Ataques 'inauditos' y 'tremendos' en la Iglesia
Lo denuncia la nota, verdaderamente extraña, difundida el sábado por la Secretaría de Estado: es un ataque inaudito. Se refiere a lo que está sufriendo la Iglesia de cara al cónclave, que representa el culmen de cuanto ha sucedido durante todo el pontificado de Benedicto XVI. Una persecución cotidiana, que nunca se ha detenido. No uso de forma casual la palabra "inaudito".
Es una palabra muy fuerte porque indica algo que no sólo no se ha verificado nunca antes con esta gravedad, sino algo de lo que ni siquiera hasta ahora se había oído -propiamente- hablar antes. "Inaudito": que nunca se ha escuchado antes. Uso esta palabra porque es de Benedicto XVI. La usa, en un pasaje que parece escrito para los sucesos de estos días, en la encíclica Caritas in veritate (n. 75): "Muchos, dispuestos a escandalizarse por cosas secundarias, parecen tolerar injusticias inauditas". Y de "sufrimientos inauditos", en referencia a las masacres contra los cristianos en África, el Papa había hablado en una carta al presidente de los obispos de Kenya en 2008.
A "inaudito" habría que añadir otro adjetivo también de fuerza no común: "tremendo". El Papa lo usó en el viaje a Fátima a propósito de los ataques que se estaban produciendo desde el mismo seno de la Iglesia, del "hecho de que los ataques al Papa y a la Iglesia no sólo vienen de fuera, sino que los sufrimientos de la Iglesia proceden precisamente de dentro de la Iglesia, del pecado que hay en la Iglesia. También esto se ha sabido siempre, pero hoy lo vemos de modo realmente tremendo: que la mayor persecución de la Iglesia no procede de los enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia". Y -siempre a propósito de los ataques internos- en la carta del 10 de marzo de 2009, donde explicaba por qué había levantado la excomunión a los obispos consagrados por monseñor Marcel Lefebvre (1905-1991), Benedicto XVI usó una tercera expresión fortísima, tomada de la Carta a los Gálatas de san Pablo: hay quien en la Iglesia quiere "morder y devorar" a aquellos que percibe como adversarios y en último término al propio Pontífice. "«Atención: que si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente». Siempre fui propenso a considerar esta frase como una de las exageraciones retóricas que a menudo se encuentran en San Pablo. Bajo ciertos aspectos puede ser también así. Pero desgraciadamente este "morder y devorar" existe también hoy en la Iglesia".
Ahora volvemos a ver todo esto al abrir los periódicos hostiles a la Iglesia -los habituales, desde Repubblica al New York Times, que tanta repercusión tienen, pero sorprendentemente también en medios que se declaran católicos- a propósito del cónclave. Todo se reduce a escándalo, suciedad, vergüenza. Noticias reales como las que afectan a los sacerdotes pedófilos se amplifican desmesuradamente hasta perder todo contacto con la realidad, según el mecanismo de eso que la sociología llama "pánico moral". No se avergüenzan de inventar noticias totalmente falsas, como las que siguen circulando por internet sobre futuras órdenes de arresto internacionales para Benedicto XVI o la presunta mención, en el informe de tres cardenales que han investigado sobre el caso Vatileaks, de la implicación de prelados cercanos al Papa en escándalos sexuales.
Apenas un cardenal empeñado en defender el Magisterio del Papa es citado como posible "papable" -erróneamente o con razón-, inmediatamente se denuncia cualquier escándalo, preferiblemente vinculado a la pedofilia y quizá referido a algunas décadas atrás pero sobre el cual -dado el caso- los jueces pretenden oír al purpurado justo en estos días. Está sucediendo en Estados Unidos con el cardenal Timothy Dolan, arzobispo de Nueva York y presidente de la Conferencia Episcopal, según un modelo de "justicia de relojería" inventado por ciertos ministerios públicos italianos pero difundido ya por todo el mundo. Y no es el único caso.
¿Quién ha conspirado contra Benedicto XVI y conspira ahora contra el cónclave? ¿Quién "muerde y devora"? ¿Quién, con estrategias "tremendas", trata de tapar sus "injusticias inauditas"? La respuesta es compleja, y ciertamente no hay un único "gran viejo", una única dirección. Para entenderlo mejor, podemos examinar la primera gran ofensiva contra Benedicto XVI, que comienza con el discurso de Ratisbona del 12 de septiembre de 2006, que contiene una cita juzgada por algunos ofensiva en relación al islam y a los musulmanes.
