Marie-Michéle Poncet, "La Bonne Nouvelle"

¿Qué nos permite hoy permanecer en la Iglesia?

“Anunciar a Cristo en el cambio de época”. Bajo este lema, 300 sacerdotes han participado en unos Ejercicios espirituales guiados por el cardenal Angelo Scola
Simone Riva

Ha sido un auténtico encuentro lo que reunió en Pacengo del Garda a casi trescientos sacerdotes hace unos días, para ayudarse a volver a poner en el centro a Aquel que, al llamarnos personalmente, nos devolvió a cada uno de nosotros nuestra propia identidad. La presencia cargada de autoridad en el mejor sentido de la palabra y la luminosidad de las palabras del cardenal Angelo Scola sirvieron de guía en el trabajo de estos ejercicios espirituales, permitiendo que realmente Cristo volviera a acontecer en medio de nosotros.

Nada de reclamos espirituales ni comentarios originales sobre los textos de la Escritura, nada de silencio formal, como fin en sí mismo, sino verdaderamente el Acontecimiento de un encuentro ha sido lo que nos ha fascinado. Por otra parte, solo esto es capaz de resistir «el embate del tiempo», como dijo Carrón en la introducción del domingo por la noche. Solo si vuelve a suceder hoy ese mismo fenómeno que impactó a Juan y Andrés hace dos mil años, puede tener la pretensión de no quedar liquidado como una de las muchas opiniones que nos circundan, o una de tantas «constataciones lógicas», como las llamaba Romano Guardini.

En todo caso, la cuestión es seria y el desafío está abierto. ¿Qué nos permitirá permanecer en la Iglesia de Dios? No nos hemos reunido para hablar de cosas penúltimas, esas que se desvanecen al primer impacto, hemos venido hasta aquí -algunos desde muy lejos- para poner sobre la mesa la vida, que para nosotros está ligada indisolublemente a la de Cristo vivo en el cuerpo de su Iglesia. Este Cristo vivo es lo que hemos vuelto a descubrir como el anuncio más urgente en este “cambio de época”, conscientes de que, como nos dijo el cardenal, «todo tiempo es propicio para anunciar a Cristo». ¿Quién lo diría de hoy? En cambio, hemos visto que es justo así. ¿Qué sería de nosotros si no fuera cierta esa afirmación? ¿Quién podría garantizar la juventud de nuestro “sí” si Cristo no se pudiera comunicar hoy, al hombre de hoy, a su manera de mirar la vida y la muerte, el afecto, el trabajo y el reposo? Si no fuera contemporáneo a ti y a mí, si no pudiéramos amarlo ahora, ¿qué impediría liquidar el hecho cristiano como una de tantas ideologías que la humanidad ha conocido?

El cardenal Angelo Scola

Ni siquiera nuestros fracasos y pecados pueden detener la gracia de esta presencia que, como una cadena tenaz, alcanza a cada uno de nosotros haciendo vibrar nuestro corazón en cuanto la reconocemos. El mismo desafío que lanza Jesús en el pasaje del Evangelio más citado por el cardenal Scola estos días. «Para el que cree todo es posible» (Mc 9,23). Para que suceda lo imposible, Jesús pide la fe. La época en que vivimos ya ha superado el llamado secularismo, que afirmaba la imposibilidad de la pretensión cristiana, según la cual un Hombre es el significado de todas las cosas, y que ha entrado en la fase de la des-responsabilización. El hombre ya no responde a la llamada de la vida. Pero nosotros somos, desde que nacemos, lanzados a la realidad con una vocación, una tarea, inmersos en una dinámica responsorial. Y si nosotros no respondemos, nadie lo hará en nuestro lugar. ¿Pero responder a quién? A Dios que nos llama. Solo podemos dar nuestra respuesta secundando de manera crítica las circunstancias y relaciones que forman la trama de la realidad. La Trinidad espera nuestro “aquí estoy”. Así es como los Ejercicios adquirieron desde el principio la fuerza de una invitación a la conversión personal y comunitaria delante del Acontecimiento de Cristo, siempre contemporáneo.

El cardenal leyó un fragmento tomado de la novela de Anton Cechov titulada El estudiante. Mientras, se creó un silencio impresionante por la densidad del relato, que describe a la perfección qué es la tradición. Así debe darse la comunicación de la fe, es el método del anuncio cristiano: de Acontecimiento en Acontecimiento, a lo largo de toda la historia y sin preparación -señala con fuerza Scola- porque el corazón del hombre siempre está disponible para Cristo y nunca se aleja. Para nosotros, tantas veces decepcionados por el resultado de nuestros intentos “pastorales”, estas palabras no podían dejar de resonar como una auténtica liberación. ¡Solo salva este encuentro! Y esto vale también para nuestra vida sacerdotal

«El sacerdote que actúa in persona Christi Capitis y en representación del Señor no actúa nunca en nombre de un ausente, sino en la Persona misma de Cristo resucitado, que se hace presente con su acción realmente eficaz» (Benedicto XVI, audiencia general del 14 de abril de 2010). Lo que nos permitirá permanecer en la Iglesia de Dios, y no de un modo formal, es precisamente esta compañía del Hijo de Dios en nuestra vida, que llega incluso a tomar posesión de la carne de aquellos que llama a la virginidad para poner en el mundo su propia carne. El cardenal nos reclamó a la manera en que don Giussani presentaba la virginidad cristiana: una posesión con una distancia dentro. «Sin esta concepción del don de sí», afirmó Scola, «yo sencillamente no sería sacerdote».

Qué reclamo, qué estupor ver a un hombre de 77 años, cumplidos justo el último día de los Ejercicios, tan cierto y enamorado de Cristo y de la Iglesia. Esto nos permitió ver en acto lo que habíamos escuchado. Tal vez sea esto lo que los hombres desean: ver los hechos de una vida cambiada. Que la Virgen custodie y haga florecer, para el bien de toda la Iglesia, la gracia de estos días, perfectamente sintetizados en la expresión del evangelista Juan que tantas veces citó el cardenal: «Dios es amor» (1Jn 4,8). «El amor no necesita que se expliquen las causas que lo preceden», añadió el cardenal. «Se impone por sí mismo. Por eso es autoevidente». Toda la reflexión filosófica a la que la humanidad estaba acostumbrada, desde Descartes, ha dejado fuera el amor. «La pregunta de Leopardi, “¿y yo qué soy?”, no habría hallado respuesta en el cogito cartesiano», señaló Scola. Por tanto, la última palabra sobre nuestra vida es este abrazo libre y amoroso de la Trinidad a nuestro corazón.