Aquel sacerdote que invocaba la laicidad
Por lo que yo sé y alcanzo entender, don Giussani tuvo la valentía del lenguaje y la de la belleza. Uno de los suyos, queriendo sintetizar un aspecto de su pensamiento, me comentó en una ocasión: «Crees porque es hermoso; te quedas porque es justo». ¡Cuántas veces se ha dicho en ámbito católico, sobre todo después del Concilio Vaticano II, que era preciso volver a crear un lenguaje para el hombre de hoy! Había que anunciar el Evangelio de manera adecuada para nuestro tiempo. Muchos lo decían y no fueron más allá. Don Luigi Giussani lo hizo. Crear un lenguaje significa crear una comunidad y para eso hay que ser valiente. Con la valentía de las palabras que vuelven a decir una Verdad de siempre y para siempre. Buscar palabras para anunciar el Evangelio con las palabras de los poetas, los artistas y los filósofos: encontrar en ellos la belleza del hombre que busca, que no se detiene jamás, que no se da tregua y encuentra descanso sólo en el encuentro con la belleza. La de la revelación cristiana. (…) Porque son la gloria, el esplendor y la belleza del cristianismo los que pueden atraer al hombre. Lo que te llama no es un deber que hay que cumplir; es el descubrimiento del sentido de la vida lo que te inflama y te lleva a elegir. Y el sentido no puede ser feo porque es la revelación de lo más hermoso que existe. Pero para que esto suceda es preciso hacer un trabajo sobre las palabras. Para hacer que otro disfrute de la belleza del significado no basta con repetirlo, es necesario transmitirlo. Hacer que la misma belleza que se vio en Palestina en tiempos de Jesús reviva en las palabras de nuestros días consiste en el esfuerzo de volver a decir, y no sólo de repetir. Este trabajo don Giussani lo hizo y permanece como patrimonio de todos. En uno de sus últimos libros, donde aborda el tema del yo y del poder, el mismo Giussani, refiriéndose al Estado, se detiene largamente en la laicidad que se le pide como su característica fundamental. A menudo imputaron a don Giussani cierto integrismo, es decir, cierta confusión entre el plano espiritual y el profano. Justamente porque su lenguaje era el de hoy, el de todos y cada uno, el lenguaje cotidiano de la historia de cada uno de nosotros. Con acentos diferentes a los de otros lenguajes, como desde siempre sucede en la historia de la espiritualidad cristiana. Eso sí, con mucha más fuerza que otros lenguajes, con una capacidad de implicar mucho mayor que otros. Pues bien, este presunto integrista invocaba con rotundidad la laicidad del Estado, sin contradicciones ni rastro de paradoja. (…) Lamento no haberle conocido. Le estoy muy agradecido por haberme hecho comprender algo más del misterio cristiano.