El hombre de Hoy ante Cristo. El relato de los evangelios

Por qué la Iglesia
Julián Carrón

Publicamos un extracto de la intervención de Julián Carrón en el Centro Cultural de Milán, el pasado 23 de febrero. Una contribución apasionante al debate en torno a la relación entre el hombre de hoy y la figura de Cristo

«Quien se enfrenta con el hecho de Jesucristo, sea un día después de su desaparición del horizonte terreno, o bien un mes después, o cien, mil o dos mil años después, ¿cómo puede ponerse en condiciones de saber si Él responde a la verdad que pretende ser? ... Es importante, pues, que ahora quien viene después –e incluso mucho tiempo después– del acontecimiento de Jesús de Nazaret lo aborde de modo que pueda llegar a obtener una valoración razonable y cierta, adecuada a la gravedad del problema» (L. Giussani, Por qué la Iglesia, Encuentro 2004, pp. 17-18).
La modalidad más difundida para alcanzar esta valoración razonable es la investigación histórica, a través del estudio de las fuentes cristianas, principalmente los evangelios, y todas aquellas fuentes antiguas que puedan decirnos algo sobre Jesús. Baste como ejemplo hojear uno de los últimos libros publicados sobre el tema: Jesús, hebreo de Galilea : investigación histórica (G. Barbaglio, Secretariado Trinitario, Salamanca 2003). En el prólogo, el autor se refiere a la aparición de estudios de gran envergadura en los dos últimos decenios, y a su resultado: una serie impresionante de hipótesis y reconstrucciones: «Un “profeta escatológico” a favor de la reunificación de las doce tribus de Israel; un personaje carismático y fascinante capaz de gestos taumatúrgicos; un maestro de vida subversivo o un guru revolucionario; un campesino mediterráneo de tendencia cínica; simplemente un filósofo cínico; un revolucionario social no violento; un judío que exaltó la ley mosaica radicalizando sus exigencias, en particular el mandamiento del amor al prójimo; un fariseo de tendencia hillelita; un judío marginal; un rabino o un mago que iba de aquí para allá con artes secretas para curar enfermos y liberar endemoniados». Una serie impresionante de hipótesis: esto es lo que tiene delante hoy quien quiera formarse una opinión fundamentada sobre Jesús. (…)
Algunos no son tan escépticos por lo que respecta a las fuentes cristianas.
Klemens Stock, profesor del Pontificio Instituto Bíblico de Roma, reclama nuestra atención sobre su verdadera naturaleza. Jesús nunca fue un hombre solitario, desde el principio creó un grupo de discípulos que recibieron el impacto de su presencia. Por ello, no solo hablan de Jesús las palabras que dijo, sino también la impresión que produjo en los que estaban cerca de Él. «Por eso lo principal que queda de Jesús después de la Pascua –junto a la presencia del Espíritu– no son antologías de frases auténticas, y acciones narradas con exactitud, sino hombres vivos que tuvieron la oportunidad de conocer su persona y su mensaje a través de la convivencia con Él. Jesús no confió su actuar a unos documentos, sino al testimonio vivo. Es acogido y permanece presente no por su reproducción telegráfica sino por los testimonios». Esto explica la naturaleza de los evangelios. «Los evangelios, con esa mezcla casi inseparable de lo que procede originariamente de Jesús y lo que procede de testimonios posteriores a Él, hay que mirarlos como un relato de la acción (wirken) de Jesús en palabras y en obras y, al mismo tiempo, como un registro de la influencia (wirkung) de Jesús, basada en el encuentro y en la convivencia con Él». Mirados así, los evangelios nos permiten acceder al verdadero Jesús. «Quien quiera conocer al verdadero Jesús, sus verdaderas intenciones y su verdadero mensaje, hará bien en escuchar los evangelios». Esta descripción salva el foso entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe del que dan testimonio los evangelios, pero al hombre de hoy, ¿le basta con escuchar los evangelios para acceder verdaderamente a Jesús? Veremos cómo, ya desde el principio, las cosas no eran tan simples. Aquí radica el valor de la historia de la investigación, que presentamos de manera sintética.

