Al rescate del europeo
Se ha salvado el euro, pero el europeo está en peligro y necesita ser rescatado. Así se podría sintetizar el mensaje que han arrojado las elecciones. Manuel Valls, el primer ministro francés, ha sido quizás el más claro: “se ha producido un verdadero seísmo político. El momento es grave para Europa. Los franceses y los europeos han venido a decirnos que los políticos les han decepcionado. Nadie puede negar sus responsabilidades”.
Es evidente que hay que hablar de responsabilidades cuando en la Francia de Schumann y Monnet, el xenófobo Frente Nacional se ha hecho con el 25 por ciento de los votos y los socialistas se han convertido en la tercera fuerza política. El recuento de los daños es escalofriante. En el Reino Unido, por primera vez en la historia, no ganan ni los conservadores ni los laboristas sino los radicales del Ukip que se hacen con el 28 por ciento de los votos. En Alemania ascienden los euroescépticos y los nazis consiguen un escaño. En Italia, aunque Renzi dobla en porcentaje a Grillo, este último llega al 20 por ciento. Y en España se hunde el bipartidismo y emerge con fuerza (tercer partido más votado en Madrid) una nueva formación, Podemos, de izquierda antisistema. Y luego está Grecia con la victoria de la izquierda radical de Syriza y los dos diputados de los pronazis de Amanecer Dorado y un largo etcétera. En la República Checa, que solo lleva diez años en la Unión y que tiene muy vivo el recuerdo de la Europa comunista, todos los partidos están ya contra Bruselas. Entre el 20 y el 30 por ciento de los votos han sido para xenófobos, ultraderechistas, euroescépticos de muy diverso tipo, comunistas, nazis y demás calaña. Reaparecen las viejas marcas ideológicas que aterrorizaron en otros tiempos al Viejo Continente.
Populares y socialistas mantienen más del 50 por ciento del conjunto del voto. Pero atención porque se puede formar un nuevo grupo parlamentario en el que se agrupen el Frente Nacional de Francia, el Partido por la Libertad de Holanda, el FPÖ de Austria, el Vlaams Belang de Bélgica, la Liga Norte de Italia, el Partido Nacional de Eslovaquia y los Demócratas de Suecia. Son los nacionalistas populistas de una derecha antidemocrática que van a dar mucha guerra.
Durante la campaña electoral, Juncker aseguró que no le preocupaba la composición del Parlamento Europeo de esta legislatura sino el de la próxima. El radicalismo puede seguir creciendo. Socialdemócratas y populares tienen que administrar con mucha inteligencia la más que necesaria gran coalición para que ese pacto no acabe con la percepción de que es conveniente y necesario ser europeo. La creación, por ejemplo, de una política común de inmigración que no ceda ante la presión de los nacionalismos, que sea eficaz y que esté bien explicada es urgente. Esta vieja Europa sin los de fuera se hunde.
Los liberales, que tienen mucho de ingenuos, piensan que el terremoto es consecuencia de la política de austeridad. Una buena dosis de prosperidad serviría en ese caso para rescatar el alma europea. Sin duda es necesario acelerar el giro en la política económica. Lagarde, la ex directora del FMI y candidata de Merkel a presidir la Comisión, mientras muchos europeos estaban votando lanzaba este domingo un mensaje claro: hay que coordinar más las políticas monetarias. Lo que puede interpretarse claramente como una invitación a seguir el modelo de inyección de liquidez utilizado hasta ahora por la Reserva Federal. Sin duda esa es una medida que hay que tomar cuanto antes. Es una buena idea la propuesta socialista de impulsar un nuevo Plan Marshall, esta vez dedicado al conocimiento. París ha desaparecido del mapa, así que la responsabilidad del cambio es de Berlín, de Merkel, que tiene que ceder para que esa política sea posible.
Pero la crisis no es solo económica. Hay que admitir también los errores políticos de los últimos 22 años. El Tratado de Maastricht de 1992 abrió la puerta a una ciudadanía europea que no se ha concretado. Los únicos beneficios claros han sido la libre circulación, que se ha restringido en algunos casos, y el voto para los no residentes. El Tratado de Lisboa de 2007 no sirvió para avanzar mucho. Tener moneda común sin ciudadanía y sin política común nos ha conducido hacia el desastre. Y además los tradicionales partidos de postguerra (socialistas, populares y liberales) están agotados. El voto del pasado domingo es un rechazo lógico a la partitocracia alejada de la sociedad y de las necesidades de la gente. Lo sucedido en España es un aviso muy serio.
La crisis es económica y política, pero sobre todo es la crisis del europeo que está enfadado y molesto. La facilidad con la que compra mensajes antisistema y la dificultad para valorar al otro (xenofobia) expresan una falta de relación con las cosas y las personas realista, constructiva, humilde, agradecida. Se ha roto el vínculo del europeo no con Europa sino con la realidad. Ese vínculo que de un modo inconsciente tenían las generaciones de la postguerra y del tiempo del comunismo. De ahí su falta de energía que sí se derrocha en otras partes del mundo. Es normal. Nada se mantiene en pie sin razones adecuadas. No es hora de enfadarse. Es hora de ir al rescate del europeo allí donde está.