El cura de los chicos, que explicaba la fe con un tocadiscos
«Cara beltà che amore / lunge m´inspiri...». Giussani tenía quince años, cursaba primero de liceo en el seminario de Venegono, en la provincia de Varese, y en realidad se sabía de memoria las poesías de Leopardi desde hacía mucho tiempo. Pero aquella vez releyó A su dama como una oración que repetiría a menudo cuando comulgaba, pues «siendo expresión del genio, estos versos no pueden ser sino una profecía», en este caso «la profecía de lo que el Señor ya había cumplido: en el fondo la aspiración de Leopardi era la de ver con sus ojos y de tocar con sus manos la Belleza hecha carne, el Verbo». Quizás no sabía aún que Dostoievski había escrito: «La belleza salvará al mundo», pero esta misma certeza le acompañó durante toda su vida contrarrestando el temor de un “desastre” inminente para la Iglesia y la idea de un cristianismo abstracto reducido a algo insignificante. El 15 de octubre, en el día de su 82 cumpleaños y en víspera de la celebración del 50 aniversario de Comunión y Liberación, monseñor Luigi Giussani explicaba al Corriere della Sera que justamente del “estupor” tiene que empezar todo: «Mi punto de partida ha sido siempre un modo de mirar las cosas “con pasión”, “con amor”...». Estaba enfermo desde hacía unos años; al final, las palabras se confundían con los suspiros, la voz estaba cada vez más ronca. Sin embargo, en esa última entrevista, decía: «El cristianismo es una vida y no un discurso sobre la vida, ¡porque Cristo “palpitó” por primera vez en el útero de una mujer!». (...) Para don Giussani la fe existía como “acontecimiento” y era necesario “experimentarla” para alcanzar una razón convincente: «Para entender si un vino es bueno, lo único es probarlo».