La Iglesia se ha relacionado siempre con la Escritura en el marco de la Tradición
La experiencia cristiana es indispensable para la auténtica interpretación del Nuevo Testamento y, en particular, de los evangelios. Es significativo lo ocurrido en las iglesias de Galacia. Los miembros de esta comunidad habían recibido el anuncio del evangelio gracias a la actividad misionera del apóstol Pablo. No ha pasado mucho tiempo y se ven acosados por algunos intrusos que les anuncian “otro evangelio”, que junto a la fe en Cristo exige la circuncisión y las obras de la ley para su salvación (4,21; 5,4; 5,2; 6,12). Los gálatas se encuentran así ante dos versiones del evangelio frente a las cuales tienen que decidir.
Sorprendido por la rapidez con que los Gálatas se están pasando a un “evangelio distinto” del que les ha predicado (1,6.9), Pablo les escribe la carta para mostrar que “no hay otro evangelio” que el que él les ha anunciado y que lo que les está embrujando no es más que una deformación del único Evangelio de Cristo (cf. 1,7). (...)
Pablo sabe por propia experiencia que lo que a él le llevó al convencimiento de la verdad de Cristo fue la experiencia de su encuentro con Él. Teniendo esto en cuenta, no resulta extraño que Pablo en esta parte comience apelando a la experiencia de los Gálatas. (...) En este pasaje Pablo pone ante sus ojos en primer lugar la recepción del Espíritu y los prodigios que este Espíritu ha obrado en medio de ellos. Como observa agudamente A. Vanhoye, «en el contexto se trata necesariamente de un hecho observable, constatable. De otro modo no podría servir como argumento». Por ser un hecho constatable, los gálatas han podido tener experiencia de él. Y esto permite a Pablo apelar a esta experiencia como criterio decisivo para aclararse en el dilema en que se encuentran. Por eso, «la apelación a la experiencia por parte de Pablo –ha subrayado J. D. G. Dunn– no es periférica o casual. Está en el centro de su intento de retener a los gálatas para su evangelio». (...)
Una vez que Pablo ha puesto ante ellos las grandes cosas de las que han tenido experiencia, puede plantearles la cuestión decisiva: «El que os otorga el Espíritu y obra prodigios entre vosotros, ¿lo hace porque observáis las obras de la ley o por la escucha de la fe?» (Gál 3,5). Si son leales a la experiencia vivida, ellos mismos pueden reconocer en ella que las cosas grandes que han sucedido entre ellos no tienen su origen en la observancia de la Ley, pues el evangelio que Pablo les predicó no la incluía, sino únicamente en la escucha de la fe. Sólo ella es el origen de los frutos que ven con sus propios ojos. Esta es la razón por la que les conviene seguir abrazando el evangelio que ha producido entre ellos tan preciados frutos.
Con esta apelación a su experiencia Pablo les ofrece a la vez el método para salir de la perplejidad en la que se encuentran. (...) Su experiencia les permite juzgar por sí mismos, sin depender en ese juicio ni de Pablo ni de los intrusos. Aquí reside el valor de la apelación de Pablo a su experiencia. Es en esa experiencia donde se hace trasparente para ellos la verdad del evangelio que Pablo les ha predicado. (...)
La insensatez de los gálatas, lo irrazonable de su posición, estriba en no querer someter su razón a la experiencia vivida. (...) El acontecimiento de Cristo muerto y resucitado, que por obra del Espíritu se hace presente en la Iglesia y a través de la Iglesia, comunicándose a la razón y a la libertad del hombre, hace posible una experiencia que permite comprender el anuncio cristiano y decidir en cada momento frente a las distintas interpretaciones que de él aparecen en la historia humana.
El acontecimiento cristiano, que la Iglesia sigue transmitiendo a lo largo de la historia «con su enseñanza, su vida y su culto» (Dei Verbum n.8), hace posible a todos aquellos que, por gracia, aceptan participar libremente en su vida aquella experiencia que les permite alcanzar la certeza sobre la verdad de lo que ella anuncia. Esto les permite acercarse a la Escritura con esta experiencia en sus ojos. «In manibus nostris sunt codices, in oculis nostris sunt facta», dirá más tarde S. Agustín. Por eso, la Iglesia se ha relacionado siempre con la Escritura en el marco de la Tradición en la que había nacido y que constituía el lugar de transmisión del acontecimiento cristiano, del que la Escritura es su testimonio. (...)
A partir de un momento de la historia moderna ya no se considera posible la experiencia que testimonian las cartas de Pablo y la Iglesia antigua y medieval.

