Aleksandr Men

Aleksandr Men. Un camino que lleva al corazón de la vida

Una exposición en Moscú recuerda al sacerdote asesinado el 9 de septiembre de 1990. Le llamaron «el apóstol de la Rusia del siglo XX». Con su predicación y sus libros, desafió a la convicción generalizada de que «lo imposible es imposible»
Giovanna Parravicini

Cuando han pasado casi treinta años de la desaparición del padre Aleksandr Men, se ha inaugurado en Moscú una exposición que marca, con grandes fotografías, noticias biográficas y fragmentos de sus textos, su camino espiritual y los puntos más destacados de su mensaje. Ha sido a cargo de la parroquia de san Sergio y nació hace unos años en el pueblo de Semchoz, donde el padre Men vivió y murió, para custodiar la memoria de este lugar sagrado, que se ha convertido en meta de frecuentes peregrinaciones.
La muestra lleva por título “Misionero del siglo XX” y realmente su testimonio y herencia acompañan al hombre de hoy respondiendo proféticamente a los interrogantes y desafíos que plantea el nuevo contexto social y político, y mostrando con luminosa certeza un camino que lleva al corazón de la vida.

El 9 de septiembre de 1990 –eran los inicios de la perestroika en un país donde todavía era muy incierta la dirección en que se desarrollarían los acontecimientos– a unos cincuenta kilómetros de Moscú mataron con un hacha a un sacerdote ortodoxo que se dirigía a una parroquia para la celebración dominical. ¿Fue obra de un maníaco, de un fanático antisemita? ¿Un golpe de efecto de un régimen agonizante? Nunca se arrojó luz sobre este trágico acontecimiento, pero recuerdo perfectamente que durante unos días toda Rusia se quedó sin aliento, atónica y sobrecogida por la pérdida de un hombre que en el arco de unos meses, en un clima de libertad eufórica que iba abriéndose paso, dio un vuelco a todos los medios de comunicación.
Le llamaron «el apóstol de la Rusia del siglo XX», porque con toda sencillez y naturalidad, mediante su predicación y sus libros, desafió a la convicción generalizada de que «lo imposible es imposible», es decir, que la fe no tenía nada que decir al hombre contemporáneo, disolviendo el engaño de que Cristo fuera un mito o, como mucho, nada más que algo lejano, del pasado.

El seminario en la Biblioteca del Espíritu en Moscú

Para el padre Aleksandr, el Misterio era una presencia familia, transparente en todas las realidades de la vida, grandes o pequeñas, así como en los grandes acontecimientos de la historia de la humanidad o en los fenómenos naturales. El Misterio –lo aprendió de pequeño, en una de las comunidades cristianas perdidas que se ocultaban en las catacumbas del siglo XX, donde su madre le introdujo– ha asumido un rostro humano y ha venido a habitar entre nosotros. La grandeza de la razón humana consiste en aprender a identificar las huellas de esa presencia, la única capaz de colmar la sed de felicidad e infinito del hombre. Esto es lo que le hizo tan fascinante a los ojos de miles, millones de personas, con el trasfondo de la ideología soviética que anunciaba triunfalmente un progreso construido al servicio de la persona humana, nivelada y reducida a engranaje del sistema.

El fruto más maduro del testimonio del padre Aleksandr sobre la presencia viva de Cristo fue el libro Jesús, el maestro de Nazaret, en el que trabajó durante casi cuarenta años. Primero se difundió a través del samizdat, en 1968 se imprimió en Bruselas (el autor figuraba con el pseudónimo de A. Bogoljubov) y se envió clandestinamente a la URSS. Después de la perestroika se pudo distribuir por los canales del mercado librero. El padre Aleksandr también concibió y realizó un gran proyecto editorial en seis volúmenes que llevan por título En busca del Camino, la Verdad y la Vida, que constituye una suerte de itinerario de reflexión cristiana sobre la historia de la religiosidad humana, como expresión del sentido religioso innato al hombre, que encuentra su respuesta última en la Revelación, en Cristo y en la Iglesia. No es casual que, después de leer El sentido religioso de don Giussani, quisiera escribir un prólogo para el lector ruso. De sus libros se difundieron más de cuatro millones de copias y sus obras se tradujeron a más de cuarenta lenguas. Desde 2015 el Patriarcado de Moscú está publicando sus obras completas.

