El mensaje para la inauguración de la Escuela Superior “Luigi Giussani” de Kampala
«La educación es una comunicación de sí mismo, es decir, del propio modo de relacionarse con la realidad» que se ofrece a la libertad del joven; por eso «la acción educativa conlleva un riesgo, porque se dirige a una libertad frágil; y esto nos hace entender el límite de nuestra propia persona y el insondable misterio del otro» (L. Giussani, El riesgo de educar, SEI, Turín 1995, pp. 84 - 87).
Me acordé de estas palabras de don Giussani nada más pensar en vosotros, queridos amigos, que habéis tomado una iniciativa tan decisiva para todos: abrir una escuela para educar a los jóvenes, para que tengan razones adecuadas para vivir y una esperanza segura para afrontar la aventura de su existencia en todos los avatares de la vida.
Me conmueve pensar que esta escuela nace, sobre todo, de la pasión por el destino de sus hijos que las mujeres de Rose han aprendido de ella. Ellas se han preguntado: «¿Quién les ayudará cuando ya no estemos? ¿Cómo se harán adultos, capaces de tomar sus propias decisiones, si no pueden ir a la escuela?». Me sorprende que no se hayan preocupado por los bienes materiales, sino por un bien mucho mayor, del que dependen todos los demás: el destino de sus hijos, que no se realiza por arte de magia, sino solo a través de la educación. Las mujeres de Rose trabajan picando piedras y haciendo collares artesanales, y están contentas de ofrecer este sacrificio por sus hijos. Ellas dan realmente su vida por ellos, y esto no es una forma de hablar. Todos tenemos que aprender de ellas: «Nadie tiene amor más grande del que da la vida por sus amigos», dice Jesús.
Os deseo que los chicos de la escuela “Luigi Giussani” se sientan mirados de la misma manera en que Jesús miraba a la gente. Mirad así a vuestros alumnos, cuando estéis en clase, cuando les preguntéis y corrijáis sus tareas: con esa simpatía y caridad que no os hará escandalizaros de sus límites, sino más bien estar atentos a sorprender y valorar cada paso que den hacia su madurez, por pequeño o grande que sea.
Os deseo que, al seguiros, lleguen un día a ser más grandes que vosotros, como todo padre y madre desea para sus propios hijos.
Hoy asumís una tarea educativa a la que don Giussani dedicó toda su vida, enseñándonos cuál es el camino: vividlo con su mismo entusiasmo, sabiendo que estáis colaborando con Dios en construir el futuro, que pasa necesariamente a través de la educación de los jóvenes.
Gracias por vuestro testimonio.
Julián Carrón
Milán, 2 de febrero de 2012