Carta a la Fraternidad en el vigésimo aniversario del reconocimiento pontificio de la Fraternidad de Comunión y Liberación
22 de febrero de 2002Queridos amigos:
La carta que el Santo Padre me ha enviado con ocasión del 20 aniversario del reconocimiento pontificio de la Fraternidad es el gesto más decisivo de nuestra historia.
Agradecidos por este signo de profunda paternidad de Juan Pablo II, se nos ayuda con autoridad a reconocer la única línea que nuestra historia ha seguido. «El movimiento – nos ha escrito el Santo Padre – ha querido y quiere indicar no ya un camino sino el camino para llegar a la solución de este drama existencial» del hombre que jamás deja de buscar. «El camino... es Cristo. Él es el Camino, la Verdad y la Vida, que alcanza a la persona en su existencia cotidiana». Por eso ahora se abre para nosotros un nuevo inicio: demostrar, volver a demostrar la verdad evidente de lo que, siguiendo la Tradición de la Iglesia, hemos afirmado siempre. Como nos ha escrito el Santo Padre: «El cristianismo, antes que ser un conjunto de doctrinas o de reglas para la salvación, es, pues, el “acontecimiento” de un encuentro».
¡Qué trabajo imponente sugiere esta carta! ¡Siempre volvemos al principio! Es algo nuevo que debe suceder, un paso extremadamente importante para nuestra historia.
Estamos ante una responsabilidad que se va manifestando con el tiempo. Es urgente enraizar el juicio del Espíritu en nuestra existencia, y cada uno lo puede hacer ordenada y obedientemente, o bien, puede resistirse con la pretensión que nace de la propia carnalidad. Dicha pretensión acaba por hacernos incapaces de defender nuestra serenidad o de combatir contra la aparente destrucción causada por lo que sucede. Todo depende de que nuestra fatiga sea una obediencia serena y, por tanto, constructiva. Originariamente, esta fatiga es un sacrificio que sigue a Cristo, a Su muerte y Su resurrección. Seguir a Cristo, amar a Cristo en todo: esto es lo que debe reconocerse como la característica principal de nuestro camino.
Por tanto, es necesario pedir una gran claridad ante nuestra responsabilidad. La persona es responsable de toda la Fraternidad a la que pertenece, cualquiera que sea su situación actual, de salud o de enfermedad, de alegría o de prueba. Reflexionar sobre esto nos ayuda a captar el valor decisivo que tiene nuestro camino, sobre todo la Escuela de comunidad, mediante la cual cada uno puede llegar a tener una razón motivada del milagro de su adhesión. Dios entrega a todos la invitación a ser vanguardia para la misión.
El mayor ejemplo en este sentido es el de quienes entre nosotros desempeñan las responsabilidades más importantes, incluido el campo civil, para que pongan de manifiesto la novedad propia de nuestra historia entregándose al servicio que les corresponde. Y dicha novedad no se juzga en primer lugar por el comportamiento moral del individuo, sino por el tipo de responsabilidad que advierte en su servicio a la comunidad en la que Dios lo llama. Por tanto, que todo responsable trate de prestar con su acción un servicio de caridad, puesto que aceptar la voluntad de Dios deriva del reconocimiento de Su finalidad última, que es incrementar la vida de toda la comunidad y de la Iglesia. En primer lugar, la caridad de quien es responsable es ofrecer una ayuda a todos para vivir su tarea para con el Misterio. Cualquier hombre que quiere ser hermano de otro encuentra en esta caridad la razón de su mérito.
Por esto, la carta del Papa termina enviándonos de nuevo a la misión: la fuerza de la misión se convierte en la fuerza del martirio (testimonio). Encaminémonos libremente hacia el futuro, aunque los demás puedan no aceptar lo que somos.
Pidamos a la Virgen por nuestras miserias y por las del mundo. En la aventura de cada día puede seguir habiendo en nosotros cierto desinterés con respecto a la fidelidad de Dios a nuestra historia: sería el mayor pecado. La Virgen nos apremia a colaborar con la grandeza del plan de salvación de Dios para todos nuestros hermanos los hombres.
Adhiriéndome de corazón y con fuerza, siento que estoy en mi lugar, junto a todos vosotros.