San Óscar Romero

El asesinato del arzobispo

Se cumplen 40 años del martirio de san Óscar Romero, que afrontó grandes y violentos desafíos en América Latina. Buen momento para recordar su salmo preferido: «al amparo del Altísimo no temerás el espanto nocturno, Dios mío confío en Ti»
Julián de la Morena

Una bala explosiva acabó con la vida del arzobispo Óscar Romero, el 24 de marzo de 1980, cuando se disponía durante el ofertorio de la Misa a levantar el cáliz. Impresiona hoy, después de 40 años, ver la camisa perforada por el proyectil y el alba con las manchas de sangre que se conservan en el lugar donde ocurrió el brutal asesinato.

A Mons. Romero le tocó vivir una época de grandes convulsiones en su país, en el clima de la guerra fría que asolaba al mundo. Su espíritu conservador no le impidió ser audaz en las denuncias frente a la situación de injusticia y violencia institucional que sufrió El Salvador durante los años de su ministerio episcopal.

Su voz se alzó para defender a la Iglesia y a los campesinos en un país donde no se respetaban los derechos humanos y se asesinaba impunemente, especialmente después de la muerte del padre Rutilo Grande (+1977), que será beatificado próximamente. Los datos son escalofriantes: desde noviembre de 1979, más de 600 personas eran asesinadas mensualmente; los escuadrones de la muerte, policías o militares decapitaban y descuartizaban. Murieron 70 mil personas en la guerra civil, que duró 12 años y arrasó el país, el 80% de ellas eran civiles.

Gran parte de la violencia de El Salvador estaba respaldada por las instituciones gubernamentales pero también la guerrilla la alentaba. Especialmente llamativo y desafiante fue el célebre llamado del padre Romero a las fuerzas del orden público para que no dispararan contra el pueblo: «les ordeno, les suplico, en nombre de Dios, no disparen contra el pueblo».

Durante años su figura ha sido muy controvertida pues mientras que para unos era un agitador de masas, un revolucionario, para otros era un ingenuo obispo en una zona de conflicto, instrumentalizado por el marxismo.

La camisa de monseñor Romero con la marca de la bala

San Óscar Romero es uno de los mártires más famosos del siglo XX. Ya Juan Pablo II lo había considerado uno de los nuevos mártires durante la celebración del Gran Jubileo en el Coliseo Romano, el 7 de mayo del año 2000. Su beatificación y canonización han mostrado la figura de un pastor responsable que desde su fe profunda defendió a su pueblo.

Romero fue un hombre de profunda fe que se refería a Jesús como «alegría cristiana de mi vida», que escogió como lema episcopal «sentir con la Iglesia», aprendido de los ejercicios espirituales de san Ignacio. Manifestó una especial fidelidad a los Papas que conoció, desde Pío XI hasta Juan Pablo II, lo que le llevó a decir: «la gloria más grande de un pastor es vivir en comunión con el Papa». Escribió en sus notas: «qué paradoja... en la medida que crece en mí una adhesión a Roma, me identifico más con mi nueva diócesis y mi patria».

Pero 40 años después de su muerte, en un contexto diferente como es el actual y donde muchos jóvenes no han oído hablar de él, ¿a qué nos desafía el testimonio del mártir Romero?

El papa Francisco lo ha sintetizado en la carta que mandó el día de la beatificación. «La voz del nuevo Beato sigue resonando hoy para recordarnos que la Iglesia, convocación de hermanos en torno a su Señor, es familia de Dios, en la que no puede haber ninguna división. La fe en Jesucristo, cuando se entiende bien y se asume hasta sus últimas consecuencias, genera comunidades artífices de paz y de solidaridad. A esto es a lo que está llamada hoy la Iglesia en El Salvador, en América y en el mundo entero: a ser rica en misericordia, a convertirse en levadura de reconciliación para la sociedad».

En estas palabras del Papa tenemos claramente una brújula para no diluir el testimonio de Mons. Romero y de tantos cristianos del Salvador –se habla de más de 500 mártires– que pone en evidencia que el amor a Cristo no se separa del amor al hermano.

La canonización de este mártir, el 14 de octubre de 2018, ha purificado las interpretaciones reducidas que existían sobre él. Al mostrar el verdadero rostro del santo, la Iglesia latinoamericana tiene un testigo del que aprender para afrontar los desafíos de violencia e injusticias que aún existen en el continente, especialmente en este momento convulso y desorientado por el que pasa América Latina y confiar desde la fe, con las palabras de su salmo preferido: «al amparo del Altísimo no temerás el espanto nocturno, Dios mío confío en Ti» (Sal. 9).

San Pablo VI, canonizado el mismo día que san Óscar Romero, escribió que «es en medio de sus desgracias que nuestros contemporáneos necesitan conocer la alegría y escuchar su canto». Así, el testimonio de Mons. Romero puede ser fuente de esperanza para una nueva primavera de la fe en el Nuevo Mundo.