Educación. Para no olvidar a los muertos ni morir nosotros
Hace un año decíamos: «No a la guerra, sí a América». Siguiendo al Papa, percibíamos con pesar que la guerra no era la solución. Era cierto: los problemas anteriores a la guerra, y especialmente el terrorismo, permanecen y se han agravado, como demuestra lo sucedido en España. Sin embargo, teníamos muy claro que nuestro desacuerdo con las decisiones de Bush no menoscababa nuestra pertenencia a una tradición y a una cultura de libertad, democracia y pluralismo, de la que EEUU es expresión concreta aunque sea imperfecta.
Precisamente porque amamos verdaderamente la paz, acabada la guerra declarada por América, nos oponemos a otra guerra que aún persiste: la que el terrorismo ha declarado y a la que una ideología débil y confusa –aparentemente predominante en nuestros países– no sabe hacer frente de forma adecuada.
Las calles, sobre todo las italianas, se llenan a menudo, a veces semanalmente, de gritos en contra de EEUU mezclados con protestas en contra de cualquier acción del gobierno; también se denuncia el terrorismo, pero de forma reactiva o como un comportamiento aparentemente inevitable y, por tanto, de algún modo justificado. Mientras que en todo el mundo, inocentes mueren destrozados por las bombas, la opinión pública no renuncia a sus manifestaciones contra todo, abogando por una paz sin sacrificio, que nos deje tranquilos y no interfiera en el cómodo crecimiento de nuestro tren de vida. De esta manera, mientras la calle trata de tomar el poder, el gobierno propende a asimilarse al clima callejero, corriendo todos el riesgo de extravío.
Resulta obvio que “así” no se cambia nada ni se construye. Necesitamos una educación, no gritos de protestas confusas. Nuestra tradición –sí, nuestra tradición cristiana rechazada por la Constitución europea– no puede ser denigrada ni mermada, sino que ha de ser recobrada en toda su capacidad de valorar la dignidad humana. No podemos sustraernos impunemente a nuestra responsabilidad ante el mundo, más bien hemos de asumirla para no olvidar a los muertos ni morir nosotros. Es absurdo tachar de régimen nuestra democracia libre y plural. Ésta debe ser sostenida en el respeto a las instituciones, respeto necesario para poder criticarlas y corregirlas.
Ha llegado el momento que ya presagió el cardenal Newman, pastor anglicano convertido al catolicismo: que los católicos que viven de la fe, para serlo, defiendan la razón. Y es la razón la que nos dice que ha llegado también la hora de que los católicos que quieren más sociedad defiendan el Estado: no cualquier Estado, sino el de nuestra convivencia civil.
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