La novedad protestante: sola Scriptura
Como hemos visto, la Iglesia se ha relacionado siempre con la Escritura en el marco de la Tradición. Por tanto, se comprende enseguida la novedad que representa el principio de interpretación protestante: sola Scriptura. Puesto que se compone de hombres pecadores, la Iglesia no puede transmitir la pureza del origen, afirmaba el protestantismo. Sólo la Escritura la había conservado. Por tanto, sólo ella aseguraba una relación verdadera con el origen. Dicha pureza resplandece en la Escritura con tanta claritas que es suficiente para su comprensión. No necesita de ninguna autoridad humana para asegurar una interpretación verdadera. La Escritura es intérprete de sí misma.
No obstante el principio de la sola Scriptura, la Reforma no rompió del todo el vínculo con la Tradición; seguía leyendo la Escritura en el marco de los grandes concilios antiguos que la Reforma aceptaba. Sin embargo, el principio había quedado establecido. No se tardó mucho en ver que la utilización que de ese principio hizo la Reforma no fue capaz de resistir la presión cultural a la que se vio sometido.

De la sola Scriptura a la sola Ratio: la Ilustración
Con la Ilustración asistimos a una suerte de secularización del principio protestante: la sola Scriptura se convierte en sola Ratio. Incapacitada de hacer la experiencia que atestiguaban la Iglesia antigua y medieval, la razón, separada ya del acontecimiento cristiano, se erige en medida de todo conocimiento. (...)
Erigida en el tribunal último de juicio, la razón sólo reconoce como vía de acceso a la Escritura los mismos métodos que se emplean en las ciencias de la naturaleza. Sólo así se podría evitar la interferencia de las creencias del sujeto en el acercamiento a la Escritura. La fe quedaba excluida a priori del método. El hecho de que la Escritura fuera una obra literaria antigua imponía que fuera abordada con los mismos métodos empleados para comprender cualquier obra del pasado. Métodos literarios, históricos, filológicos. Había una exigencia justa en este nuevo acercamiento. La Palabra de Dios estaba testimoniada en la palabra humana y sólo a través de ésta se podía acceder a aquélla. (...)
De esta forma quedaba patente el carácter histórico del mensaje bíblico. Pero el reconocimiento de esta exigencia justa no fue a la par del reconocimiento de los límites de tal metodología. (...)
El ideal de una objetividad libre de la interferencia de la sujetividad se reveló con el tiempo irrealizable. Pese al uso de métodos que prometían tal objetividad, la divergencia de los resultados mostraba que había sido imposible eliminar al sujeto que usaba el método. La tumba de esta posición fue la obra de A. Schweitzer, La historia de la investigación moderna sobre la vida de Jesús, pues dejó a las claras la imposibilidad de una reconstrucción histórica objetiva de la vida de Jesús y puso de manifiesto su verdadero objetivo: «La investigación histórica sobre la vida de Jesús no nació de un interés puramente histórico, sino que más bien buscaba en el Jesús de la historia una ayuda en la lucha por liberarse del dogma».

Reconocimiento de la participación del sujeto en la investigación: la ermenéutica
Fue, pues, el mismo desarrollo de la investigación el que forzó a reconocer la imposibilidad de eliminar la participación del sujeto en el uso del método. Cada cual acababa por describir a Jesús conforme a sus presupuestos. «Ningún método es inocente», ha proclamado Paul Ricoeur. Esto condujo al reconocimiento de la “tradición” en la que nace el sujeto que se acerca al texto (dado que el hombre histórico concreto nace siempre dentro de un pueblo, «no es posible la idea de una razón absoluta de la humanidad histórica») y de la “precomprensión” necesaria a toda comprensión. Pero, si la “precompresión/tradición” son inevitables, «¿cómo me es posible –se pregunta J. Ratzinger– alcanzar una comprensión que no esté fundada sobre el arbitrio de mis presupuestos, una comprensión que me permita verdaderamente entender el mensaje del texto, restituyéndome algo que no viene de mi mismo? Si no podemos liberarnos de nuestros prejuicios, ¿cómo sé yo que no me estoy escuchando a mí mismo cuando creo escuchar la Escritura?

Respuesta del Vaticano II al desafío de la Ilustración
La Dei Verbum, al afirmar que «Dios ha hablado en la Sagrada Escritura por hombres y a la manera humana» (12), indica un principio de método teológico fundamental para relacionarse con la Escritura: sólo en el marco de la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe es posible hallar el sentido exacto del texto sagrado. El Concilio, por tanto, no considera a la Tradición como un obstáculo que dificulta el acceso a la comprensión exacta del texto, sino más bien lo que lo hace posible.
«Este principio de método teológico contrasta con la orientación de fondo de la exégesis moderna; más aún, es lo que la exégesis pretende eliminar a toda costa. Dicha concepción moderna se puede describir en estos términos: o se da una interpretación crítica, o se remite a la autoridad; ambas cosas no pueden coexistir». (...)
¿Es posible articular razón y Tradición entre sí de tal manera que ninguna de las dos quede mortificada?

