Belleza desarmada
La Vanguardia. 'Belleza desarmada', por Pilar Rahola
El domingo pasado tuve el honor de presentar el libro La belleza desarmada del sacerdote Julián Carrón, presidente de Comunión y Liberación. El acto se enmarcó en las jornadas del PuntBCN, un lugar de encuentro cuyo lema es una declaración de principios: “El diálogo es la relación con el otro, sea quien sea, sea como sea”. Y haciendo honor a dicho lema, se inició un intenso y profundo diálogo entre un sacerdote católico y quien esto escribe, tan interesada en la trascendencia espiritual como incapaz de entender el concepto de la deidad. Sin embargo, importó poco que uno fuera creyente y la otra, descreída, porque el diálogo se estableció en el marco de dos principios fundamentales y, según Carrón, fundacionales del cristianismo: la libertad individual y el respeto al prójimo. Y así fue como, desde las dos orillas de la pulsión espiritual, la de la fe religiosa y la de duda racionalista, fuimos desgranando los nudos de la madeja de este tiempo tan convulso y tan desconcertante. Julián expuso la belleza desarmada de esa fe cristiana que se presenta a los otros desnuda de atributos, sin escudos, ni ambiciones, con el único propósito de servir a la humanidad; y en esa esgrima amable entre ambos, personalmente le respondí que esa fe me era extraña, pero que me resultaba luminoso lo que conseguía en los creyentes. Una fe que sólo podía nacer de la libertad, hasta el punto de que, citando a Ratzinger, Carrón recuerda en su libro que el cristianismo perdió su pureza cuando, después del edicto de Teodosio, dejó de ser una opción y se convirtió en una imposición. Coincido plenamente con ello e incluso añado: el cristianismo ha vuelto a ser muy interesante, desde que no es la religión del poder y se labra en la resistencia y la voluntad, especialmente en aquellas zonas donde la fe cristiana está siendo severamente perseguida. Es decir, la dificultad retorna al creyente a la pureza de los orígenes y a la esencia de su mensaje, que no es otro que usar a Dios como motor para darse a los seres humanos. Una idea que tiene tanta fuerza, que resulta revolucionaria. En algún momento del libro, Julián habla del fin de la Ilustración, una Ilustración que hizo el bien de poner a la razón en el centro del universo humano, pero el mal de creer que era el único motor posible. Y lo cierto es que, desde mi no fe, estoy de acuerdo con él: la Ilustración ha fracasado en su intento de que la razón lo midiera y lo resolviera todo. De ahí que, en este momento de desconcierto profundo, con ideologías totalitarias que nos amenazan y democracias en pleno naufragio, la palabra de Jesús vuelve a ser una idea luminosa. No es la única, pero sin duda es muy necesaria, especialmente cuando la cruz olvida el báculo y la púrpura, y retorna al asfalto. Acabo con una provocación: que los cristianos salgan del armario. Puede que todos no tengamos su fe, pero su fe, a todos nos mejora.