Dar testimonio de Cristo dentro de la vida de todos
Palabra entre nosotrosCriterios para entender las indicaciones de Dios
a) Construir el Reino de Dios en la historia
La Biblia termina con la invocación «Ven, Señor Jesús»1; el itinerario histórico de miles de años, que Dios ha creado expresamente como lugar de la verdad y de la salvación, toda la historia desde Adán y Eva hasta Cristo y el comienzo de la historia nueva después de Cristo, culmina con las palabras «Ven, Señor». Si alguien reconoce verdaderamente a Cristo y se asombra de Él - como Zaqueo, la Samaritana o la pecadora - desea que venga, es decir, que se manifieste.
«Que se manifieste» no quiere decir que se manifieste al final del mundo, sino en el tiempo. Como dijo el Papa: «El Reino de Dios comienza dentro de la historia y este Reino es la misión encomendada a los Apóstoles»2, es decir, a la Iglesia, a nosotros.
La tarea de la vida es dar vida al Reino de Dios dentro de la historia. Pero ¿cómo entender lo que Dios quiere de cada uno de nosotros? Hace falta seguir las indicaciones de Dios.
El modo de prepararse para entender los indicios, los signos que Dios pone en nuestra vida, no es pensar en la vocación, sino desear profundamente para nuestra vida lo que decimos siempre en el Padre Nuestro: «Hágase tu voluntad» en mi vida, o en el Ángelus: «Hágase en mí según tu palabra».
b) La disponibilidad
Esto nos educa en la disponibilidad. Es lo más importante. Por eso, sólo si crecemos en la disponibilidad, en el deseo de que se haga en nosotros según Su palabra, seremos más capaces de identificar los signos de nuestra vocación.
«El que pierda su vida por Mí la encontrará»3. Es necesario dejar el apego o el ansia de saber “cuál es” nuestra vocación. Si te pierdes a ti mismo por el Señor, entonces te encontrarás. Y esto es verdad en todo. Por ejemplo, el hombre que se casa, para querer de verdad a su mujer, debe en cierto sentido perderla; debe afirmar su relación con Dios antes que con su mujer; es decir, debe vivir la relación con su mujer a la luz de su relación con Dios.
Actuando así [...] se tiene la impresión de perder y, en cambio, se encuentra de nuevo lo que parecía haberse perdido. Hay que perder el apego a la definición de “qué será” lo que uno haga, para que prime en nosotros y llegue a ser algo habitual el deseo de que se haga la voluntad de Dios.
Por ello, antes de la vocación está la disponibilidad a la voluntad de Dios. La vocación, en sentido estricto, supone la vocación fundamental, que es la de ser cristiano: criatura llamada a Cristo.
«Mi vida, oh Cristo, está a tu merced. Hazme capaz de ser fiel a lo que Tú quieres de mí. No sé qué quieres, pero no me preocupa; lo que quiero es hacer tu voluntad». Hace falta, sobre todo, favorecer esto; hace falta incrementar el fundamento de todo, que es nuestra vocación a la voluntad de Dios como criaturas y como cristianos: que nuestra vida esté disponible a Dios.
Estar disponible como el joven Samuel, que oye la voz de Dios por la noche: «Samuel, Samuel». Creyendo que era el sumo sacerdote Elías, corre a decirle: «Vengo porque me has llamado». Hipótesis de trabajo: el sumo sacerdote me llama. Rápidamente corre hacia allí y él dice: «No te he llamado, vuelve a acostarte». Y otra vez: «Samuel, Samuel». Corre hacia allí: «¿Me has llamado?». «No te he llamado, hijo mío». Y por tercera vez: «Samuel, Samuel». Él corre: «¿Me has llamado?». Entonces Elías comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho y le dijo: «Mira, hijo mío, es Dios quien te llama. Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha”»4.
El silencio es el tiempo en que se piensa en esto. Ésta es la verífica: comprobar que el descubrimiento nuevo de Cristo, que se da a raíz de la hipótesis de la vocación, cambia la vida, es decir, la hace más humana.
Todo esto no lo sabéis; hace falta aprenderlo y esto introduce un nuevo modo de ver, más justo y consciente. Es la experiencia viva del movimiento.
c) La propuesta se convierte en hipótesis de trabajo
La vocación es una propuesta: no te obliga, pero debe convertirse en hipótesis de trabajo. Si la propuesta te la hace alguien que pasa por la calle, no le prestas atención; pero si te la hace el Señor, entonces debe convertirse en hipótesis de trabajo. Es decir, debe determinar enseguida la disposición de nuestra vida para poder comprender, para ver si hemos entendido bien o no.
