Huellas n.3 Marzo 2021

Generados ahora

Un año después del comienzo de la pandemia, los datos que hablan del sufrimiento de niños y jóvenes son alarmantes. ¿Pero qué pasaría si se publicaran los de los adultos? Hoy sería negacionismo reducir el problema educativo a las aulas y a los instrumentos didácticos, porque la prueba que afecta a los jóvenes nos afecta a todos.
Generación Covid. El significado de esta expresión que se ha puesto de moda depende de la respuesta que dé cada uno de nosotros: si indica el surgimiento de una generación traumatizada por las limitaciones, por un tiempo de vida “perdido”, o si señala la gran oportunidad de comprobar si hay algo capaz de suscitar el deseo de vivir.

«¿Qué podemos hacer?». No hay pregunta más comprensible hoy, sobre todo si la plantea un padre. Pero la respuesta es clara: «El sentido de la vida no se transmite con el ADN. El problema es ante todo nuestro, y es un miedo profundo a que todo acabe en la nada». Así contestaba Julián Carrón en el encuentro del 30 de enero, “Crecer y hacer crecer en tiempo de pandemia”, a raíz de la carta de algunos profesores de CL al Corriere della Sera y de su libro Educación. Comunicación de uno mismo, una contribución al Pacto global propuesto por el Papa ante lo que define como «una catástrofe educativa», frente a la cual «no podemos permanecer inertes».
Pero, ¿qué es lo que no nos deja inertes? Cuando todo esfuerzo se ve derrotado de antemano, la única salida es hacer un camino en primera persona. «En una sociedad como esta no se puede crear algo nuevo si no es con la vida», decía Giussani ya en 1978. «No hay estructura ni organización o iniciativas que valgan. Solo una vida distinta y nueva puede revolucionar estructuras, iniciativas, relaciones, todo en definitiva».
En este número algunas personas nos cuentan qué es lo que les sostiene y responde a esa urgencia de sentido para uno mismo y para el otro, algo que sobrepasa más allá del aula, del lugar de trabajo, del ámbito geográfico, a cualquier edad y en cualquier situación. Los universitarios portugueses que en la pandemia tocan fondo y se descubren a sí mismos en lugar de vivir en las nubes, el gancho que tiene para jóvenes y adultos una experiencia como la donación de alimentos, un alcalde que se pregunta qué puede reconstruir un sentimiento común. Porque se educa con todo, con la forma de trabajar o de volver a casa, de afrontar un dolor o de ver una película.

La educación se da siempre con el viento en contra, se ha dicho en este tiempo. Pero hace falta que se despierte algo que sea más fuerte que el viento: lo que nos mueve, a pesar de la apatía, solo puede ser alguien que intercepte nuestra profunda necesidad de ser amados. Como Antonio, que ha empezado a dar clase cumplidos ya los cincuenta, justo un mes antes de que el Covid congelara el mundo. Han sido muchas las dificultades, pero en el diálogo del 30 de enero describió una relación sorprendente que ha surgido con sus alumnos, impactados por la mirada que Antonio descubrió al conocer a gente cristiana. «Si nadie nos ha mirado de manera verdadera, no podemos mirar al otro de modo verdadero», concluyó Carrón aquella noche. «Más aún, ¡si no nos miran así ahora! Si nosotros mismos no somos generados ahora».