Misa por don Giussani presidida por el cardenal Omella © Marta Galofré

«Si no hay comunión, no hay evangelización»

La homilía del cardenal Juan José Omella, arzobispo de Barcelona y presidente de la Conferencia Episcopal Española, en la misa que presidió el 19 de febrero en memoria de don Giussani
Juan José Omella

Es un momento para dar gracias al Señor por el hecho de que la Iglesia reconoce un carisma, le da un reconocimiento pontificio aceptado por todos. Es un motivo para dar gracias a Dios, porque se acepta una manera de vivir la fe cristiana en comunidad dentro de la Iglesia que es la comunidad de comunidades. Somos muchas familias, muchas iglesias particulares, todos hermanos reunidos, unidos bajo el cayado del Sumo Pontífice, que es el vicario de Cristo en la tierra. Esto hay que recordarlo para que no vayamos por libre. No somos como el «Llanero solitario» de esas películas del oeste, que iba solo a hacer justicia. Nosotros queremos ir en comunidad, en familia. Demos gracias a Dios por el carisma de Comunión y Liberación, movimiento fundado por don Giussani, que ha dado un valioso empuje a la Iglesia.

Vosotros sabéis mejor que yo que este carisma nace para evangelizar. Los carismas nacen para anunciar el Evangelio a los hombres a través de distintos caminos. Y esto va muy unido a lo que ahora estamos celebrando en la Iglesia: el camino sinodal. El Papa nos dice: “poneos en camino, juntos, unidos, todos participando para evangelizar.” Por eso el lema del Sínodo expresa comunión (todos juntos), participación (todos) y misión (evangelizar).

¿Cómo evangelizar? Esta es la pregunta que os lanzo a vosotros y que me planteo yo mismo: ¿cómo podemos evangelizar?
Las lecturas de hoy nos lo dicen muy bien. Así, por ejemplo, en la primera lectura hemos escuchado: «Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo» (Lev 19,2). Solo se puede evangelizar a través de la santidad. Los santos son los que evangelizan. ¿Cómo podemos ser santos? Vosotros lo sabéis bien: en el profundo encuentro con Jesús. Cuando uno se encuentra con Jesús, queda seducido, enamorado de Él. Como sugería Benedicto XVI, la fe cristiana empieza con un encuentro personal con Jesucristo, también comunitario, pero primero, profundamente personal.



El Señor preguntó a san Pablo: «¿Saulo, Saulo, por qué me persigues?». Entonces, san Pablo reconoció al Señor y su vida cambió. Después de este encuentro, san Pablo fundará comunidades y caminará con otros.
Qué bonita la primera lectura de hoy, que nos lanza hacia la santidad. Y para ser santos tenemos que estar atentos los que ya estamos bautizados, porque quizá no acabamos de dejarnos caer del caballo, y todavía no nos hemos encontrado con Jesucristo.
Tenemos que ponernos en actitud de oración. ¡Oremos! No perdamos, queridos hermanos, el gozo de poder rezar todos los días. Rezar es ponerte delante del Señor y decir: “¿qué quieres de mí, Señor?” Si no nos dice nada, ¡ya nos hablará!: permanezcamos atentos.

San Juan María Vianney, cura de Ars, definía muy bien lo que era la oración, explicando la anécdota del encuentro mantenido con un feligrés de Ars. Cuenta que se lo encontraba a menudo en un banco de la iglesia en silencio y aparentemente sin hacer nada. De modo que un día le preguntó qué hacía allí. Pregunta a la cual él respondió: «rezar». Ante esa respuesta le preguntó cómo rezaba. Y respondió: «yo le miro y Él me mira». «El mirar de Dios es amar», dice san Juan de la Cruz. Sin duda, Dios nos mira, es decir, Dios nos ama. ¡Dejémonos amar por él! Esto es la oración. No dejemos de rezar. Y a veces la oración es rezar un padrenuestro, una avemaría, rezar el rosario o una oración. Otras veces es ponerse delante del sagrario o delante del crucifijo y dejarse mirar. Decía santa Teresa de Ávila que lo más importante de la oración no solo es pensar que yo miro al Señor, sino dejarme mirar por Él.

Los santos no necesitan hablar, pues su vida es un testimonio, decía Bergson, un filósofo francés. En este sentido, también recuerdo siempre la oración de un sacerdote que decía: «Señor, hazme santo porque yo no puedo. Yo no sé hacerme santo porque me cuesta mucho. Hazme santo y que nadie se dé cuenta de que soy santo, porque entonces entrará el orgullo. Que nadie se dé cuenta y que yo no me lo crea».

Evangelizamos a través de la fraternidad y de la comunión. Comunión y liberación. Comunión y libertad. Si no hay comunión no hay evangelización. Como os decía antes, el llanero solitario para transmitir el evangelio no sirve, es necesaria la comunión. Y la comunión es sobre todo y ante todo amor, un amor hacia los otros. Todos somos distintos y estamos llamados a querernos. Quiero a los de mi parroquia, quiero a los de mi grupo… Formamos una familia.
¿Cómo amo a los que forman mi gran familia, que es la Iglesia? Ese amor empieza con los de casa, con los del trabajo, con los que comparto diversión, con los que me encuentro por la calle. Dice el evangelio de hoy que sobre todo ese amor se traduce en perdón. Perdón incluso a los enemigos y esto ya es el non plus ultra. Amar al enemigo, al que me hace daño y rezar por él es para los cristianos un elemento fundamental y exclusivo de nuestra fe.