Sólo tomando en serio esta propuesta se entiende si estamos disponibles a ella o no, si estamos disponibles a Dios o no. Si yo fuera Dios y te propusiera: «Ven aquí», tú eres leal conmigo si buscas enseguida cómo venir aquí; tal vez por el camino te he cavado un hoyo y caes dentro; entonces dices: «No estaba hecho para llegar hasta allí». Las objeciones insuperables son el hoyo.
Como decimos en El Sentido Religioso, para entender si una hipótesis es verdadera hay que tener la certeza de que se alcanzará la solución, hay que emprender el camino con seguridad; de este modo, si la hipótesis es verdadera encontrarás la meta. Si empiezas a decir: «No... será una ilusión», aunque sea verdadera ya no la encontrarás. Ante una propuesta, el único modo de llegar a entender si es verdadera o no es tomarla en serio.
Lo dicho vale también para la existencia de Dios: quien parte con una hipótesis escéptica o negativa ya no lo encuentra.
Nos preparamos para entender los signos que Dios pone en nuestra vida, es decir, sus indicios, no preocupándonos en primer lugar por la forma de la vocación, sino deseando que se haga en nuestra vida según Su palabra: esta es la disponibilidad.
1. Testimoniar a Cristo
El primer criterio para entender el designio de Dios sobre la propia vida es que cada uno se pregunte: «¿Cómo puedo yo, tal como soy, servir mejor al Señor? ¿Cómo puedo servir al Señor en las circunstancias en las que me encuentro? ¿Cómo puede mi vida, tal como es, dar mayor gloria a Dios, mayor gloria a Cristo?».
El Reino de Dios, la gloria de Cristo, el testimonio de Cristo, coinciden - como realidad física y experimental - con el bien de la Iglesia. La gloria de Cristo es el bien de la Iglesia. El testimonio de Cristo es el incremento de la vida de la Iglesia.
Entonces, el primer criterio para entender el designio de Dios sobre la propia vida es preguntarse cuál es la necesidad más grande que la Iglesia tiene en estos tiempos, y estar disponible para ello.
¿De qué tiene más necesidad hoy la Iglesia?, el testimonio de Cristo ¿con qué coincide?
Hoy el mundo es ateo; todo el mundo, a menudo incluso los cristianos. Un mundo ateo es un mundo donde Cristo no tiene que ver con la vida. Por tanto, la necesidad mayor de la Iglesia hoy es la de un testimonio que haga presente a Cristo en la vida normal.
Y esto coincide con testimoniar que Cristo realiza la humanidad del hombre más que cualquier otro al que se siga: cumple lo humano, libera la vida del hombre, lo libera dentro de las condiciones de todos.
Que Cristo sea testimoniado quiere decir que Cristo aparezca como Aquel que hace que el hombre, al seguirle, sea más humano. Sobre todo, que sea más humano a la hora de vivir lo que más se estima en la vida cotidiana: el trabajo, que es la religión de hoy.
En la época moderna se ha dicho que “el hombre es medida de todas las cosas” y que el hombre es el valor del mundo; entonces el trabajo, es decir, la expresión del hombre en el mundo, es aquello que más se estima.
La historia de la filosofía de Abbagnano termina así: «Esta es la razón: una fuerza humana para hacer humano el mundo». Y el trabajo es la razón que se aplica al mundo. ¿En qué se equivoca Abbagnano?
La razón no hace más humano al mundo, sino más inhumano, porque existe el pecado original. Esto es tan cierto que hemos llegado al punto de que Reagan y Gorbachov se alían por temor a provocar un desastre irreparable como la destrucción de la humanidad.
La Iglesia pretende demostrar que Cristo no sólo está presente en la vida del mundo, sino que, estando presente, hace la vida del individuo y de la sociedad más humana.
El testimonio de Él es que las personas que viven siguiéndole viven mejor que las que no lo hacen; es decir, alcanzan una humanidad más intensa, cargada de la inteligencia de la finalidad, cargada de afectividad; más abierta a los otros y más constructiva.
Que un cura hable de Jesucristo, todos lo dan por descontado; sin embargo, no se da por descontado que una joven licenciada en ingeniería que trabaja en el ENI, siempre alegre, puntual en su trabajo, discutiendo sobre la construcción de la carretera Livorno-Civitavecchia con los jefes de la empresa, diga que se ha entregado al Señor y que vive una vida de virginidad.