Nada más pronunciar este discurso, da comienzo un proceso en tres fases. Primera fase: un buen número de medios occidentales, liderados por el habitual New York Times, sacan la cita del contexto y lanzan la noticia de la presunta ofensa a los musulmanes en primera página. Segunda fase: al coro se unen líderes católicos hostiles al Papa, complacientemente entrevistados por esos mismos medios. Tercero: los ultra-fundamentalistas musulmanes difunden la noticia de las tierras donde actúan y se pasa a la violencia, con monjas y sacerdotes atacados y asesinados, e iglesias quemadas.
Este esquema se repite en muchos otros episodios. Un ejemplo típico es el de marzo de 2009 cuando -en el avión que le lleva a Camerún- Benedicto XVI responde a una periodista francesa que le pregunta sobre el SIDA, explicando que la distribución masiva de preservativos no resuelve sino que agrava el problema. La respuesta del Papa, por otro lado científicamente correcta, ocupa las crónicas internacionales durante todo el viaje, ensombreciendo sus profundas enseñanzas sobre las fechorías de las instituciones internacionales y de algunas multinacionales en África -y quizá ese era el objetivo. También aquí los grandes medios laicistas se encargaron de vocear el escándalo, pero inmediatamente -segunda fase- intervienen para "morder" al Papa los teólogos progresistas y los "católicos adultos". Por tanto -tercera fase- llega la violencia, no física esta vez sino institucional, por parte de gobiernos como el de Bélgica, que censuran al Pontífice y anuncian medidas contra la Iglesia. Se crea aquí el contexto para que unos meses después la policía belga, a la caza de improbables pedófilos, secuestre físicamente durante horas a los obispos locales y abra las tumbas de dos cardenales en busca de documentos sobre la pedofilia que allí habrían podido esconderse, como si se tratara de una de las peores páginas de Dan Brown.
Los ataques son "inauditos" precisamente porque no proceden de una sola parte. Contra Benedicto XVI y hoy contra la Iglesia y el cónclave se han movido cinco enemigos distintos.
El primero, tal vez el más potente y peligroso, se conoce como la galaxia de organizaciones laicistas, homosexuales, masónicas, feministas, clínicas abortistas y promotoras de la eutanasia, laboratorios farmacéuticos que venden productos abortivos, abogados que piden compensaciones millonarias para los casos de pedofilia. Este lobby odia a la Iglesia por su oposición intransigente al relativismo y su defensa de principios no negociables en relación a la vida y la familia, que tal vez entorpece negocios muy lucrativos. Y es un lobby que tiene una influencia verdaderamente "inaudita" sobre los medios de comunicación más potentes del mundo.
El segundo gran enemigo de la Iglesia, a menudo peligrosamente descuidado por espíritu de diálogo y "buenismo" mal entendidos, es el ultrafundamentalismo islámico. Con la ilusión de que verdaderamente pueda ser posible para el islam reemprender la conquista del mundo entero, entusiasmado por sus éxitos primero terroristas -desde el 11 de septiembre- y luego políticos, el segmento más radical del islam fundamentalista ha sufrido como una herida intolerable el adelantamiento estadístico de los cristianos sobre los musulmanes en el continente africano -el dato se refiere a África en su conjunto, Magreb incluido- y ha respondido con asesinatos y matanzas. A este fundamentalismo radical Benedicto XVI -siempre muy atento a no confundirlo con el islam en general- nunca le hizo concesiones. Es cierto, ideológicamente el ultrafundamentalismo islámico está muy lejos del laicismo pero está dispuesto a aprovechar los réditos de los medios laicistas para atacar a la Iglesia, y a beneficiarse de su silencio cuando la violencia se dirige contra los cristianos.