Los ponentes que participaron el pasado 11 de septiembre en la presentación de la exposición en el Centro Cultural Biblioteca del Espíritu en Moscú (dos sacerdotes ortodoxos, un joven filósofo y quien escribe) respondieron desde diversos puntos de vista a la pregunta que plantea la muestra: ¿qué actualidad tiene el mensaje del padre Aleksandr Men hoy? El padre Viktor Grigorenko, párroco en Semchoz, lo definió no solo como un buen predicador, educador, padre espiritual o “divulgador” (como le solían llamar con cierta suficiencia en los ámbitos académicos), sino como portador de un pensamiento teológico cristocéntrico aún por explorar, pues encuentra su expresión, además de en sus libros, en la interminable cantidad de lecciones, conversaciones, artículos, cartas que componen su legado. Por todas partes se encuentran perlas preciosas en ese material, donde nos habla de una capacidad extraordinaria para ir al encuentro del hombre, del hombre entero y de cualquier hombre, precisamente en virtud de su centralidad en Cristo. Sin esto, hasta las tradiciones, los «valores», pueden convertirse en piedras en el camino, como escribe en 1981. «…Las “raíces” por sí mismas son algo hermoso, pero también pueden ser peligrosas. De hecho, fueron justamente las “raíces” las que impidieron a los fariseos acoger a Cristo. Hay que tomar en consideración el pasado, pero no hasta el punto de que nos impida el movimiento. Es un problema tan viejo como el mundo. El cristiano siempre está en el límite entre tener raíces o estar desarraigado. Nuestra auténtica raíz es el Evangelio. “Aquí no tenemos patria estable”»…

Llaman la atención sus observaciones sobre el ecumenismo y el diálogo, que escribe a una hija espiritual que ha emigrado a Occidente. «El ecumenismo tiene dos raíces: una auténtica, amplia y profunda espiritualidad, que no tiene miedo a la alteridad; o bien un meterlo todo en el mismo saco superficialmente. Naturalmente, yo estoy por el ecumenismo del primer tipo, aunque no son muchos los que lo practican. De aquí nace lo que me cuentas… Mi consejo es que no te pongas a discutir con ellos de estas cosas. Quédate con lo mejor de la gente. Como, por ejemplo, cuando leemos a Tolstoi y Dostoyevski y nos quedamos con lo que vale, aun no estando de acuerdo con sus concepciones sociales y demás. Conserva una magnanimidad de ánimo. Decir que 700 millones de católicos y 350 millones de protestantes viven en el error, y que solo nosotros somos la Iglesia auténtica significa un orgullo desmesurado, sin justificación… ¡Hace falta ser realmente arrogante y misántropo para hablar así! Las debilidades y pecados no son prerrogativas de las religiones sino de los hombres. Hay miles de ortodoxos superficiales y muchos fieles de otras confesiones que tienen una profunda fe. Y precisamente sobre esto, es decir, sobre la “verdad” de cada uno se verterá el “juicio de Dios”. Los santos son maestros nuestros en este camino. En dos palabras, esto es lo que quería decirte. No te dejes turbar. La verdad y la salvación no están en los hombres. Como dijo san Pablo, solo nos salvamos en la fe en Cristo Jesús».

Es la limpidez de ver, a través de las crisis y dificultades, el camino por el que se despliega el cristianismo, entre el «presentimiento del Reino del Espíritu que vendrá y el legado de los grandes focos de fe que prendieron nuestros padres», reconociendo su belleza imparable. «La Iglesia somos nosotros, nosotros mismos. No debemos estar ahí esperando algo, debemos ponernos en marcha nosotros. No penséis que yo me creo todo lo que me cuentan. Estoy bien informado y tengo una idea bastante clara de la crisis que siguió al Concilio. Puntos de inflexión así no pueden pasar sin dejar huella. Pero ese no es asunto tuyo. No te toca a ti preocuparte por la “política del Vaticano”. Son cuestiones humanas, no es ahí donde se juega la verdad de la Iglesia. Las reformas del rito son siempre un experimento, y un experimento doloroso. Las nuevas generaciones las irán madurando. También se calmará con el tiempo la ola de “izquierdismo”. Todo son modas, como ha sido siempre a lo largo de la historia… Para nosotros las reformas de la Iglesia también provocaron crisis (empezando por los viejos creyentes y llegando hasta los más innovadores). La vida es algo complejo y los cristianos están inmersos en ella hasta el fondo… Lo más importante sigue siendo el nivel de la vida espiritual. No mejorará con decretos y reformas. Solo desde lo más profundo. Y cuando lo veamos decaer, debemos multiplicar nuestra responsabilidad. La verdad siempre te remite al corazón».