Acontecimiento y razón
Para resolver dicha cuestión el Concilio Vaticano II nos ofrece una gran contribución gracias a la recuperación de la categoría de “acontecimiento” para describir la Revelación. Y el Concilio añade que este acontecimiento de la Revelación, Jesucristo, permanece presente a lo largo de la historia comunicándose a través de la totalidad de la vida de la Iglesia. Esto es lo que llamamos Tradición.
La importancia de esta categoría de acontecimiento en relación con la razón y la libertad del ser humano se ha ilustrado ampliamente en la encíclica Fides et ratio, según la cual la aventura del conocimiento parte del estupor que la realidad creada suscita en el hombre: «Los conocimientos fundamentales derivan del asombro suscitado en él por la contemplación de la creación: el ser humano se sorprende al descubrirse inmerso en el mundo» (Fides et ratio, Prólogo 4). Esta experiencia elemental contiene los factores fundamentales de todo conocimiento: la totalidad del hombre, razón y libertad, se ve impactada por la realidad en la que está sumergido. Este impacto, por lo tanto, es el comienzo de un camino en el que la razón y la libertad están llamadas a cumplir su naturaleza propia. El mismo fenómeno sucede cuando lo que sale al encuentro del hombre es la Revelación. Si la Revelación tiene carácter de evento histórico, cuando entra en relación con el hombre, provoca su razón y su libertad. Así lo ponen de relieve con sencillez los evangelios, que atestiguan el estupor que Cristo suscitaba en quienes lo encontraban y la pregunta que surgía en ellos: «Pero, ¿quién es este?» (Mt 8,27). (...)
Por tanto, sin el acontecimiento de la Revelación, la razón y la libertad no logran ser ellas mismas, puesto que la capacidad de la razón queda “ofuscada” a causa de la desobediencia original (Fides et ratio, 22). «Los ojos de la mente no eran ya capaces de ver con claridad: progresivamente la razón se ha quedado prisionera de sí misma». Sólo una intervención desde fuera pudo cambiar esta situación, devolviendo a la razón toda su apertura original. «La venida de Cristo ha sido el acontecimiento de salvación que ha redimido a la razón de su debilidad, librándola de los cepos en los que ella misma se había encadenado» (Fides et ratio, 22). Gracias a esta liberación, la razón puede alcanzar el objeto del conocimiento sin quedarse prisionera de su medida.

Conclusión
El acontecimiento cristiano libera a la razón de los límites a los que habitualmente se acomoda siguiendo las costumbres de su propia cultura y tradición, la devuelve a su dinamismo más propio de abrirse libremente a la comprensión de la totalidad de la realidad y en su novedad radical, como presencia de Dios en medio de los hombres, la lleva gratuitamente más allá de donde llegaría con sus propias fuerzas. Cuando la libertad de los que lo encuentran no se sustrae al atractivo que la presencia del acontecimiento cristiano provoca en ellos inevitablemente se empeñará en verificar la correspondencia con todos los aspectos de la realidad, alcanzando así la certeza que les permite adherirse razonablemente a él.
El caso de Pablo y de los gálatas es paradigmático para cualquier momento de la historia, pues, como a ellos, el acontecimiento de Cristo se hace contemporáneo en la vida de la Iglesia a cada hombre en sus circunstancias históricas y culturales, permitiéndole realizar la misma experiencia. Como ha escrito H. Schlier, «el sentido íntimo y peculiar de un acontecimiento, y por tanto del acontecimiento mismo en su verdad, se abre siempre sólo a una experiencia que se abandone a él y en este abandono trata de interpretarlo, a una experiencia que es verdadera, si es adecuada al acontecimiento en cuestión». Esta experiencia proporciona aquella «afinidad vivida con aquello de lo que habla el texto», que es –según el documento de la Pontificia Comisión Bíblica– lo que hace accesible el verdadero conocimiento del texto bíblico y, por tanto, su auténtica interpretación.
Es en este marco en el que la Iglesia reconoce la utilidad y estimula el uso de todos los métodos que puedan ayudar a la comprensión del texto de la Escritura. Precisamente el reconocimiento de la utilidad de estos métodos es una muestra de la confianza que la Iglesia tiene en que su punto de partida es adecuado: cree que el esfuerzo de estudio, en libertad y con todo su instrumental propio, dará sus frutos precisamente por estar anclada en aquella tradición que puede introducir a una verdadera comprensión de la Sagrada Escritura. Lejos de verse amenazadas, su razón y su libertad son así exaltadas por el hecho de participar en el acontecimiento de gracia presente en la Iglesia.