El tercer gran enemigo de Benedicto XVI ha sido el progresismo católico y la acción insistente y molesta de esos "católicos adultos" y teólogos que han visto amenazados su autoridad y su poder en la Iglesia por el desmantelamiento por parte de Benedicto XVI de esa interpretación del Concilio Vaticano II en términos de discontinuidad y ruptura con el magisterio precedente, sobre la que habían construido durante décadas sus carreras y sus fortunas. Hoy, en vista del cónclave, esta progresía -cuyos lamentos encuentran eco inmediato en los medios laicistas internacionales- trata de agredir preventivamente a los cardenales más activos y fieles en la defensa de las enseñanzas del Pontífice.
Pero la "hermenéutica de la reforma en la continuidad" del Vaticano II del Papa Ratzinger, si ha subrayado la continuidad, también ha precisado siempre que no es facultativo aceptar, del Concilio, el elemento de reforma. Precisamente sobre el punto según el cual aceptar el Concilio en sus documentos, y también en su sentido de evento histórico global, es obligatorio, Benedicto XVI también ha sido atacado cada vez con más acritud por un cuarto frente, el de los ultra-conservadores, que quizá al inicio se ilusionaron con encontrar en él un sostén. Sólo quien no conoce estos ambientes puede no darse cuenta de cuántas voces y rumores -luego retomados por los medios anti-católicos- se han difundido aquí, y cuánto daño han hecho los ataques que han tratado de golpear a Benedicto XVI sobre la grave y delicada cuestión de la ortodoxia doctrinal, sembrando dudas y sospechas. Y en los últimos días hemos visto hasta qué punto era sólo aparente el respeto ostentado por ciertos ambientes ultra-conservadores hacia el Papa, que algunos, con un malvado gusto violento, han comparado además con el comandante Schettino, y al que han atacado sin límite por su discurso a los párrocos romanos, donde Benedicto XVI insistía en el deber de fidelidad por parte de todos hacia el Vaticano II real, que fue y es distinto de la representación distorsionada que ofrecieron los medios.
Por último, Benedicto XVI ha tenido también un quinto enemigo, inconsciente e involuntario pero no por ello menos peligroso. Se trata de las imprudencias, retrasos y errores de comunicación de los propios colaboradores del Papa. En la era de internet y Facebook, si una noticia falsa no se desmiente en dos o tres horas, las posibilidades de réplica eficaz se reducen a poco más de cero. Mejorar la comunicación de la Santa Sede es uno de los grandes retos que esperan al próximo Pontífice.
Los resultados de estos ataques "inauditos", también lo dijo el papa en su viaje a Fátima, son a su vez inauditos. No sólo leyendo los periódicos o viendo la televisión se encuentran "ambientes humanos donde el silencio de la fe es más amplio y profundo: entre los políticos, intelectuales, profesionales de los medios de comunicación, que profesan y promueven una propuesta monocultural, desdeñando la dimensión religiosa y contemplativa de la vida". La misma fe está en peligro de muerte. "En vastas regiones de la tierra la fe corre el riesgo de apagarse como una llama que se extingue". Los corifeos del secularismo no son los únicos, «hay muchos creyentes que se avergüenzan y dan una mano al secularismo». Y el resultado es que la propia verdad natural decae: y todo "pueblo que deja de saber cuál es su propia verdad, acaba perdiéndose en el laberinto del tiempo y de la historia".
No es cultivo de la esperanza cristiana, es sólo imprudencia no ver hasta qué punto los ataques son "inauditos". "El hombre ha sido capaz de desencadenar una corriente de muerte y de terror, que no logra interrumpir", dijo de nuevo el Papa en Fátima. Al mismo tiempo, también en Fátima, el papa recordó las palabras de la Virgen que, tras haber preanunciado terribles tragedias, terminó su mensaje en Portugal anunciando: "Al final mi Corazón Inmaculado triunfará". Sí, repetía entonces Benedicto XVI, "ninguna potencia adversa podrá destruir nunca a la Iglesia". Le tocará probablemente al próximo Pontífice celebrar en 2017 el centenario de las apariciones de Fátima. Vale entonces la pena releer, con trepidante esperanza, cuanto -después de la aproximación tan realista de la crisis inaudita y "tremenda"- Benedicto XVI tuvo a bien decir en Fátima en 2010, siete años antes del centenario de 2017: "Que estos siete años que nos separan del centenario de las Apariciones impulsen el anunciado triunfo del Corazón Inmaculado de María para gloria de la Santísima Trinidad".