En una casa de Gaza (©Mahmoud Issa/SIPA-USA/Mondadori Portfolio)

Tierra Santa. El perdón al otro lado del muro

Abu Omar, palestino, ha podido perdonar a los asesinos de su hermano gracias a sus compañeros de clase. Daniel, antiguo soldado, describe una convivencia imposible. Luego está el padre Gabriel, párroco en Gaza… Historias donde puede renacer la paz
Andrea Avveduto

Hablemos claro. Hay demasiada violencia y demasiadas injusticias sufridas en ambos pueblos. Son demasiadas las razones y errores de ambos bandos, que nos son capaces de encontrarse, empezando por sus clases políticas. Por eso cada cierto tiempo volvemos a hablar de Jerusalén, de Gaza, de Tel Aviv… de Israel y Palestina. De una franja de tierra tan pequeña pero tan combatida, que los recientes acuerdos de Abrahán querían dejan al margen. Pero aquí seguimos, discutiendo y tirando de hilos tan intrincados y manchados de sangre que vuelven a lacerar la tierra de Jesús.

Porque sabemos que es imposible concebir una paz en Oriente Medio prescindiendo del conflicto palestino-israelí. ¿Qué camino seguir? ¿Qué intento de reconciliación es posible después de que fracasen los grandes proyectos de la política, tan llenos de retórica tantas veces?

Franja de Gaza, 18 de mayo de 2021 (©Mahmoud Khattab/Mondadori Portfolio/Zuma Press)

Hay historias que la Historia nos ha dejado y que abren una perspectiva distinta. Como la de Abu Omar, por ejemplo, que se crio en Jerusalén Este, en el escenario de los últimos enfrentamientos por el caso de las expropiaciones en perjuicio de la población árabe. Con un hermano muerto por las heridas causadas en la represión militar de una de las últimas protestas. «La justicia consiste en vengarse devolviendo el mal sufrido». Eso le decían a Abu Omar los chavales con los que se encontraba por la calle en su barrio, sumido en la degradación, donde el agua llega de manera intermitente. Por su trabajo, debe estudiar la lengua del “enemigo”. «Si no hubiera aprendido hebreo, no habría podido trabajar. Me costó, pero mi familia ya no podía salir adelante y tenía que ayudarles llevando algo de dinero a casa». Así fue como entró en un centro para aprender el idioma, escupiendo en los escalones. «Recuerdo que esperaba encontrar militares en las clases y toparme con la cara de los que habían matado a algunos de mis amigos, así que iba con la cabeza baja, lleno de miedo y de rabia». Luego llegó la sorpresa. «Me senté en el pupitre y vi la cara de los que me rodeaban, estaban tranquilo. Uno de ellos me sonrió y empezamos a charlar». Sobre todo, de deportes. Y luego también de lo demás, como suele pasar. «Ellos también estaban cansados de la guerra. Y deseosos de conocer a los que viven al otro lado del muro. Eran como yo». Con el tiempo, Abu Omar también conoció lo que angustiaba a sus nuevos amigos, las historias de algunos que habían perdido hijos, maridos o esposas en los atentados. Y se dio cuenta de que “su” ley del Talión no funcionaba. «Si nos arrancamos los ojos ajustando cuentas, acabaremos todos ciegos. Por eso decidí perdonar al asesino de mi hermano».

Daniel también lo entendió así después de mucho tiempo. Soldado activo durante la segunda Intifada, mató y vio morir. A palestinos, israelíes, amigos y desconocidos… que cayeron aquellos días que siguieron a la visita de Sharon en la explanada de las mezquitas. «Al acabar el servicio militar tuve que ir a terapia porque no era capaz de afrontar tanto dolor». Pero la terapia nunca llegaba a responder a su pregunta más acuciante: «¿Cómo puedo vivir en paz, olvidar y perdonar a los que han matado a mis amigos? Por otro lado, veía que mi “enemigo” tampoco era capaz de perdonarme».

En aquella época, ya preparado para dejar el país y marcharse para reconstruir su vida en otra parte, conoce a los padres y madres de Parent’s Circle, una asociación de padres israelíes y palestino que donan sangre: los israelíes a los palestinos y viceversa. «Me pareció una estupidez, pero nunca podré olvidar los ojos de aquella madre que me dio el folleto en Jaffa Gate, Jerusalén. Tuve que volver y preguntarle: “¿Por qué sonríes? ¿No ves que no hay esperanza?”». La respuesta que recibió de esa mujer cambiaría para siempre la vida de Daniel. «La esperanza está en el corazón de cada uno. Mi hijo murió hace unos años, pero si no hubiera tenido el coraje de mirar hasta el fondo de mi corazón, nunca habría podido perdonar. Y probablemente hoy no estaría aquí». Sucedió algo que hizo que Daniel no quisiera separarse nunca de esos nuevos amigos. Al cabo de unos meses puso en marcha los tour para israelíes y palestinos, todos juntos en autobuses, para pasar unos días de convivencia y descubrir que el verdadero enemigo no es el que tienes enfrente sino tu corazón cuando no es capaz de encontrarse con él. «Me preguntaban si no me daba miedo cruzar el Muro. Y siempre respondía que lo que más miedo me daba era no hacerlo. El perdón solo puede nacer del encuentro con uno mismo y con los demás».

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Tras la reciente operación militar que ha golpeado parte de la franja de Gaza, el párroco Gabriel Romanelli sabe lo difícil y valioso que es recoger estas semillas de esperanza. Sacerdote argentino del Instituto del Verbo Encarnado, en un encuentro organizado por la Asociación “Pro Terra Sancta”, describió la fatiga que le supone vivir día y noche bajo las bombas. Algunos de sus fieles han huido, la electricidad es intermitente y las vías de comunicación suelen estar bloqueadas. La pequeña comunidad católica local (113 fieles de casi dos millones de habitantes) se enfrenta con los demás habitantes a la enésima prueba, debido a las provocaciones de Hamás y de la derecha israelí. Más que las palabras, son sus ojos los que hablan por él. «Nosotros somos un pequeño grano de mostaza en todo Oriente Medio. En este momento pedimos el perdón para las víctimas y también para los verdugos, pues quien mata a un inocente se mata a sí mismo». Los niños a los que intenta ayudar suelen vivir abandonados a su suerte, y toda la injusticia sufrida pide venganza a gritos. «Pero el perdón no es imposible. Yo sé que habita en el corazón de cada hombre. Buscamos la paz y la justicia, pero no debemos olvidar lo que nos dijo san Juan Pablo II cuando visitó Tierra Santa: “La justicia que buscáis nunca llegará sin el perdón”». Porque ese es el negociador más eficaz. Y aunque sea también el más ausente en las mesas de negociaciones, vive tímidamente entre la gente valiente y se contagia.