El otro es un bien
La conciencia de que el otro es un bien es la base sobre la que se puede construir Europa. Si no recuperamos la experiencia elemental de que el otro no es una amenaza, sino un bien para la realización de nuestra persona, será difícil salir de la crisis en la que nos encontramos en las relaciones humanas, sociales y políticas. De aquí deriva la urgencia de que Europa sea un espacio en el que se puedan encontrar los diferentes sujetos, cada uno con su identidad, para ayudarse a caminar hacia el destino de felicidad que todos anhelamos.
Solo en el encuentro con el otro podremos desarrollar juntos el “proceso de argumentación sensible a la verdad” del que habla Habermas. En este sentido, podemos darnos cuenta todavía más del alcance de la afirmación del Papa Francisco: «¡La verdad es una relación! De hecho, todos nosotros captamos la verdad y la expresamos a partir de nosotros mismos: desde nuestra historia y cultura, desde la situación en que vivimos, etc» (Francisco, “Carta a los no creyentes”, la Repubblica, 11 de septiembre de 2013, p. 2). Solo en un encuentro renovado podrán volver a estar vivas esas pocas grandes palabras (la persona, el valor absoluto del individuo, la libertad y dignidad de cada ser humano…) que generaron Europa. Porque, como nos recuerda Benedicto XVI, «incluso las mejores estructuras funcionan únicamente cuando en una comunidad existen unas convicciones vivas capaces de motivar a los hombres para una adhesión libre al ordenamiento comunitario. La libertad necesita una convicción; una convicción no existe por sí misma [ni la puede generar una ley], sino que ha de ser conquistada comunitariamente siempre de nuevo» (Spe salvi, 24). Esta reconquista de las convicciones fundamentales solo se produce dentro de una relación. El método con el que han salido a la luz de forma plena las «convicciones fundamentales» es el método con el que pueden ser conquistadas de nuevo, no existe otro.
La inteligencia de la realidad
Nosotros, cristianos, no tenemos miedo a entrar sin privilegios en este diálogo a campo abierto. Para nosotros esta es una ocasión extraordinaria de verificar la capacidad que tiene el acontecimiento cristiano para mantenerse en pie ante los nuevos desafíos, puesto que nos ofrece la oportunidad de testimoniar a todos lo que sucede en la existencia cuando el hombre se encuentra con el acontecimiento cristiano en el camino de su vida. En el encuentro con el cristianismo, nuestra experiencia nos ha mostrado que la savia vital de los valores de la persona no son las leyes cristianas, o estructuras jurídicas y políticas confesionales, sino el acontecimiento de Cristo. Por eso nosotros no ponemos nuestra esperanza ni la de los demás en nada que no sea el acontecimiento de Cristo, que vuelve a suceder en un encuentro humano. Esto no significa en modo alguno contraponer la dimensión del acontecimiento y la de la ley, sino reconocer un orden genético entre las dos. Es más, lo que permite que la inteligencia de la fe se convierta en inteligencia de la realidad es precisamente que vuelva a suceder el acontecimiento cristiano, hasta el punto de poder ofrecer una contribución original y significativa reavivando esas convicciones que pueden introducirse en el ordenamiento común.
El largo camino que ha recorrido la Iglesia para aclarar el concepto de «libertad religiosa» puede ayudarnos a entender que defender un espacio de libertad puede que no sea tan poca cosa. Después de un largo trabajo, la Iglesia llegó a declarar en el Concilio Vaticano II que «la persona humana tiene derecho a la libertad religiosa», mientras sigue a su vez profesando que el cristianismo es la única «religión verdadera». El reconocimiento de la libertad religiosa no es una especie de compromiso, como si dijese: como no hemos conseguido convencer a los hombres de que el cristianismo es la religión verdadera, defendamos al menos la libertad religiosa. No, la razón que ha empujado a la Iglesia a modificar una práctica vigente durante siglos, muchos siglos, ha sido profundizar en la naturaleza de la verdad y en el camino para alcanzarla: «La verdad no se impone sino por la fuerza de la misma verdad».
Solo si Europa se convierte en un espacio de libertad, en donde cada persona pueda ser inmune a la coacción, en donde cada uno pueda hacer su propio camino humano y compartirlo con aquellos con los que se encuentra en él, solo así podrá despertarse el interés por el diálogo, por un encuentro en el que cada uno ofrezca como contribución su propia experiencia para alcanzar esa «certeza compartida» que es necesaria para la vida común.
Nuestro deseo es que España y toda Europa se conviertan en un espacio de libertad en el que puedan encontrarse quienes buscan la verdad. Merece la pena comprometerse por esto.