El próximo sábado, en la catedral de Barcelona, celebraremos el rito de elección de los catecúmenos. Hace años, recuerdo que en una de estas celebraciones participó un joven musulmán, que había venido aquí a estudiar y pidió ser admitido en la Iglesia católica y recibir el bautismo. Le pregunté por qué quería hacerse cristiano. Y me respondió que no encontraba en su religión el camino para acercarse plenamente a Dios y le cuestionaba el uso de la violencia. Entonces empezó a interesarse por otras religiones. Fue buscando hasta que se sintió atraído por el mensaje de Jesucristo. Lo que más le impactó de su mensaje fue el perdón y el amor a los enemigos. Eso le impresionó y quiso vivirlo. ¡Impresionante! Cuando perdonamos a los demás de corazón anunciamos a Jesucristo.

La comunión, que es amor, se tiene que vivir en todos los niveles. Comunión y liberación. ¡En todos los niveles! La comunión tiene que ser profunda con Dios –si no, estamos perdidos–, pero comunión también dentro de la Iglesia, con el Papa.
Decimos: El cristiano es aquel que está cum Petro, es decir, ya me entendéis, con Pedro, y sub Petro, y bajo Pedro. Es decir, estoy unido al Papa y bajo la guía del Papa, al que llama santa Catalina de Siena «el dulce Cristo en la tierra». Estemos con el Papa sea quien sea: Juan Pablo II, Benedicto XVI, Francisco o los próximos. Y sea de donde sea y del color que sea: es el Papa, y es el vicario de Cristo. No importa de donde venga, el Papa representa a Cristo, y unidos a él y con él evangelizamos.
Adelante en unión con Cristo, con el Papa, caminemos en comunión dentro la diócesis a la que pertenezcamos, que es la Iglesia particular. La Iglesia es mi familia y yo quiero a mi familia tal como es. La Iglesia es como tú y yo, pecadora. Sí, es santa y pecadora, y avanza en este mundo, como decía san Agustín y lo repite el Concilio, entre las consolaciones de Dios y las persecuciones de este mundo. Avanza siempre y en continua reforma.



La Iglesia es una barca zarandeada, pero nunca hundida, porque la sostiene Cristo. ¿De qué tenéis miedo?, ¿por qué tenéis miedo? A veces alguno tiene vergüenza de decir que es cristiano y que pertenece a la Iglesia… ¡Es una lástima! No tengamos miedo ni vergüenza de ser lo que somos.
La Iglesia es una gran familia en la que conviven diferentes carismas. Cada uno tiene un matiz y unas características. Somos invitados por el Señor a querernos con nuestras diferencias.

Vosotros tenéis muy clara la importancia de la educación, pero no únicamente para ser eruditos y coleccionar títulos académicos, sino para formaros integralmente. Vosotros trabajáis mucho en el mundo educativo. El mundo educativo necesita hoy más que nunca formadores, educadores cristianos que transmitan el mensaje humanista de Jesús. Eso es importantísimo. Educar no es enseñar muchos conceptos o nociones sino ofrecer la sabiduría del Evangelio que viene del Señor. Salomón, cuando le ungieron rey de Israel, hizo una oración y no pidió inteligencia, ni suma riqueza, ni poder, sino sabiduría. Pidió a Dios sabiduría, que es escuchar, tener un oído atento a Dios y a la gente. Salomón como gobernante quería saber escuchar la Palabra de Dios y el grito de la gente para poder gobernar. Pidió a Dios sabiduría que no es conocimiento intelectual, sino sobre todo experiencia de Dios, de humanidad. Pues ojalá lo viváis y lo enseñéis así. Gracias por vuestro trabajo y por vuestro compromiso con el mundo de la enseñanza.

Para acabar, y se lo decía a vuestro consiliario, Mn. Juan Ramón, quiero insistir en que tenemos que ser portadores de paz. El sueño de la paz en el mundo tenemos que ir construyéndolo todos nosotros y eso solo se consigue si el Señor nos acompaña. Hagamos nuestra la oración franciscana: «haz de mí un instrumento de tu paz». Seamos todos portadores de paz, de una paz que es alegría, que es amor, que es caminar juntos y que es fruto de la justicia.
Pidamos al Señor que nos conceda ser misioneros del evangelio y portadores de paz en medio del mundo. Demos gracias a Dios, por este carisma, por su fundador y por el reconocimiento del mismo que ha hecho la Iglesia.
Y finalmente os digo: seguid en esa gran y hermosa tarea de evangelizar nuestro mundo y, en particular, nuestra tierra, aquí, en Barcelona, en Vic, en Sant Feliu o donde haga falta y donde el Señor nos lleve. Amén.

+ Card. Juan José Omella Omella
Arzobispo de Barcelona