadores hace más de cuarenta años, tiene una profundidad que ellos no atisbaban: el valor más grande del hombre, la virtud, el coraje, su energía, aquello por lo que merece la pena vivir, reside en la gratuidad, en la capacidad de gratuidad. Y es precisamente en el tiempo libre donde emerge la gratuidad y se afirma de un modo sorprendente.
Cómo se reza, la fidelidad a la oración, la verdad de las relaciones, la entrega de uno mismo, el gusto por las cosas, la modestia en el uso de la realidad, la conmoción y la compasión hacia las cosas, todo esto se ve mucho más en vacaciones que durante el año. En vacaciones uno es libre y, si es libre, hace lo que más quiere. Esto implica que las vacaciones son algo muy importante. Lo que supone, en primer lugar, valorar la elección de la compañía y del lugar, pero, sobre todo, un cierto modo de vivir: si las vacaciones no te hacen recordar lo que más querrías recordar; si no te hacen más bueno hacia los otros porque te vuelven más instintivo; si no te enseñan a mirar la naturaleza en su profundidad; si no te hacen vivir un sacrificio con alegría, el tiempo de descanso no alcanza su objetivo. Las vacaciones deben ser lo más libres posible. El criterio es el de respirar, si puede ser a pleno pulmón.
Desde este punto de vista, fijar como principio a priori que un grupo deba ir de vacaciones juntos es algo contrario a cuanto acabo de decir, porque los más débiles de la compañía, por ejemplo, pueden no atreverse a decir que no. En segundo lugar, va contra el principio misionero: ir de vacaciones juntos debe responder a este criterio. En definitiva, libertad por encima de todo. Libertad de hacer lo que se quiera... ¡conforme al ideal! ¿Qué ganamos viviendo así? La gratuidad, la pureza de la relación humana.
Lo último que se nos puede achacar es que invitemos a una vida triste o a un compromiso pesado: sería señal de que quien objeta esto es el triste, pesado y macilento. Donde "macilento" indica a quien ni come ni bebe, a quien no goza de la vida. ¡Y Jesús ha identificado el nexo supremo entre el hombre que camina en la tierra y el Dios vivo, el Infinito, el Misterio infinito, con el comer y con el beber! La eucaristía es comer y beber, aunque ahora muy a menudo se la reduzca a un esquematismo cuyo significado ya no se comprende. Ágape es comer y beber. La expresión más grande de la relación entre mi persona y esta presencia que es Dios hecho hombre en ti, oh Cristo, es comer y beber contigo. Y de esta forma, me identifico con lo que como y bebo, de modo que, «aún viviendo en la carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios» ("fe" significa reconocer una Presencia).