De mi vida a la vuestra
Palabra entre nosotrosApuntes de la intervención de Luigi Giussani en la apertura de curso de los universitarios de CL en Milán.
Palalido, 18 de octubre de 2001
Os llega mi saludo en las circunstancias actuales, tras 50 años de propuesta y compromiso que han convocado a vuestros predecesores, a los amigos que os han precedido.
Ahora bien, entre las dos líneas de conexión (el pasado y el presente), un predecesor es algo menos, es como el punto de arranque, como la mirada que el chico dirige de reojo a su chica cuando pasa por ahí.
El nexo entre el hombre y otro, más aún, entre el hombre y la realidad en todos sus múltiples aspectos y circunstancias, ¡es mucho más que imitar a un antepasado!
Por ello me aventuro a saludaros, porque lo que os voy a decir nace de nuestras conexiones históricas. Y ante todo, nace de la mirada con la que os he mirado cuando todavía no existíais: ya entonces era una mirada llena de pasión por lo que ibais a ser, por aquello que habríais vivido. En efecto, las relaciones - entre hombre y hombre, entre el hombre y todo lo demás - todas las relaciones son mediadas por una capacidad de fascinación, por la capacidad de expresar lo que necesitamos de modo irrefrenable, por la exigencia de encontrar satisfacción, de ser satis facti.
Yo no creía que esta mirada pudiera suscitar la iniciativa de tantos corazones, que, tras asumir una actitud de simpatía hacia mi vida, compartieran la mirada afectivamente intensa que he dirigido a sus vidas. De mi vida a vuestra vida. Jamás habría podido eliminar la incertidumbre, un juicio, al menos, incierto sobre esta capacidad vuestra, si no hubiese escuchado hoy a don Pino, el mejor amigo que tenéis, hablar con vosotros tan claro y franco, con una energía de afecto y de comprensión unívoca. En fin, mientras le escuchaba, ¡me parecía estar en un aula de la universidad, como antes!
«Señor, por Tu nombre se nos llama»1.
¡Somos llamados por Su Nombre! Nuestro nombre, ese que cobra vida mediante la carne y la sangre de nuestros padres, no tendría séquito, no tendría historia si no fuese algo que nace y surge de una herencia. De una herencia, que debe jugarse minuto a minuto en circunstancias donde se alternan el bien y el mal, porque Dios todo lo hizo con sabiduría (dice el Libro de la Sabiduría), pero los hombres hacen el mal2.
De cualquier modo, quiero daros las gracias por haberme reconocido como parte de vosotros, como un nombre. Y el nombre, una vez que el hombre lo ha asumido, ¡no se puede olvidar ni arrojar al abismo de la nada!
El cinismo que hace falta para no custodiar nuestra ineludible humanidad, este cinismo propio de vagabundos, no puede ser nuestro. ¡Evitémoslo a toda costa! Es un cinismo propio de vagabundos el que tratan de imponernos como un obstáculo al comenzar nuestra jornada. Tratan de obstaculizar el “plan” para conseguir una humanidad intensa, y para hallar el valor de lo que hacemos y de lo que vivimos juntos.
Desde hace 50 años reviso y considero las respuestas a las preguntas que plantea la vida y los “resentimientos” que pueden surgir, ya que durante 50 años he recibido y tratado a las personas sólo al nivel de estas grandes “cuestiones”, apostando por la pura libertad -¡por su pura libertad! -. Procurad cada día que esta libertad pura corresponda a vuestros propósitos, a vuestros criterios, a vuestras acciones, y ello os hará rebosar de paz.
«Se nos llama por tu Nombre». Que la abundancia de tu amor, oh, Padre, nos mantenga despiertos. Porque Tú eres el único donde halla respuesta la espera que gobierna estructuralmente todos nuestros deseos, eres el único en quien nuestro ser puede salvarse del naufragio. Os recomiendo que leáis Su Monte Mario3, una poesía extraordinaria de Giosué Carducci. Hermosa, sobre todo, por ese fascinante espectáculo (que cierra el poema) en que el último hombre y la última mujer sobre la superficie de la Tierra, convertida en hielo (según las tesis de algunos estudiosos), se encuentran en el límite de la mirada y del corazón humanos. En el umbral de esta mirada hacia el horizonte de la Tierra, los últimos seres humanos, un hombre y una mujer, se percatan estupefactos («con los ojos vidriosos/vítreos») de que es imposible vivir lo que siempre habían soñado, porque todo se pierde ante la desolación de la Tierra que muere convertida en un desierto helado.
Os ruego que seáis precisos en vuestro razonar, que acotéis la intensidad de vuestros miedos, y que miréis a la cara esta visión, con su final tan trágico y destructivo, donde la afirmación del ser se trastoca en una afirmación de la nada. Pues, desde esta situación - que siempre es posible secundar como fruto del pecado - podéis extraer un punto de arranque, un motivo para vuestra fidelidad a la fidelidad de Dios. ¡En Él jamás puede haber infidelidad! ¡En el Ser no existe, no se da la posibilidad de ser infiel!
Os pido de corazón que en vuestra jornada os apoyéis siempre en la oración, en esa avanzadilla que es la petición: la petición es la avanzadilla del hombre que va a la batalla. La petición es un grito, una invocación que no debe descuidar la conciencia que tenemos de nosotros mismos, la autoconciencia por la que hemos nacido y vibramos. Así que, no sé, dentro de 50, de 500 años, nos encontraremos juntos gozando de ese consuelo que el Ser otorga a quienes no lo apartan de su intenso “partido” afirmando la nada.
Gracias.