Este es el testimonio que hace falta hoy.
Imaginad que estas personas, en lugar de ser diez mil, fueran cien mil o un millón. En la Edad Media fue así. Con una población diez veces menor que la de ahora, cada 10 kms. había una abadía con 300, 400 hombres; y, así, toda la sociedad fue transformada por una trama de personas dedicadas a Dios.
Por tanto, prescindiendo de la forma particular, lo que construye es la inmanencia en la vida mundana de testimonios que son un milagro inconcebible. No hay nada que demuestre más la verdad de que Dios está presente, de que Dios existe.
Esta observación es muy importante: incluso las distintas formas religiosas ya estables tratan hoy de hacerse presentes en el mundo acercándose a la vida de todos los demás.
No digo que esta inmanencia concreta sea necesaria, sino que ésta es la necesidad más inmediata, más urgente y clara que el mundo y la Iglesia tienen. Si el mundo tiene necesidad de Cristo y si la Iglesia es el lugar donde se testimonia a Cristo, en la Iglesia el testimonio más urgente y más grande es el que he descrito.
Dar testimonio dentro de la vida del mundo según la modalidad del mundo. Ahí está el reto.
El mundo de hoy es como si le hubiera dicho a Cristo: «Quien quiera, que te siga, pero quédate a un lado. La religión en la Iglesia, en las asociaciones católicas». Nuestra respuesta, en cambio, es: Cristo dentro del mundo. Porque Cristo demuestra Su dignidad cambiando el mundo, y para cambiarlo debe estar dentro de él.
Cristo desafía al mundo en su propio terreno. El mundo ha puesto en el trabajo su esperanza de felicidad, y Cristo debe demostrar su presencia, que hace el trabajo más verdadero, dentro del ambiente mismo de trabajo.
Nuestro movimiento - único - subraya intensamente que el cristiano tiene como deber fundamental de la vida llevar el testimonio de Cristo a la vida de todos. Esta exigencia ha dado lugar al nacimiento del «Grupo Adulto», que tiene como fórmula significativa el título: Memores Domini, los que viven la memoria de Cristo, es decir, la conciencia de Su presencia en el trabajo, o sea, en la expresión normal con la que el hombre vive, manipulando las cosas para modificarlas según su ideal.
2. Las circunstancias
El segundo criterio son las circunstancias a través de las cuales cada uno es llamado, la situación en la que cada uno se encuentra.
Por ejemplo, uno querría convertirse en eremita, pero tiene un hermano que se casa y se va a Oceanía, y los padres tienen ochenta años. Esta puede ser una circunstancia por la que todo el proceso que le ha llevado a decidir ser eremita quede bloqueado; el primer deber es ayudar a su padre y a su madre. Hará lo que pueda, pero debe elegir algo que le permita ayudar a sus ancianos padres.
Quien participa en el «Grupo Adulto» debe vivir en un grupo, pero si alguien tiene un problema de este género, se queda en su casa y sólo hace referencia, forma parte de una compañía, pero se queda, lógicamente, en su casa.
Hay una acepción de la palabra ‘circunstancias’ para identificar el camino que hay que tomar en consideración. Si uno vive la vida de CL o encuentra en la realidad del movimiento una ayuda a la vocación, busca una solución según la vida del movimiento. Lb vida del movimiento ha creado un camino propio de entrega a Dios dentro del mundo que se llama Memores Domini, o «Grupo Adulto».
Siguiendo justamente el primer criterio, el movimiento te ofrece, sobre todo, la existencia de los Memores Domini, el testimonio de Cristo en la vida de todos, incluso logísticamente: una casa como la de las familias vecinas.
3. La libertad del Espíritu
Tercer criterio. La elección debe acontecer dentro del corazón. Todo nos lo ha dado el Espíritu; también las circunstancias, también la percepción de las necesidades de la Iglesia, también la necesidad del testimonio de Cristo como lo más importante de la vida.
El Espíritu desde dentro puede, con una claridad creciente, sin artificio y sin forzarnos en nada, llevarnos a una reflexión personal y a la elección de nuestra voluntad de testimoniar a Cristo en el mundo.
