La admiración como conocimiento

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Fernando de Haro

Azurmendi en italiano. El libro El Abrazo de Mikel Azurmendi, publicado hace un par de años en español, aparece dentro de unos meses en italiano. El que fuera profesor en la Universidad del País Vasco y en París, antropólogo y ensayista, con motivo de esta nueva edición, ha recorrido de nuevo su itinerario de aproximación al cristianismo en un documental-entrevista que será presentado en el Meeting de Rímini.

En su infancia su padre le educó desde muy pronto en el trabajo duro. Dos horas antes de entrar en el colegio y dos horas después trabajaba en la carbonería familiar. Allí aprendió a hacer bien las cosas, a hacerlas hasta que estuvieran realmente terminadas. Entró muy joven en el seminario de San Sebastián, pero a los 21 años el cristianismo ya había dejado de ser algo significativo, se había reducido a un referente mítico y a reglas. Lo que realmente le interesaba en ese momento -estamos en los años 60- era la justicia social, la justica que consideraba imposible bajo el régimen de Franco. Así que salió del País Vasco, viajó a Francia y a Alemania. Estuvo trabajando en una fábrica, en un empleo muy duro. Fuera de España, uno de los miembros de la banda terrorista ETA, que estaba naciendo en ese momento, le captó. Ingresó en la organización, volvió a España y trabajó de descargador para conseguir nuevos adeptos.

Pero pronto se topa con lo que realmente significa el terrorismo. En una reunión de su grupo se vota si hay que matar a una persona. Por un solo voto “se le perdona la vida”. Esa experiencia le marcará para siempre. Le repugna profundamente el hecho de atentar contra la vida, de matar o de ser matado. Cuando se produce en el 68 el primer asesinato de ETA, el terrorista que lo comete es uno de los jóvenes que había captado. Y se da cuenta de que él podría haber sido el asesino. Desde ese momento empieza una lucha contra ETA que marca buena parte de su vida. La banda no le perdona su oposición y vivirá muchos años amenazado. Tendrá que utilizar un cierto tiempo una identidad falsa.

Azurmendi ha vivido intensamente. No ha sido un profesor aislado en una burbuja. En todos sus libros vibra una búsqueda intensa. Hace algunos años, por una serie de relaciones absolutamente fortuitas, acabó como ponente en el EncuentroMadrid. Le costó trabajo asistir a una mesa redonda a la que le invitaron, se resistía a participar en un diálogo con cristianos. Pero al final, por razones de lealtad personal, acudió. Azurmendi, profundo conocedor de la filosofía moderna y contemporánea, desarrolló una lúcida crítica al pensamiento ilustrado. Y, sorprendido por los que habían sido sus huéspedes, comenzó el estudio de lo que denomina una “tribu muy especial”, la tribu de Comunión y Liberación. Fue ese estudio el que ha dado lugar a El Abrazo. Como antropólogo ya había realizado trabajos similares, por ejemplo con los migrantes de una localidad del sur de España. Pero esta vez cambió el método. El punto de partida no era ya el utilizado por Durkheim o Weber, que se aproximan a los fenómenos humanos buscando la mejor cuantificación y la máxima objetividad desde la distancia. Su mirada se había llenado de sorpresa, una sorpresa que pronto se convirtió en admiración y en un deseo de querer identificarse con lo que se había encontrado. El punto de partida fue entonces la búsqueda de las razones de su asombro, lo que le obligaba a repensarse a sí mismo, reconsiderar el yo que estaba mirando. Había quedado atrás la distancia, la neutralidad teórica que, en principio, debía haber respetado.

Y así El Abrazo se convierte en un viaje apasionante lleno de encuentros con personas que le cuentan su historia, a las que Azurmendi sorprende realizando sus labores cotidianas como periodistas, como profesores, como padres y madres de familia. Uno de los momentos más vibrantes de la obra es el relato de un gesto de caridad con un grupo de drogadictos, en uno de los barrios más degradados de Madrid. Hay muy poca utilidad social a la vista, muchos de los drogadictos no cambiarán su vida, pero la vida de los “miembros de la tribu” sí cambia. Y las preguntas se intensifican, se hacen más agudas.

Azurmendi admira a Wittgenstein, ha leído y releído sus diarios. Por eso, cuando encuentra en La Belleza Desarmada de Julián Carrón una cita del filósofo que parece justificar su agnosticismo, entiende que supone un desafío. No quiere repetir la respuesta que se dio Wittgenstein. Considera entonces como plausible la hipótesis de que la tribu que está estudiando tenga su origen en el resucitado. De la admiración por la tribu, pasa a la admiración por el origen de la tribu. Azurmendi en italiano. No conviene perdérselo.
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