Discurso de Benedicto XVI al movimiento de Comunión y Liberación

Con ocasión de la audiencia por el XXV aniversario del reconocimiento pontificio de la Fraternidad. Roma, plaza de San Pedro
Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

Es para mí un gran placer acogeros aquí hoy, en esta Plaza de San Pedro, con ocasión del 25º aniversario del reconocimiento pontificio de la Fraternidad de Comunión y Liberación. A cada uno de vosotros envío un saludo cordial, en particular a los Prelados, sacerdotes y responsables presentes. De modo especial saludo a Don Julián Carrón, presidente de vuestra Fraternidad, y le agradezco las bellas y profundas palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros.

Mi primer pensamiento va dirigido a vuestro fundador, Monseñor Luigi Giussani, a quien me unen tantos recuerdos y que se convirtió para mí en un verdadero amigo. Nuestro último encuentro, como ha señalado Monseñor Carrón, fue en la Catedral de Milán, en febrero de hace dos años, cuando el amado Juan Pablo II me envió para presidir su solemne funeral. El Espíritu Santo suscitó en la Iglesia, a través de él, un Movimiento, el vuestro, que testimoniara la belleza de ser cristianos en una época en la que iba difundiéndose la idea de que vivir el cristianismo es algo fatigoso y opresivo. Don Giussani entonces se dedicó por entero a despertar en los jóvenes el amor a Cristo, “Camino, Verdad y Vida”, repitiendo que sólo Él es el camino hacia la realización de los deseos más profundos del corazón del hombre, y que Cristo no nos salva a pesar de nuestra humanidad, sino a través de ella. Como dije en la homilía de su funeral, este valiente sacerdote, criado en una casa pobre de pan pero rica en música –como a él mismo le gustaba decir-, desde el principio fue tocado, más aún, herido, por el deseo de la belleza, pero no de cualquier belleza. Buscaba la Belleza misma, la Belleza infinita que encontró en Cristo. ¿Cómo no recordar los muchos encuentros y contactos de Don Giussani con mi venerado predecesor Juan Pablo II? En una conmemoración muy significativa para vosotros, el Papa quiso repetiros, una vez más, que la intuición pedagógica original de Comunión y Liberación consiste en volver a proponer de modo fascinante y en sintonía con la cultura contemporánea, el acontecimiento cristiano, percibido como fuente de nuevos valores y capaz de orientar toda la existencia.

El acontecimiento que cambió la vida del Fundador ha “herido” también a sus muchísimos hijos espirituales, y ha dado lugar a las múltiples experiencias religiosas y eclesiales que forman la historia de vuestra vasta y articulada Familia espiritual. Comunión y Liberación es una experiencia comunitaria de la fe, nacida en la Iglesia, no de una voluntad organizativa de la Jerarquía, sino originada por un encuentro renovado con Cristo y así, podríamos decir, por un impulso que deriva en último término del Espíritu Santo. Hoy se sigue ofreciendo como una posibilidad de vivir de modo profundo y actualizado la fe cristiana, por una parte en total fidelidad y comunión con el Sucesor de Pedro y con los Pastores que aseguran el gobierno de la Iglesia; y por otra con una espontaneidad y una libertad que permiten nuevas y proféticas obras apostólicas y misioneras.

Queridos amigos, vuestro Movimiento se inserta así en el vasto florecimiento de asociaciones, movimientos y nuevas realidades eclesiales suscitadas providencialmente por el Espíritu Santo en la Iglesia tras el Concilio Vaticano II. Todo don del Espíritu se encuentra originaria y necesariamente al servicio de la edificación del Cuerpo de Cristo, dando testimonio de la inmensa caridad de Dios por la vida de cada hombre. La realidad de los Movimientos eclesiales, por tanto, es signo de la fecundidad del Espíritu del Señor, para que se manifieste en el mundo la victoria de Cristo resucitado y se cumpla el mandato misionero confiado a toda la Iglesia. En el mensaje al Congreso mundial de los Movimientos eclesiales, el 27 de mayo de 1998, el Siervo de Dios Juan Pablo II repitió que en la Iglesia no hay contraste o contraposición entre la dimensión institucional y la dimensión carismática, de la cual los Movimientos son una expresión significativa, porque ambas son coesenciales a la constitución divina del Pueblo de Dios. En la Iglesia también las instituciones esenciales son carismáticas y, por otra parte, los carismas deben, de un modo u otro, institucionalizarse para tener coherencia y continuidad. Así, ambas dimensiones, originadas por el mismo Espíritu Santo para construir el mismo Cuerpo de Cristo, concurren para hacer presente el misterio y la obra salvífica de Cristo en el mundo. Esto explica la atención con la que el Papa y los Pastores miran la riqueza de los dones carismáticos en la época contemporánea. Con este propósito, durante un reciente encuentro con el clero y los párrocos de Roma, retomando la invitación de San Pablo en la Primera Carta a los Tesalonicenses a no apagar los carismas, les dije que si el Señor nos da nuevos dones debemos estar agradecidos, aunque a veces sean incómodos. Al mismo tiempo, como la Iglesia es una, si los Movimientos son realmente dones del Espíritu Santo, deben insertarse naturalmente en la Comunidad eclesial y servirla de tal modo que, en el diálogo paciente con los Pastores, puedan ser elementos que edifiquen la Iglesia de hoy y de mañana.

Queridos hermanos y hermanas, el recordado Juan Pablo II, en otra ocasión para vosotros muy significativa, os confió este encargo: “Id a todo el mundo a llevar la verdad, la belleza y la paz que se encuentran en Cristo Redentor”. Don Giussani hizo de aquellas palabras el programa de todo el Movimiento, y para Comunión y Liberación fue el comienzo de una etapa misionera que os ha llevado a 80 países. Hoy yo os invito a seguir por este camino, con una fe profunda, personalizada y firmemente enraizada en el Cuerpo vivo de Cristo, la Iglesia, que garantiza la contemporaneidad de Jesús con nosotros. Terminamos nuestro encuentro volviendo el pensamiento a la Virgen con el rezo del Angelus. Don Giussani tuvo siempre una gran devoción hacia ella, alimentada por la invocación Veni Sancte Spiritus, veni per Mariam y por el rezo del Himno a la Virgen de Dante, que habéis repetido esta mañana. Que la Virgen Santa os acompañe y os ayude a pronunciar generosamente vuestro “sí” a la voluntad de Dios en todas las circunstancias. Podéis contar, queridos amigos, con mi constante recuerdo en la oración, y con afecto os bendigo a los aquí presentes y a toda vuestra Familia espiritual.