Es cierto que si uno no se hubiese encontrado con tal misionero, quizá no se le habría ocurrido la idea de la misión, de estar a merced de una obediencia que lo puede mandar a África o Asia; sin embargo, aun habiéndolo encontrado, esta idea desde dentro tiene que iluminarse cada vez más, hasta llegar a ser una evidencia.
La prueba de la verdad de lo que estoy diciendo es, por un lado, que abarca y afirma los criterios generales dichos anteriormente, y por otro lado, que aparece como una obediencia al Espíritu que desarrolla aquella imagen.
Así, puede nacer la idea de ser cura (¡qué diferente el cura que clarifica la cosas hasta este punto!); o uno puede entender que existe un corazón dentro del corazón de todos que es el testimonio que ven únicamente los ángeles de Dios: la clausura o cualquier otra forma.
¿Qué nexo existe entre el segundo criterio y el tercero? Las otras soluciones tienen todas un único sentido: ayudar a aquellos que están en el mundo a testimoniar a Cristo. Uno entra en un convento de clausura para ayudar a los que están en el mundo.
Una novicia del Grupo Adulto que estuvo en Vitorchiano me dijo que vino conmovida porque «Ellas están allí para mí, para sostener mi presencia en el mundo, y yo soy en el mundo su presencia».
Así, uno puede elegir dedicarse a las familias pobres como una aplicación del primer principio: dentro del mundo. Pero el criterio es uno solo, que encuentra en el Grupo Adulto su expresión más típica, porque, lejos de cualquier pretensión, es también la más difícil.
Dios nos quiere para un camino que dé mayor gloria a Cristo, es decir, a la Iglesia. De lo que tiene más necesidad la Iglesia es del testimonio dentro de la vida normal del hombre. Este es el signo de los tiempos.
En este sentido tu historia dentro del movimiento te indica los Memores Domini. También existen otras formas en la Iglesia; sin embargo, las circunstancias de la vida te han puesto dentro del movimiento. Pero el Espíritu es libre también de estas indicaciones.
El valor de este tercer punto es que cualquier otro camino ha de tener como objetivo ayudar al testimonio dentro del mundo.
Por ejemplo: si uno empieza a tener la idea de hacerse monje, y se siente tranquilo viéndola crecer incluso con dolor, el movimiento ha dado origen a un monasterio que tiene las características propias del movimiento, el monasterio de la Cascinazza; por lo tanto, uno, antes de ir a otro monasterio, va al de la Cascinazza.
Este tercer punto debe confirmar el segundo; no es una alternativa. Es un sacrificio para realizar el segundo punto.
I Nota: es importante que quien guía tenga un verdadero amor a la Iglesia y un verdadero amor al movimiento; que entienda y valore este acento, incluso aunque no sea del movimiento.
II Nota: si tenemos verdadera disponibilidad a Jesús y a la Iglesia, a la gloria de Cristo en el mundo, cualquier camino será justo.
Queda claro, de todas formas, que de lo que tiene necesidad la Iglesia hoy es de demostrar que la fe hace vivir al hombre. Y un ejército en el momento del ataque necesita realidades vivas. Este es justamente el momento del ataque. No es una forma lo que demuestra esto. No es la forma en cuanto tal lo que expresa esto. Uno puede irse a Japón o puede ser cura en Milán y no testimoniar que Cristo hace humana la vida. Se puede estar también en el Grupo Adulto sin dar este testimonio, pero entonces es inútil irse.
Una breve síntesis
Retened estos principios:
1. El criterio supremo es dar testimonio de Cristo en el mundo de hoy, es decir, edificar la Iglesia en un mundo ateo. Hay muchos cristianos que creen en un Dios que no tiene nada que ver con la vida. La Iglesia tiene necesidad de testimoniar que Cristo hace más humana la vida, incluso en el trabajo.
2. Tus inevitables circunstancias, es decir, tu historia, conllevan una propuesta: los Memores Domini. La primera sugerencia a considerar es ésta, porque es, entre las otras, la más coherente con el primer punto, la indicada por tu historia.
3. Pero el Espíritu es libre y puede, desde el corazón (no desde el exterior, por presiones del fraile o del sueño de la soledad del claustro), de modo tranquilo, abierto a todo, indicar otro camino. Cualquier otro camino debe sostener la característica del primero.
Aquellos que están en la retaguardia (geográficamente, ¡no del Espíritu!), están para sostener a aquellos que están en la batalla.
Una recomendación final: si tenéis como referencia a alguna persona que os ayude, debe estar en consonancia con nuestra experiencia.