Anba Ermia en Rimini (Foto Archivio Meeting)

Egipto. Vínculos que transforman

«Si no perdono, el odio anidará en mi corazón y buscaré venganza. Pero san Pablo nos enseña que se puede transformar el mal en bien». Anba Ermia, obispo de la Iglesia copta ortodoxa en El Cairo, nos muestra la vía de la convivencia
Luca Fiore

Monseñor Anba Ermia es obispo de la Iglesia copta ortodoxa. Dirige el Centro Cultural Copto de El Cairo, que este año ha patrocinado en el Meeting de Rimini la exposición “La huida. En Egipto vivió mi hijo”, ideada y guiada por Wael Farouq. Se paseaba por los pabellones del recinto ferial con la mitra típica de la tradición de la Iglesia que nació a orillas del Nilo con la predicación de san Marcos. No era la primera vez que participaba en el Meeting. Ya había estado en 2011 hablando de la rica y antiquísima tradición que une a su pueblo con la presencia de la Sagrada Familia en Egipto durante los primeros años de vida de Jesús. Santuarios, monasterios e iglesias recuerdan las etapas de la peregrinación de María y José para poner a salvo al niño. Una tradición de la que poco o nada se sabe en Occidente y que esta exposición describe al detalle. Un culto que no solo comparten ortodoxos y católicos egipcios, sino que también miran con simpatía muchísimos musulmanes. Es la expresión de una fe popular, sencilla, difícil de manipular por aquellos que tienden a usar las diferencias religiosas en este país en pro de sus intereses políticos. Monseñor Ermia habla despacio y a media voz. Su tono es cálido. Comunica sabiduría. Hablando con él hemos querido empezar por el principio.

¿Quién es Anba Ermia y cómo llegó a ser obispo?
Nací en El Cairo. Estudié Farmacia. En 1984 entré en el monasterio de san Menas en Mariout. Mi vocación despertó cuando tenía once o doce años. Durante los largos veranos en los que no tenía nada que hacer y lo único que podíamos hacer era leer, me topé con la historia de san Antonio abad, padre del monaquismo oriental, que se convirtió en el papa Atanasio. Ahí empezó mi interés por las historias de monjes.

¿Qué le llamó la atención?
Me atraía puramente su vida, el hecho de que se interesaran por todos y cuidaran a todos. Rezaban por los demás y no por sí mismos. Al acabar la universidad visité muchos monasterios y elegí el de Mariout. Mi familia estaba en contra de mi decisión, pero para alguien que desea la vida monacal el resto del mundo adquiere una importancia relativa. En 1990 comencé el periodo de clausura que marca el camino monacal. Solo podía salir los sábados y domingos para ir a misa. Cinco años después, el papa Shenouda III me llamó para trabajar como su secretario. Fue un cambio radical: pasé de un aislamiento total al despacho del Papa. Durante ese periodo colaboré en la fundación del Centro Cultural Copto Ortodoxo de El Cairo, la Biblioteca copta de San Marcos y el canal televisivo ME Sat. Era un punto de observación privilegiado de la vida del pueblo egipcio.

¿Por qué?
Veía los desafíos en acto. Comprendí que no habría solución para las divisiones si no era a través de la cultura y del vínculo entre musulmanes y cristianos. Esa conciencia me viene de la experiencia monacal, porque el monje reza por todos, independientemente de su pertenencia.

¿Qué es lo que más le llama la atención de los cristianos egipcios en este momento?
La tolerancia. Si un cristiano no es tolerante, no es cristiano. Esta característica, que es propia de todos los cristianos, nace de la pasión que nos enseña Cristo. Dice en el sermón de la montaña: «Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo». El cristiano debe seguir el ejemplo de Cristo y esto es lo que me llama la atención, también entre los cristianos de Egipto: que perdonen a los que les hacen daño. Y que amen a todos, por recibir esa recompensa.

¿Qué recompensa recibe uno que perdona?
Si no perdono, el odio anidará en mi corazón y eso me transformará en una persona que busca venganza. De ahí nace la enemistad y el conflicto. Una rabia que me envenena. Mientras que el que perdona deja que sea Dios quien se haga cargo de las situaciones y en él no hay espacio para el odio. Esa es la recompensa. Pensemos en el camino de transformación de Saulo de Tarso, primero perseguidor de la Iglesia y luego apóstol de los gentiles. Su historia nos enseña que Dios puede transformar el mal en bien. Gracias a historias como esta, el cristianismo se ha extendido, conquistando un lugar en el corazón de las personas.

¿Cómo se relacionan con los musulmanes?
El atentado contra la iglesia de los Dos Santos nada más empezar 2011, en la noche de Año Nuevo, hizo daño a todos. Después de aquel episodio, el gran imán de Al Azhar, Ahmed al Tayyeb, propuso al papa Shenouda III fundar “La casa de la familia egipcia”, con la finalidad de transformar el odio en amor, respeto y tolerancia. Yo participé en esa iniciativa desde el principio. Al comienzo no fue fácil. Habíamos llegado a un nivel de ignorancia e incomprensión mutua que impedía cualquier relación.

¿Cuál fue el punto de partida?
Empezamos por los responsables de la educación religiosa: sacerdotes y jeques. Cuento un ejemplo que puede ayudar a entender. El primer encuentro que organizamos lo hicimos precisamente en el Centro Cultural copto de El Cairo, con una visita a la gran Biblioteca de San Marcos. Al acabar la mañana, nos fuimos a comer y todos los jeques se sentaron en un lado y todos los sacerdotes en otro. Al verlos así, les pedimos que se levantaran y volvieran a sentarse de tal modo que cada jeque tuviera a su derecha y a su izquierda a un sacerdote. Y viceversa.

¿Cuál fue la reacción?
Todos comieron en silencio con la cabeza sobre el plato (sonríe, ndr).

¿Entonces?
Por la noche dormían en un hotel. Habíamos reservado habitaciones dobles con camas separadas. Sin decírselo, habíamos puesto en cada una a un sacerdote con un jeque. El primero que llegaba no sabía con quién iba a dormir. Y vinieron a quejarse.

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¿Qué les dijeron?
Les dijimos que las tradiciones de Egipto impiden compartir la misma habitación a parejas de hombre y mujer no casados, pero nada impedía que lo hicieran dos hombres de religiones distintas. ¿Y para rezar?, nos preguntaban. Pero nada impide rezar delante de un extraño. Al final los convencimos. Y de este modo muchos de ellos se hicieron amigos y siguen en contacto. Es un método que hemos seguido usando. Se parece mucho a lo que se hace en el Meeting de Rímini, donde la gente se encuentra, se conoce, y eso les aleja del odio mutuo y los acerca al mensaje de Dios, que nos invita a vivir juntos de manera pacífica.

¿Qué ha supuesto para usted estar en Rímini con la exposición sobre la huida a Egipto?
A causa de acontecimientos del pasado, quedan restos de conflictos antiguos, eso que algunos llaman “choque de civilizaciones”. Yo deseo dar mi aportación para transformar ese conflicto de civilizaciones en complementariedad entre civilizaciones. En el Meeting se trabaja para conocer al diferente y aprender que las libertades se pueden tutelar sin necesidad de eliminar al que es distinto. Esa es la misión que nos propone Cristo: abrirnos y aceptar a todos. Eso es lo que vosotros hacéis con el Meeting.