El séptimo sello

ABC
Pedro G. Cuartango

Aunque han pasado 50 años, recuerdo como si fuera ayer la impresión que me produjo «El séptimo sello», la película de Ingmar Bergman que vi en una sesión de cine fórum del colegio de los Jesuitas de Burgos. Yo tenía 16 años y sentí que la obra de Bergman reflejaba como un espejo las confusas inquietudes que yo albergaba sobre Dios y el sentido de la vida. Nunca había experimentado una emoción semejante en una película. Fui consciente de que el cine tenía posibilidades expresivas que desconocía. Bergman cuenta la historia de un caballero que vuelve a Suecia tras diez años en las Cruzadas. Se encuentra un país devastado por la peste negra y ni siquiera sabe si ha sobrevivido su mujer. Las primeras palabras del filme son una cita del Apocalipsis: «Cuando el Cordero rompió el séptimo sello, se hizo silencio en el cielo por media hora. Y vi a los siete ángeles que estaban ante Dios con siete trompetas». Ese silencio es la voz ausente del Salvador, al que el caballero Block invoca para que prodigue algún signo que revele las causas de los males de la humanidad: «¿Por qué la cruel imposibilidad de alcanzar a Dios con nuestros sentidos?», se pregunta. «Quiero morir, pero deseo saber que hay después», le dice a la Muerte, un personaje cubierto de una capa negra con un rostro que parece una máscara de cera con el que juega una partida de ajedrez. «Tal vez no haya nada», responde la Parca. El caballero ha puesto a su adversario la condición de que, si vence en el juego, podrá seguir con vida. E incluso se jacta de que todavía la sangre circula por sus venas y el sol brilla sobre el cielo. Pero la Muerte sabe cuáles van a ser sus próximos movimientos. Al volver a ver la película de Bergman, estrenada en 1957, he quedado impresionado por su clarividencia, por su carácter profético que anticipa todo lo que estamos sufriendo hoy. Lo que más me impresiona es ese silencio de Dios. ¿Cómo es posible que el Todopoderoso siga sin hablar tras haber hecho sonar de nuevo las trompetas del Apocalipsis? Es un misterio. Un amigo sacerdote me decía que Dios se ha hecho presente en la soledad y el dolor de los que sufren el coronavirus. Pero yo no he podido escuchar su voz. La crisis que estamos padeciendo es, en última instancia, metafísica. Nos plantea las mismas preguntas que formula Block a la Muerte. «Quiero entender, no creer», afirma el caballero, que subraya que desea arrancar a Dios de su corazón, pero que no puede. Hace unos días, leí una descripción del escritor griego Theodor Kallifatides, vecino de Bergman en la isla de Farö, que aseguraba que el realizador era un hombre cruel, egoísta y sin empatía. Un juicio muy similar al de Maj Sjöwall, fallecida hace una semana, que apuntaba que todo el mundo le tenía miedo. Ahora me doy cuenta de que Block es el propio Bergman, cuando confiesa ante la Muerte: «El vacío es un espejo delante de mi rostro». Sí, eso es lo que aterra: el vacío.