Dios entre pucheros

El Mundo
Consuelo Ciscar

La poesía revela este mundo para crear otro. Es una plegaria al vacío. Una oración, una letanía y una epifanía. Nos conduce hacia la locura, el éxtasis, el logos, la actividad ascética y la confesión. Este conjunto de reflexiones, que el premio nobel mexicano Octavio Paz recogió a mediados del siglo pasado en su ensayo El arco y la lira, expresan el valor espiritual que el escritor da a la lírica. Sin embargo, él mismo nos recuerda que ese aspecto religioso parte de una situación humana cargada de experiencias dominadas por la realidad cotidiana en tanto que «el poeta habla de las cosas que son suyas y de su mundo, aun cuando nos hable de otros mundos». O dicho de otra manera: «Todo tiene su alma, hasta el objeto más sensible, hasta los pucheros y las cacerolas en las que Santa Teresa encontraba a Dios», como señalase Antoni Tàpies.

Visto así, la escritora abulense es un ejemplo preciso que demuestra la comunión poética entre lo terrenal y lo divino. Por ello, en este año en el que revisamos en profundidad su obra con motivo de la celebración del V Centenario de su nacimiento, hemos sentido necesario situar a la Santa de Ávila ante el espejo de nuestra contemporaneidad artística. De este modo, y al abrigo de la organización de la Fundación V Centenario, emerge una exposición de arte plástico en el antiguo Convento del Carmen de Valencia que se acompaña de conferencias y poemas. Esta propuesta multidisciplinar contemporánea, bajo el nombre de Espacialismo Cromático, se adentra en un discurso que toma fuerza a partir de un diálogo continuo entre poesía y artes plásticas que refleja el pensamiento moral de Santa Teresa. «Escribir o dibujar son idénticas en su forma», explicaba Paul Klee. Desde esta premisa podemos leer la paleta de colores de Ramón de Soto, José María Yturralde, José Antonio Orts, Jordi Teixidor, Andreu Alfaro, Natividad Navalón, Esteban Vicente y José María Sicilia reunida en la serie Silencio y Vacío. Estamos ante fuerzas poéticas cercanas a los haikus en su afán por alcanzar una cierta comprensión de vivencias, pensamientos o lugares para tomar un respiro antes de iniciar de nuevo el camino por las diferentes moradas. Así mismo podemos mirar la poesía mediante versos de 43 poetas que se proyectan en la sala junto a las obras de los artistas que integran la exposición. Entre ellos me gustaría destacar a Guillermo Carnero, Vicente Gallego, Fernando Delgado, Aurora Luque, Ricardo Bellveser, Gerardo Diego, Clara Janés, Enrique Larreta, Vicente Molina Foix, Blas de Otero, Bernardo Schiavetta o Jaime Siles, entre otros muchos.

Esta idea queda muy bien definida en el apartado expositivo consagrado a las Luces y Sombras, donde destaca la obra de Pierre Soulages. En este mismo escenario de oscuridad que busca iluminación, hemos tenido muy en cuenta la obra de artistas relevantes como Barnett Newman, José Sanleón, Alberto Bañuelos, Pablo Palazuelo, Francisco Caparrós, Joaquín Torres García, Paulina López de la Casa y Francisco Gómez.

Por esa razón el área expositiva dedicada a las Moradas se constituye como parte fundamental y principal de esta muestra dado que introduce de manera metafórica los paisajes y arquitecturas mejor construidas para recibir a Dios de la mano de artistas como José Manuel Ballester, Mar Solís, Ad Reinhardt, Bernard Plossu, Eduardo Chillida, Joan Brossa, Cristina Iglesias, Juan Garaizábal y Miquel Navarro. En el capítulo expositivo de obras dedicada a la Mística quedan reunidas obras de autores como Antoni Tàpies, Antonio Saura, Gerardo Rueda, Julio González, Cristino de Vera, Martín Chirino, Alberto Corazón, José Cosme y Equipo Crónica. En este carácter místico, entre lo sagrado y lo imaginario, se divisa un ascenso a la nada donde el pensamiento se para y las ideas se convierten en una sola, momento en que cobra mayor importancia el ser sin limitaciones.

Este recorrido entre las artes plásticas y la poesía contemporáneas, que se inicia con unos ángeles tecnologizados de Ximo Lizana a las puertas de la sala, se sustenta en una sinapsis que enlaza imperceptibles pulsaciones, formas, colores y una ordenación racional de composiciones pulcras, sobrias y equilibradas que nos devuelven al silencio del oratorio teresiano. Así, la mística española se impone como un gran referente en la obra de artistas de nuestra época en la que, en su aparente parquedad, habita una fecundidad inagotable de significados que permanecen a la espera de ser descubiertos por el espectador.