Demos gracias nosotros a los Echevarría
Ana Echevarría, la hermana del héroe del puente de Londres, sale de un juzgado donde le acaban de comunicar cómo murió su hermano. Han hecho falta cuatro días para que se le informara oficialmente. Por la tarde, por fin la familia ha podido ver el cadáver de Ignacio. Pero solo a través de un cristal. Y todavía harán falta algunos días más para que vuelva a España. Y de la boca de Ana no salen más que agradecimientos. A los amigos, a las autoridades británicas a las que todo el mundo critica, a las autoridades españolas. Sin quejas, sin intentar echar la culpa a nadie, sin resentimiento. Así lleva toda la familia casi una semana. Por una vez los periodistas hemos sido discretos, hemos esperado a que quisieran hablar. Porque cuando aparece lo sorprendente hasta los periodistas sabemos callar. Lo sorprendente es que Ana ha dicho que “algo muy triste, muy duro se está convirtiendo en algo muy bonito y muy grandioso”.
“Pero, Dios mío, ¿quién es esta gente?”, nos preguntamos todos. Porque delante de un micrófono siempre hay lamentos: contra la policía, contra los políticos, contra los recortes, contra los pájaros que cantan demasiado pronto o demasiado tarde, contra la vida, contra el destino... Y esta familia, destrozada por el dolor, no hace más que dar las gracias. Ignacio dio la vida por salvar a una mujer que estaba siendo agredida, y su familia prolonga su extraño modo de vivir y de perder a un ser querido, su extraña manera de usar la razón. Y nosotros, siempre quejosos, siempre queriendo preservar como nuestro cada minuto de vida, por una vez callamos, por una vez reconocemos que ante el desgarro de la muerte, ante el último precipicio, no solo hay un abismo, que también se puede no-estar-cabreado por el que se va y por el que se queda. Demos las gracias nosotros a los Echevarría porque, de pronto, hemos visto cómo queremos vivir y cómo queremos morir.