Huellas n.9 Octubre 2021

No tiene precio

Quien haya visto la exposición sobre la secularización en el Meeting de Rímini, de la que hablamos al empezar este número, también habrá visto las imágenes de iglesias transformadas en restaurantes, museos o piscinas; habrá oído al filósofo canadiense Charles Taylor decir que la pregunta que más le interpela es por qué no se alejó de la Iglesia como hicieron tantos otros durante los años sesenta.
En el video su pregunta aparece en contraste con las instantáneas de generaciones enteras hasta llegar a la nuestra: destellos de aspiraciones auténticas, expresadas de muchas maneras, que se amontonan en un trágico ímpetu hacia una respuesta que no podemos alcanzar. En cambio, hay quien “escucha” en ellas el presentimiento de algo más potente que los vientos que las agitan.
Aquí es donde vuelve a entrar en juego ahora la pregunta de Taylor. Julián Carrón ha querido retomarla en la reciente Jornada de apertura de curso, que abre el camino del movimiento de CL y que tenéis en la página 27: «¿Cómo es que no hemos terminado como muchos de nuestros coetáneos, que han abandonado la Iglesia?».

Afrontar esta pregunta supone no dar por descontado el hecho más evidente. «Si no pertenecemos al desierto, es por la gracia que hemos recibido, por la gracia del carisma que el Espíritu Santo ha concedido a don Giussani en función de toda la Iglesia», es decir «por el modo con el que Cristo ha decidido atraernos hacia Sí». La fe ha abierto una brecha, ha penetrado en la vida, solo «porque ha respondido a nuestra sed de plenitud y de destino», continúa Carrón antes de presentar el audio de una intervención de 1976, en la que don Giussani dice contundentemente que, «humanamente hablando, no existe nada más impresionante y verdadero que esto», refiriéndose a la pregunta de Cristo que sacudió su vida hasta dejarle sin aliento: «¿De qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? O, ¿qué podrá dar el hombre a cambio de sí?».
La gracia de la vida es el encuentro con una voz así, como la de Cristo que habla como nadie del valor infinito de la persona. «Cuando pronunciamos la palabra “yo” con un mínimo de ternura atenta», dice Giussani, vemos que nada se le puede comparar, no hay nada tan importante e irreductible: «¡Este yo no tiene precio!».
En medio del bullicio o entre los escombros en los que se desmorona la vida, nace y renace la posibilidad de una conciencia nueva de uno mismo, por la sorpresa de una mirada única con la que se topa.
Por eso volvemos al Meeting de Rímini, para profundizar en ciertas propuestas que han sido incidentes para muchos, para mirarlas con los ojos de los que se han dejado tocar por ellas, de quien estaba allí por vez primera, de quien lo ha construido implicándose en el trabajo de una exposición o colocando sillas. Personas y hechos que tienen un peso distinto a otros, una novedad de vida concreta que se abre paso plasmada por un encuentro.